52. Mi suerte la usé en encontrarte

112 9 3
                                    

~ VILLA ~

Había estado increíble. Tan increíble que los cuatro nos quedamos en silencio. Había logrado que se nos encogiera el corazón. Su voz era como una lágrima de almíbar, parecía delicada y dulce, casi como una voz de nana, pero también se rompía y se alzaba. Tenía presencia escénica. La letra nos había depositado al borde de la emoción. O no tanto la letra, sino la interpretación. Ella, su guitarra y su magia misteriosa.
- ¿Se puede echar para atrás?- preguntó Isaza.
- Hasta que no termine y cuelguen el vídeo no- contesté, buscando alguna otra opción de ver de nuevo a Ruth.
- Menuda genia... Esa canción no nos la había mostrado- comentó Simón.
- Vamos a llamarla para darle la enhorabuena- exclamó Martín.
- Mejor la llamamos más tarde, ¿no? Ahora irá a festejar con las amigas- opinó Isaza- ¿Qué piensa, papo? Se ha quedado muy callado.
- Sí, me parece bien esperar- respondí todavía con un pellizco en las entrañas, saliendo del trance en el que había entrado.

Sin embargo, a mediodía fue ella la que llamó a Isaza. Estábamos los dos en mi casa.
- He recibido críticas de Sergio y de otras personas, pero no me puedo ir a dormir sin la tuya- oí que le decía a Isaza- ¿Has podido verlo?
- Claro, no podíamos perdernos ese derroche de talento femenino. Lo vimos juntos y mire, acá tengo a Villa.
- ¡Enhorabuena, Ruth! Teníamos previsto llamarte cuando terminaran de celebrar. Les diremos a los Vargas que la llamen porque querían hablar contigo.
- ¡Sí, por fa! Me encantaría hablar con ellos. Y no os creáis... hemos podido celebrar poco. No hemos dormido mucho esta noche. Estamos agotadas. Ya no somos unas jovenzuelas trasnochadoras. Bueno... Un poco sí, pero no hoy- rió.

Desvió la cámara del móvil y pudimos ver a María y a Bea durmiendo en el sofá.

Luego volvió la cara sonriente de Ruth, que se desplazaba a oscuras por la casa, hasta la cocina.
- ¿Y entonces qué? He desafinado mucho al principio... Por los nervios...
- Ligeramente. No se ha notado. Has estado fantástica- le dijo Isaza - Necesitamos que saque disco ya.

Ella se rió de nuevo. Eso me enamoraba de ella. Siempre se reía.

- Bueno para ser la primera vez, he quedado contenta. Tengo mucho por mejorar todavía...
- Has avanzado mucho. Dominas perfectamente tus cuerdas vocales.- apunté.
- Eso se lo debo a Eva. Ella me ha estado enseñando...
- ¿Y la letra? Explíquenos quién la inspiró.- pregunté.
- Es una historia triste...
- A su voz le queda perfecta. Transmite mucha ternura.
- Gracias, Isa. Eres un amor. La letra cuenta la historia de una mujer que conocí en la Cañada y por eso me parecía que era la que tenía que cantar hoy. Ella me contó que cuando era niña, sólo tenía a su madre porque su padre murió de tuberculosis. Así que su madre se la pasaba trabajando en mil sitios y sólo la veía por la noche, cuando llegaba cansada, pero siempre reservaba una sonrisa, una caricia y una canción para su hija. Pero un día, su madre no volvió, como tantas otras. Un hombre la mató cuando volvía de camino a casa y su hija siguió asomándose a su ventana cada noche, por si la veía volver de lejos.

Era aún más triste de lo que habíamos imginado. Creímos que se trataba de un desengaño amoroso, pero una vez explicada la historia, la melodía adquiría nuevos matices. Estaba deseando escucharla en directo, a viva voz, quizás por eso, la llegada de abril se me hizo eterna. Pero llegó.

Durante los días previos al viaje a nadie le pasó desapercibida mi alegría desbordante. Acudí todos los días al gimnasio con una motivación enorme, hacía bromas a mis amigos todo el tiempo, me cuidaba la voz con amargas infusiones de jengibre, abrazaba a mis padres...
- Cómo que le pone muy feliz regresar a España ¿cierto?
- Me pone feliz la vida, mamá. No puedo pedirle nada más.
- ¿No me va a contar? Le conozco. Ésa es alegría de enamorado...
- Enamorado de la vida, ya le dije- me escabullía.

Sin bien era cierto que Ruth y yo no éramos más que amigos (aunque seguía prefiriendo llamar a Isa que a otro de nosotros cuatro), el hecho de volver a verla sin medios telemáticos de por medio, de sentirla cerca, escucharla sin filtros, que su perfume alcanzara mi nariz... Me hacía el hombre más feliz sobre el planeta Tierra. No le había mentido a mi mamá. Sólo por conocer a Ruth y disfrutar de su compañía, me consideraba un hombre con suerte.

Llegamos a Madrid por la mañana, muy temprano. Habíamos conseguido dormir en el avión, pero estábamos cansados. Habíamos quedado con Ruth al día siguiente por la tarde y no podía creer que, después de tanto tiempo sin vernos, tuviera que seguir esperando.
- ¿Y por qué no quedar ya esta tarde para tomar unas cañas?- propuse a la banda.
- Córtese un poco, papo. Todos sabemos que se muere de ganas de ver a Ruth, pero no sea tan evidente con ella- se mofó Martín.
- Y no se olvide que vino a trabajar. No me la haga, Juan Pablo- me advirtió Pedro con una sonrisa.

Ante la falta de interés, llamé a María. No quería ser tan "evidente" con Ruth y llamarla a ella directamente. Pero su amiga tenía el don de leerme las intenciones.
- Esta tarde iba a estar en La Cañada con un equipo de voluntariado, limpiando una casa, creo... No me hagas mucho caso... Y si pregunta, yo no te he dicho nada.

Les conté a mis amigos los planes y no estaban por la labor de acompañarme, pero insistí tanto que Marto accedió.
- ¿Qué me da a cambio?
- Todos los abrazos que quiera.
- ¿Abrazos de Villaco? Dale, voy contigo.

Ése es mi amigo.

Nos vestimos con la ropa más vieja que llevábamos en las maletas, dispuestos a ser parte de aquel equipo de limpieza creado para limpiar la que, supusimos, era la casa de la abuela Teresa.

Atravesamos Madrid hasta llegar a la Cañada Real y nos encaminamos hacia la casa. Una gran cantidad de vecinos se arremolinaban alrededor y el equipo de voluntariado iba y venía con bolsas de basura hacia los contenedores.
- Disculpe. Ruth, ¿está acá?- pregunté a uno de los muchachos que salía en ese momento.
- ¡¡¡Ruth!! ¡En la puerta preguntan por ti!!- gritó, volviéndose hacia el interior.

La vimos acercarse con el garbo que la caracterizaba. Llevaba un delantal vaquero y unos guantes de fregar. Estaba despeinada. Se había recogido el cabello con un lapicero y varios mechones le caían sobre el rostro. Pero igual, estaba preciosa.
- ¿¡Vosotros?! ¿¡Pero qué hacéis aquí?!- nos saludó con alegría y nos abrazó con los brazos, sin que sus manos llegaran a tocarnos. Después nos condujo hasta el poyete de la iglesia del barrio y se quitó los guantes.
- ¿Cuándo habéis llegado?
- Esta mañana, a las siete. Y ya nos aburríamos en el hotel y Villa y yo nos dijimos "Vamos a ver a Teresa a la Cañada" y aquí estamos- mintió Martín como un bellaco, pero ella no pareció darse cuenta.
- Ay, qué lástima... Le hubiese encantado veros. Teresa nunca olvida una cara. Esta semana está en el hospital. La ingresaron con un cuadro psicótico a la pobre. Y la única manera de que el Ayuntamiento le ponga a alguien que le eche una mano, es que la vivienda esté medianamente limpia. Ha costado convencerla... No podíamos hacerlo sin su autorización... Y bueno, no sabemos cuánto tiempo más vivirá aquí. Lo más seguro, después de esto que le ha pasado, es que sea tutelada por la Comunidad de Madrid y... No sé qué pasará entonces... - se miró las manos, rojas por los guantes y la humedad y suspiró- Pero bueno, no hablemos de cosas tristes... ¿cómo estáis?- puso una mano sobre mi rodilla- Villa, que todavía no te he oído esa voz tan bonita que tienes... Claro que no os estoy dejando hablar...
- No, pues nada. No te queremos entretener. Podemos echar una mano.-dije, disimulando lo contento que estaba de verla. ¿Me podía gustar más?
- Ah no, ni hablar- frunció el ceño y negó con la cabeza.
- ¿Por qué no? - preguntó Martín.
- Porque no. Porque venís de un viaje largo, mañana comenzamos con cosas y no tenéis por qué hacerlo.

Agarré los guantes que había dejado sobre el poyete y me remangué las mangas de la camisa.
- Intenta impedírnoslo- la reté, levantándome y caminando hacia la casa.
- Villa, no. ¡Villamil! ¡Juan Pablo Villamil, para!- la oí gritar tras de mí.

Soñé un verano que se hiciera eterno...Where stories live. Discover now