36. Quince minutos de fama por uno a su lado

138 13 2
                                    

~ Ruth ~

- ¿Qué ha pasado, Ruth?- me preguntaron las chicas cuando llegué al bungalow con lágrimas en los ojos y una herida invisible atravesándome el pecho.
- He discutido con Villa.- expliqué y procedí a narrarles lo acontecido, mientras ellas se colocaban a mi alrededor, sin terminar de vestirse.- No entiendo por qué Isaza lo entiende tan bien y él... Es como si le sentara mal...
- Os queréis. Él te quiere mucho, Ruth. Todas aquí lo hemos visto. Es pura inseguridad. Quizás no en ti, sino en él mismo. Dale tiempo para que entre en razón.- me aconsejó María.
- ¿Villa inseguro? Ni que no lo conocieras... Lo tiene todo para tener la autoestima alta.
- En apariencia. Pero está claro que no es así. Tenéis que arreglarlo antes de irnos de aquí, para que mañana os podáis despedir con calma- apoyó Mar.
- No quiere hablar conmigo.
- Vamos a dejarle un tiempo de reflexión. ¡Y ánimo, amiga! Tienes mucha suerte de haber encontrado el amor- y se abalanzaron a abrazarme.

Esa mañana, fuimos de excursión a un pueblito interior con mucho encanto del que habíamos oído hablar. Villa se sentó en la parte de atrás de la furgoneta y estuvo en silencio toda la mañana. Y yo apenas me atrevía a acercarme. Por un lado, no quería perturbar sus pensamientos y por otro, me sentía dolida.
- No se preocupe. Entrará en razón. Villa es enojón, pero no orgulloso en exceso- se acercó a susurrarme Isaza.

Martín no se apartó de mí en toda la mañana contando chistes y haciendo bromas, mientras que Simón e Isaza caminaban junto a Villa.

Llegamos a los bungalows pasado el mediodía. Isaza me llamó, pidiéndome que fuera a verle al suyo. Cuando entré todo estaba oscuro, las persianas bajadas y la luz no funcionaba. Me volví sobre mis pasos y comprobé que la puerta estaba atascada.
- ¿Isaza?- llamé.

De pronto, se abrió la puerta del baño y entro una pequeña claridad de la ventana opaca del techo.
- ¿Ruth?- era Villa- ¿Qué pasa? Se ha ido la luz.
- Han atrancado la puerta- comprendí- Creo que nos han encerrado a propósito.

Me acerqué a tientas y con los brazos extendidos hasta que palpé a Villa, primero sus brazos y luego su cara y su pelo.
- No quiero estar mal contigo, Ruth.
- Ni yo.

Palpó con sus dedos mi rostro y cuando alcanzó mis labios los acarició. Sentí su aliento en mis mejillas y me dejé llevar. Nos besamos como si nunca más fuéramos a repetirlo. Me hacía sentir tantas cosas que disipaba todas mis dudas. Sólo esperaba que a él le pasara lo mismo.

- Te amo- me susurró.
- Yo también te amo- resondí- No quiero que volvamos a estar mal.
- Bueno, si luego nos vamos a reconciliar así...- bromeó, volviendo a besarme.
- Ni por esas- sonreí.
- Ni modo, ahora tenemos todo el tiempo del mundo para aprovechar y estar juntos hasta que se dignen a abrirnos.
- Pero no veo nada- reí.
- Yo te llevo.

Me tomó en sus brazos y me llevó hasta su cama, tumbándose a mi lado. No sabía cuánto necesitaba estar así con él, hablando sin prisas, sin que nadie nos molestara. Como aquel día cuando nos estábamos conociendo y me enseñó a tocar el banjo.
- Abrázame, Villa. No me sueltes- pedí.
- No pienso soltarte- contestó él, abrazándome y me recosté sobre su pecho cálido en la oscuridad. Y me dormí.

Me despertó el sonido de la llave abriendo la puerta y el sol de la tarde me deslumbró.
- Parece que la parejita se ha arreglado- oí reír a Bea.
- Déjenos un ratito más- pidió Villa con los ojos entornados y besándome el pelo.
- Nada de eso, papo. Monten sus maletas en la camioneta que tenemos fiesta en la playa y luego nos espera un viaje en carretera- contestó Moncho con ánimo.

Habían preparado una fiesta en la playa con música, guirnaldas y una partida de cartas. Villa y yo no nos separamos más en lo que quedaba para que cogieran el vuelo.

Durante el viaje de vuelta a Madrid, nos pusimos en los últimos asientos y había ratos que sólo estábamos él y yo, el resto dormía mientras nosotros nos dábamos besos y nos hacíamos carantoñas.

En el aeropuerto, nos esperaban Pedro y su novia que se habían quedado en Madrid. Antes de pasar el control, Villa y yo nos abrazamos tan fuerte y prolongadamente que fue como si una parte de mí, se quedará pegada a él y viceversa.
- Escríbeme- pedí.
- Y llámame- pidió él.
- Nosotras te la cuidamos- aseguró María.

No iba a llorar. Pero aquella mirada, enrojecida por la falta de sueño, se me clavaba en el pecho como un puñal. Y así, con el recuerdo de sus ojos tristes, nos despedimos de Morat.

Soñé un verano que se hiciera eterno...Where stories live. Discover now