28. Lo que el viento se llevó

139 10 1
                                    

~ Ruth ~

- ¡Isa!- le contesté.
- ¿Qué más? ¿Cómo andan?- nos saludó- Por acá les mandan abracitos- desvió la cámara hacia Simón y Martín.

Giré el teléfono para coger a Villa en la pantalla.
- ¡Qué horrible!! ¿Qué te pasó? Qué mala cara- se asustó Isaza.
- No es nada. Sólo un golpe...- le quitó importancia Villa.
- No es verdad. Se comportó como un héroe.- puntualicé.

En ese momento, comenzó a vibrar el móvil de Villa y se alejó para atender la llamada mientras yo hablaba con los chicos.
- Era Sergio- comentó cuando regresó- Está acá en Granada. Que nos espera para cenar en la Gran Vía.

¿Sergio? ¿Qué hacía Sergio allá? No me había dicho nada de que fuera a venir... Nos despedimos de Morat y descendimos hasta Plaza Nueva. Gran Vía quedaba cerca.

- ¿Qué hace aquí?- pregunté a Villa.
- No me dijo.- contestó encogiéndose de hombros. Se hizo un silencio tenso entre nosotros como nunca antes- Creo que se nos ha quedado una conversación pendiente.
- Como que tus amigos han sido muy oportunos llamando ¿no?- sonreí y eso pareció relajarle y me devolvió la sonrisa.

- ¡Ruth! ¡Ruth!- un muchacho moreno junto a la estatua de Isabel La Católica, nos hacía señas con la mano. Sergio. Y su enorme mochila al hombro.

- ¿Qué haces tú aquí?- inquirí abrazándole.
- ¿No puedo venir a ver a mi amiga querida?
Le estudié entornando los ojos. No me creía esa explicación. Ya le sacaría la verdad.

Tapeamos por el centro, que era la forma más económica de cenar y terminamos tomando unas cervezas en la terraza de uno de los pubs más concurridos por estudiantes de la universidad, donde Sergio, El Cousin, algún que otro amigo y yo, habíamos pasado noches enteras en otros tiempos.

Estuvimos un buen rato entre charlas y risas, recordando y sobre todo, hablando de música, que era el tema que nos unía a los tres y sobre el que siempre podíamos conversar.

Finalmente, acompañamos a Villa hasta su hotel. Habíamos acordado que mañana compraría el billete de tren de vuelta a Madrid. No podía creer que fueran nuestros últimos momentos juntos. Me sentía afortunada de haber vivido esos dos días a solas con él y ya podía asegurar que le quería, que estaba enamorada y que creía que él también sentía cosas por mí. Y que sí, que quería estar con él, arriesgarme aunque fuera lo último que hiciese en esta vida.

- ¿Cuándo voy a volver a verte?- me preguntó en la puerta del hotel y acercándose a mí peligrosamente, sin importarle la presencia de Sergio.
- Mañana- contesté sonriendo.
- Ya sé... Pero sabes a qué me refiero... Luego....
- No lo sé. Pero ¿no crees eso que dicen de las almas que comparten un mismo espíritu?- le recordé sus propias palabras.- Y no quiero despedirme todavía. Aún no.
- Sueña con los angelitos.- me deseó, dándome un prolongado beso en la mejilla.- Sergio, un gusto verte- chocaron las manos.
- Lo mismo digo, compadre.
- Quedamos a las ocho y así aprovechamos un poquito el rato que nos queda.- propuse.
- Listo.

Alargué mi brazo hasta rozar su mano con la mía y la acaricié desde la palma hacia sus dedos, sin apartar la mirada. Me hubiese gustado decirle tantas cosas...
- Buenas noches, Villa- le dije solamente.

Cuando su silueta se perdió tras la puerta del hotel, miré a Sergio.
- ¿Y tú qué? ¿Dónde vas a dormir?
Se llevó la mano a la nuca y puso una mueca.
- La verdad es que me vine sin mirar ni un hostal...
- Está bien- reí- Esta noche te puedes quedar en mi casa, aunque no tengo mucho sitio...

Al final, me dio pena dejarle el sofá y le ofrecí dormir conmigo. Sergio era como mi hermano, no era la primera vez que compartíamos colchón.
- Lejos de mí que como me des mucho calor te tiro al suelo- amenacé en tono jocoso y colocando mis pies congelados en su espalda por debajo de su camiseta interior.
- ¿Cómo puede ser que tengas los pies helados con estas temperaturas?- se volvió hacia mí y me observó en la oscuridad. Veía el contorno de su semblante gracias al relente de la luna llena que se colaba por la persiana, no bajada del todo.- Hasta me ha sabido bueno.
- ¿Ah sí? ¿Los quieres en la carita también?- jugué, alzando las piernas y doblando las rodillas hasta ponerlos a su altura.
- Atrévete- me retó.

Estiré uno de mis pies y le toqué la punta de la nariz con el pulgar, él hizo ademán de morderme.
- Te huelen a queso.
- ¡No es verdad! Mis pies son de Cenicienta.- me hice la ofendida.
- De Cenicienta olorosa- rió bajito para no despertar a mis padres.

En venganza de ese comentario, coloqué mis dos pies sobre su jeta y él respondió lanzándose sobre mí haciéndome cosquillas.
- ¡Para, para, por favor! ¡Lo retiro, lo retiro!- gemí, intentando no hablar muy alto.
- ¿Retiras el qué?
- Lo que he hecho. No lo volveré a hacer.

Tenía su rostro a escasos centímetros sobre el mío y no vi venir el beso. Era lo que menos hubiera esperado de Sergio.
- ¿Qué haces?- pregunté enfadada, apartándole de un empujón.
- Lo siento. Lo siento, Ruth. Será mejor que vaya a dormir al sofá.
- Sí. Bien.

Se levantó y de puntillas, se deslizó fuera de la habitación.

Soñé un verano que se hiciera eterno...Where stories live. Discover now