Allegretto in C major

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Mientras los días pasaban, mi vínculo con Azul se hacía cada vez más sólido; y eso contribuyó a que empecemos una pequeña rutina, los días que me tocaba ir al campus, que usualmente eran todos de lunes a viernes, a menos que me encontrase indispuesta para ir (porque, sí, los días malos, incluso con la mejor de las compañías no desaparecen). Azul no preguntaba por ellos, de la misma manera en la que yo no preguntaba al verla terriblemente cansada y dormía con la cabeza pegada a la ventana del bus al regresar. Era un pacto implícito, pues respetábamos el hecho de que cada una tenía secretos; y, en caso los deseásemos compartir, la otra estaría para escucharlo en el momento preciso.


El trayecto en bus era algo agradable, porque cada quién hacía lo suyo sin interrumpir a la otra; pero, a la vez, disfrutábamos la compañía de la otra. Si yo, por ejemplo, decidía dibujar caras de la gente en el bus, Azul se dedicaba a escribir acerca de ellos; si yo me encontraba absorta en la música que escuchaba, azul se encontraba mirando el paisaje o leyendo alguno de los gruesos libros que siempre cargaba. Me acostumbré de inmediato a su presencia, y parecía que ella había hecho lo mismo con la mía.

Este día en particular, ella volteó a verme. Dejé el dibujo un poco de lado para enfocarme en ella; había bajado mucho de peso y sus pómulos estaban más marcados que antes; pensé en preguntarle por eso luego. Sus ojos estaban tan brillantes como siempre, junto con la sonrisa que ahora ni siquiera se me ocurría tomar como irritante. Yo seguía fingiendo desagrado cada vez que ella invadía mi espacio personal, pero ella sabía que se trataba solo de un juego.

Se acercó a mi dibujo y miró hacia el señor que se encontraba con un gesto de completa molestia probablemente de camino a su trabajo.

"Así es tu rostro siempre" me dijo mientras señalaba al hombre en frente de nosotras. La miré con un falso fastidio, y continué dibujando mientras reía levemente. Tenía, como usualmente hacía ahora, un solo auricular puesto, por si ella quería dirigirme la palabra. Este día, parecía bastante inquieta, pues ni el paisaje ni el libro grueso en su regazo evitó que volteara hacia mí para hablarme.
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"¿Qué escuchas?" trataba de ver la pantalla de mi celular, pero rápidamente lo oculté, por lo que hizo un puchero, el hoyuelo de su mentón marcándose aún más. Luego de unos segundos de fingir que aquello me molestaba, le pasé el otro auricular.

"Nat King Cole, ¿quieres escuchar?"

Aceptó silenciosamente y tomó el otro auricular, mientras las trompetas llenaban nuestros oídos.

"Ansiedad, de tenerte en mis brazos

Musitando palabras de amor

Ansiedad, de tener tus encantos

Y en la boca, volverte a besar"

El  aire se llenó de cierta tensión que no pude identificar; pero, sea lo que hubiese sido, Azul se encargó de hacerlo desaparecer; y entonces no supe si me encontraba aliviada o decepcionada por aquella acción. Volteó a verme con una media sonrisa antes de hablar. "Royce tenía razón, no solo hueles a señora vieja, también escuchas música de señora vieja." Me reí en respuesta, y el trayecto en el bus terminó con nosotras escuchando la canción "Quizás, quizás quizás". Al entrar por la puerta principal, los porteros nos saludaron y entonces nos despedimos y fuimos cada quien por su camino, ella a su clase, yo a reunirme con Royce y Matt. Si bien era cierto que, al ser más cercanas ahora, conocía algunos detalles de ella; la conversación que prometimos al lado del sicomoro seguía pendiente; la oportunidad simplemente no se había dado.

La Intimidad Del Tacto LeveWhere stories live. Discover now