Rondo Capriccioso in E minor. Lado B

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Anoche comprendí que el mundo entero puede caber en la palma de la mano. Bueno, no precisamente el mundo entero; pero lo que yo consideraría mi mundo. Quise decir tantas cosas en ese momento, pero con el corazón errático y el alcohol trabando mis palabras no logré que algo coherente saliera. Aún tengo mucho por decirle, aún tengo mucho que quiero ofrecer.

Por supuesto, al llegar a casa, Fee (he perdido el gusto de llamarle mamá, porque me he dado cuenta de lo poco que ha hecho ese papel últimamente) me ofreció una sonrisa vacía, con sus ojos grises que cada vez parecen más oscuros. Me he dado cuenta de que algo ha cambiado; es una especie de náusea, y lo descubrí al llegar a casa. Sartre lo explica muchísimo mejor, por supuesto, pero supongo que lo único que puedo hacer es tratar de adaptar aquella explicación a la epifanía que tuve en el momento.

Al llegar a casa, Fee estaba leyendo en la cocina, como es costumbre; tardó unos segundos y reajustar sus lentes y alzar la mirada hacia donde yo me encontraba. Su sonrisa de lobo estepario y aquella mirada que podía ser descrita únicamente por Hesse causaban siempre en mi pecho un dolor inexplicable. Un instinto de protección, porque creía que era mutuo. Que ella daría la vida por mí de la misma manera que mi padre, muy a su trágica manera, lo hizo.

"Lu, ¿qué tal te fue?" Me gustaba la manera en la que Fiona al menos pretendía preocuparse por mi vida, y eso es algo que considero que se debe apreciar específicamente de parte de alguien que está tan vacío por dentro que poco de emoción o sentido de la realidad tiene. Después de todo, Fiona al menos se esforzaba en pretender, tal vez eso era suficiente; pero, de nuevo, había una disputa en mi mente, enfocada en pretender que aquella era mi madre, que tal vez había sido muy dura con ella. Que ella lo había pasado muy mal también, que tal vez hubo algo en su infancia que la hizo actuar de esa manera. Tal vez, luego de una conversación, las cosas entre ella y yo serían mejores. 

Los recuerdos de la noche anterior llenaron mi cabeza y no pude evitar que el sonrojo y la sonrisa llegaran a mi rostro; pensar en Catalina, en la manera en la que habíamos conectado, en la promesa implícita que eso supuso, hacía que mi pecho se llene de una sensación extraña, una sensación que me ahogaba un poco, pero hermosa de cualquier manera. Como mi ritmo cardiaco cambiando de pronto de orden, el BA-dum BA-dum BA-dum pegaba un brinco, y se convertía en un DUM-ba.

"Bastante bien, de hecho. Lo normal en las fiestas, Ma." Pero no era lo normal, yo había descubierto un nuevo sentido en el que el sol brillaba. Sobre todo, la angustia que había corroído mi cuerpo hasta ese momento se había ido. Me sentía libre. No dejaba de revisar el celular por si es que ella me escribía, controlando a mis dedos de escribir algo que sería muy intenso en tan poco tiempo.

"Te veo bastante feliz, me alegra. Hablé con los Carsons, me contaron que estuvo en la misma fiesta. Dime, Lu, ¿será que él es motivo por el que estás tan feliz?" Fiona me sonreía, pero había algo extraño en eso. Era más como si estuviera aliviada, como si una preocupación pendiente pareciera desaparecer de su mente; pero estaba demasiado feliz como para prestarle atención a lo que implicaba.

"Él no, precisamente." De nuevo, la sonrisa llegaba a mi rostro.

"Entonces sí se trata de alguien... Debe ser bastante especial para que estés así de feliz." Fee me sonreía honestamente, y sentí que podía confiar en ella. Sentía que era mi madre de nuevo. Al menos, el que la noche anterior me hacía creer que existía la posibilidad de que, tal vez, solo tal vez, las cosas no eran tan malas como yo las tenía en la cabeza.

"Lo es, es bastante especial." No quise mencionar más acerca de ella, quería que sea algo mío, algo verdaderamente mío, algo que hacía que mi cuerpo se sintiese vivo de nuevo. No hablo en absoluto de posesividad, porque las personas no pertenecen a otras; pero aquello era mi cura secreta, mi as bajo la manga. El tacto de Catalina y los sentimientos que despertaban en mí eran demasiado sagrados como para que quisiese compartirlo.

La Intimidad Del Tacto LeveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora