Adagio in G minor. Lado B

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No sé por cuánto tiempo estuve corriendo, ni sé qué tan lejos fui. Solo recuerdo las lágrimas en mis ojos y el dolor en las pantorrillas. Si me preguntaran, tampoco sabría bien explicar por qué decidí escapar. Creo que fue algo casi natural, una fuerza extraña que controlaba mis movimientos. Paredes que cuidadosamente había forjado destruidas, y no quería quedarme el suficiente tiempo para notar la decepción de la chica que había estado en mis sueños últimamente.

Si me hubiese encontrado con cualquier otra persona, la historia sería diferente; pero fue precisamente el hecho de que consideraba mi vínculo con Catalina casi sagrado que no pude evitar alejarme lo antes posible de ver ese gesto de decepción. ¿Cuál había sido mi error en un principio? ¿Haber conocido a Jaime en aquella fiesta? Tal vez era algo que se remontaba mucho atrás, algo tan simple como el no haber derramado una sola lágrima en el funeral de mi padre, para hacerlo tímidamente en la comodidad de mi habitación, donde nadie me escuchaba.

La verdad es que nunca habría una respuesta a la pregunta, y eso era algo a lo que tenía que acostumbrarme; pero, ¿a qué se debía la crueldad del tiempo? Porque tuvo que ser precisamente en ese instante, en el que yo salía del baño dirigiéndome a continuar la clase, cuando esos ojos verdes y cansados tuvieron que verme en el peor momento posible. El tiempo era cruel, y para este momento aquello ya habría sido demostrado incontables veces en mi vida. 

Pronto, el correr ya no tuvo sentido, estaba lo suficientemente lejos. Tomé conciencia de lo que me rodeaba, estaba en un parque. El sol estaba brillando en el cielo, casi burlándose de mí; cualquier persona diría que era un hermoso día, con el cielo despejado. Me senté en una banca a la que le daba la sombra un par de árboles.

Sinceramente, aún no procesaba por completo todo lo que había pasado, pues el día había iniciado de manera completamente normal, con el típico viaje en bus en la mañana y los silencios cómodos. Apreté fuertemente los ojos, cerrándolos y deseando encontrarme en un lugar lejos, muy lejos. Lejos de mi familia, lejos de mis amigos, lejos de todo; con un nombre que yo escogiera y la oportunidad de comenzar de cero; pero ¿era esto lo que realmente quería? En el fondo sabía la respuesta, y lo que deseaba con más ansias era ser capaz de vivir libremente; dejar de una maldita vez ese polvo blanco, llorar por lo que debí llorar, velar lo que debí velar. Quiero mi libertad; ¿quiénes diablos se creen todos para arrebatármela de esa manera? El problema sería mucho más sencillo si no se tratase de personas que quiero, porque entonces podría irme cuando lo quisiera, dejar la vida que había llevado exactamente por ellos.

Ja ja ja. No es del todo por ellos, debo aceptarlo de una vez por todas. Me gusta ser vista como "la chica perfecta" "la alumna responsable" "la hija abnegada"; pero tengo tantos sueños dentro, tantos que siento que a veces las visiones de cristal saldrán en una tormenta por mis oídos. Tengo que recordarme a mí misma por qué lo hago, tengo que recordarme por qué tomé esa decisión en primer lugar. Fue por ellos. No me perdonaría en absoluto que algo les pase a ellos.

Pero también estaba aquella chica, con su nuevo aroma a vainilla y madera mezclado con su usual olor a tabaco. Estar a su lado era como sentir la libertad en carne propia.  Sin embargo, la había cagado enormemente; ahora mismo debería estar pensando pestes sobre mí; pero no sería capaz de hacerlo, ¿cierto? No, ella no era así; pero tampoco era como si la conociese demasiado.

El tumulto de emociones y pensamientos llegó a mi garganta, y a mis ojos, y pronto estaba derramando lágrimas en un parque a solas. No podía moverme de ahí; no solo no tenía la fuerza física para hacerlo pues las piernas dolían demasiado por haber corrido, sino también sentía que la pequeña burbuja en la que estaba se rompería a penas volviese, cabizbaja, arrepentida, como el hijo pródigo.

La Intimidad Del Tacto LeveWhere stories live. Discover now