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Había decidido que lo que mis ojos veían no era parte de un sueño o mejor dicho, había sido obligada a reconocer que ese lugar se veía muy real. Un desgraciado insecto me había picado y dolía como nadie tenía idea. No sabía qué era aquel bichejo de color azul brillante pero estaba segura de que no era nada bueno. Sara había limpiado la herida he intentado que el dolor se fuera pero nada ocurrió, ni siquiera con los mejunjes de hierbas que ella había hecho para ese tipo de casos.

-Necesitamos un médico.- Murmuró con preocupación.

-Estaré bien, no podemos pagar los servicios de un médico.- Intenté que entrase en razón pero negó.

-Ya veremos cómo pagamos.- Aseguró.- No se mueva, iré por él.

No esperó una respuesta de mi parte, solo salió de la casa lo más rápido que pudo y tuve que esperarla allí tal y como lo había indicado. La picadura había comenzado a enrojecerse y a arder, si seguía así lo más probable era que tuviesen que cortar mi brazo. El dolor se extendió como la peste hasta cubrir todo mi cuerpo, causando que mis párpados pesaran y que toda luz y sonido, desapareciera de mí alrededor.

-Dalila...- Escuché aquel susurro cerca de mi oreja.

-¿Quién eres?- Pregunté confundida, intentando guiarme en aquella oscuridad.

-Despierta.- Aquella persona besó mi mejilla y se alejó, llevándose consigo todo aquel malestar y oscuridad.

Comencé a abrir mis ojos con lentitud y pesadez. Agradecí a la vida por aquella tenue luz que iluminaba la estancia pero no maltrataba mis frágiles ojos. Un fuerte olor a especias y plantas golpeó mi nariz con brutalidad, aquella peste iba a lograr que mi cabeza explotara si seguía oliéndola.

-Ha despertado.- Afirmó la voz de un hombre.- Voy a revisarla, intente no moverse.

Quien creía que era el médico, terminó de revisarme y aseguró que no había mayor riesgo. Tenía que tomar el agua hervida de aquellas apestosas plantas pero fuera de eso estaría bien o al menos eso había dicho aquel hombre de edad avanzada.

Como pude me levanté y acomodé mi cuerpo en lo que ya había bautizado como mi cama. Tenía que encontrar a aquel conde y obtener respuestas pero no sabía cómo.

-¿Podría decirme el nombre de la reina?- Pregunté por curiosidad mientras examinaba y me decidía a beber el contenido de la copa.

-¿La eterna reina?- Asentí.- La reina Elizabeth de Edevane.

No pude evitarlo, el líquido no quiso ceder y mi tos no podía volver a su lugar por lo que el agua de hierbas asquerosas salió disparada de mi boca. Ella se veía extrañada pero como pudo dio golpes en mi espalda hasta que la tos se fue.

-¿Elizabeth?- Pregunté y asintió segura.- ¿De Edevane?

-Que sí. Pareceré vieja pero mi memoria no se equivoca.- Aseguró.

-Es que... la conozco.- Sus ojos se agrandaron y prestó su completa atención a mis palabras.- Ella me envió.

-Oh, mi Dios.- Susurró.

-Dijo que buscara al conde charlatán.- Ella asintió con el ceño fruncido.

-Donde único podrá encontrar respuestas es en el castillo. Mañana al amanecer la llevaré.- Negué con la cabeza.

-No es necesario.- Esa mujer no parecía querer ser tratada como una persona mayor.

-Cuando se trata de los eternos reyes, mi lealtad y servicios están disponibles.- Aseguró.- Oh, los mejores reyes que estas tierras han tenido.

Ella seguía murmurando cosas por el estilo mientras se alejaba de donde me encontraba. No podía ser cierto, reyes... La pareja perfecta de la ciudad eran reyes en la época medieval. No, no, algo en las hojas me había hecho efecto y todo lo escuchado era mentira. Sí, eso debía ser.

En un vano intento por apagar mis pensamientos me dispuse a dormir pero eso no surgió efecto hasta horas después, cuando por fin mi cuerpo se sintió cansado y mi mente me dejó descansar. Se estaba convirtiendo en algo habitual soñar con aquellas voces de fondo y debía admitir que era perturbador.

-Dalila...- Sara movió mis hombros hasta que mis ojos comenzaron a ceder.- Es de día.

Se suponía que debíamos ir al castillo para buscar información sobre aquel conde y eso haríamos. Me desperecé lo más rápido que pude y sin desayunar salimos hacia el punto más alto, donde se alzaba el imponente castillo. El castillo desde lejos tenía una belleza única pero a su vez, de éste emanaba un aura misteriosa y atrayente.

-Huele a historia.- Murmuré para mí. Ese lugar debía de tener cientos de historias que nadie más que las personas que allí vivían conocerían.

El camino al castillo no era lejano pero debíamos pasar por las casas y puestos del centro del pueblo y subir una pequeña cuesta. Una vez en la cima de ésta, podríamos decir que nos encontrábamos en el enorme patio del castillo.

-Ah, ya soy mayor para esto.- Se quejó ella una vez que llegamos a arriba.- Vamos a dentro.

Esa mujer no parecía tener miedo a ser empujada, caminó hacia el interior del castillo sin siquiera mirar al par de soldados que cuidaban la entrada. Claro está, no tenía pensado quedarme allí observando cómo desaparecía, por lo que avancé con ella aunque unos pasos más atrás por si acaso.

-Saludos, necesito hablar con el rey.- Informó Sara a una de las mujeres que allí se encontraban aseando las escaleras.

-El rey Arturo se encuentra reunido con otros hombres, ¿es importante?- Ella asintió de inmediato.

-La reina Elizabeth ha enviado una mensajera.- Pronunció. A la mujer pareció que se le saldrían los ojos, se levantó a toda prisa y corrió por la entrada que se encontraba bajo las escaleras.

-¿Cuál mensajera, Sara? Ella no me dio ningún mensaje.- Masajeé mi tabique, intentado que mi nerviosismo no se notase.

-Una mentirilla no hará nada.- Dijo, haciendo un además con las manos para que le perdiera la importancia.

Un hombre bastante maduro apareció y con él, la mujer que había desaparecido minutos antes. Ella siguió con sus labores y nosotras fuimos invitadas a pasar a un lugar más privado. Aquel señor parecía se agradable pero siendo rey y en esas épocas, más de un tipo de sangre debían manchar sus manos.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Where stories live. Discover now