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Pov Reli

-¿Qué he hecho?- Me pregunté a mí mismo mientras caminaba como un demente por todo mi aposento.- Ahora, ¿cómo voy a mirarla a los ojos?
 
Me había dejado llevar por mis impulsos y había hablado de más. Desde que Dalila se había escabullido entre mis brazos y yo había ingresado en mi habitación, los recuerdos de mis acciones y palabras dichas esa noche me habían llegado de golpe.
 
-Incluso la besé sin su consentimiento.- Murmuré con frustración.- Y le dije que la haría mi esposa.- Recordé, perdiendo por completo mi autocontrol.
 
No podía creer lo que había hecho, yo no era así. Jamás había sentido coraje al ver a una de las mujeres que me visitaban, compartir con otros hombres. Por supuesto, ella no era ese tipo de mujer pero… Jamás había querido golpear tanto a una persona como lo hacía con ese Heit. En esos momentos comprendí a la perfección al rey de Britmongh, entendí su malestar cuando llegué al castillo para acercarme a la que sería su futura esposa y reina. Sobre todo, comprendí lo que él debió sentir cuando la reina, en dos ocasiones, estuvo en manos del fallecido líder de Vurshka y lo aterrado que debió sentirse cuando ella no estaba a su lado mientras huía por los bosques para no ser asesinada.

Tenía tantas emociones y prácticamente todas eran desconocidas para mí. Sí, sabía perfectamente cómo debía tratar a una mujer cuando quería intimar con ella pero Dalila era distinta, ella no caía en mis encantos y prefería mantener las distancias conmigo.
 
-¿Qué mierdas he hecho?- Pregunté nuevamente en voz alta, utilizando aquella palabra que parecía ser grosera y que solía utilizar la reina cuando estaba molesta o frustrada.
 
Cerré los ojos y respiré en varias ocasiones de manera pausada para controlar el temblor de mi cuerpo. Al abrirlos, lo primero que vi fueron aquellos cabellos que ella llamaba rizos, cayendo cerca de su rostro y encima de sus hombros, mientras mostraba su enorme sonrisa y sus ojos brillantes me observaban. Volví a cerrar los ojos y moví la cabeza de un lado a otro, ella no podía haber ingresado.
 
-Incluso estando despierto la imagino.- Murmuré, confirmando que me encontraba solo.- Al menos ya no tendré que mostrar indiferencia, ahora podré cortarle las manos a ese pretendiente y ella no podrá odiarme.
 
Con lentitud, acomodé mi cuerpo en el colchón y coloqué mis brazos detrás de mi cabeza. El techo que se encontraba sobre mí parecía más interesante que nunca, más aún cuando la imagen de sus ojos aparecía en él.
 
-Estoy enloqueciendo.- Murmuré, cerrándolo los ojos y dejándome llevar por el cansancio.
 
Estaba plácidamente dormido pero mi oído no estaba dañado, podía escuchar los múltiples pasos fuera de mi aposento. Quien quiera que fuese, estaba logrando desquiciarme con tanto ruido. Respiré profundo e intenté ignorar, debían estar limpiando o haciendo guardia pero al notar que no se detenían, lancé mi almohada hacia la pared y me senté en la cama.
 
-¡Suficiente!- Bramé e instantáneamente los pasos se detuvieron.
 
Murmuros casi inaudibles se hicieron presentes y con eso mi paciencia terminó por esfumarse.
 
-¿Señor?- Preguntó una mujer después de tocar la puerta.

-¿Qué?- Respondí con brusquedad.

-La señorita…- Al escuchar a quién se refería me levanté y abrí la puerta de golpe.

-¿Qué le ocurre?- Aquella mujer estaba pálida.

-Usted dijo que le avisáramos si aquel joven volvía y…- No hizo falta que continuara.

-¿Se fue con él?- Pregunté sin detenerme.

-No señor, se encuentran en los escalones.- Me informó.
 
Dalila… Esa mujer iba a terminar de enloquecerme si seguía recibiendo visitas de ese pretendiente. Mis sirvientes se colocaban con las espaldas recostadas en las paredes, dejándome pasar sin ningún tipo de inconveniente.

Podía verla desde la lejanía, ella estaba de pie en los escalones y suponía que él también, siendo protegido por el pequeño cuerpo de Dalila. Me molestaba de sobremanera que él estuviese cerca de ella, disfrutando de su aroma o tan solo viendo sus delicadas facciones. Detestaba que ella sonriera con ese pretendiente llamado Heit, que sus ojos brillaran cuando estaba a su lado y que conmigo solo mostrase el ceño fruncido y liberase esa lengua venenosa.
 
-Conde.- Saludó aquel hombre al notar mi presencia. Tan pronto él pronunció esas palabras, el cuerpo de la señorita se tensó por completo.

-Creí haberle dado órdenes.- Hablé por lo bajo, intentando ocultar mi malestar.

-¿Qué órdenes?- Preguntó ella con confusión.

-No se preocupe, no es nada.- Le dijo aquel hombre mientras tocaba su mano.
 
No tenía idea si lo había hecho para provocar una confrontación o si fue por acto reflejo pero solo había bastado una mirada por mi parte para que se alejara por completo de ella. Para ese momento mi malestar ya era más que visible y no me molestaba en ocultarlo, le había advertido a la señorita que no sería mi cabeza la que rodaría por toda Europa y parecía no tomarme enserio, cosa que me descontrolaba aún más.
 
-Vaya a sus aposentos.- Le ordené a la mujer que se encontraba a mi lado.

-No.- Respondió, provocando un bufido involuntario.

-Dalila, de usted dependen muchas cosas.- Le advertí. No me iba a importar si el pretendiente perdía la cabeza o era azotado, ese hombre no era de mi agrado.

-Imbécil.- La escuché murmurar por lo bajo y deseé voltearme a verla para poder ver cómo me insultaba.
 
Ninguno de los dos hablamos hasta que estuvimos seguros de que ella había desaparecido por completo. Era una mujer indomable, muy inteligente y astuta por lo que tenía que tener cuidado con lo que hacía o decía en su presencia.
 
-¿Acaso no le di órdenes?- Pregunté con acidez.

-Conde, con todo respeto, ella no es más que su protegida.- Ese gusano había pisado donde no debía.

-Heit…- Sonreí con frialdad.- Le daré un consejo. Si no quiere perder sus manos, ojos y lengua, no vuelva a acercarse u observar a mi mujer.

-Dalila no es suya.- Aseguró.

-Soy su conde, no cruce los límites. Aún continúa respirando porque soy consciente del aprecio que ella siente hacia usted pero no provoque mi ira.- Intentaba parecer tranquilo y transmitir un mensaje fuerte y claro.- Será mejor que se vaya haciendo a la idea de que Dalila será condesa.
 
Pretendía irme tranquilamente hacia mi despacho y esperar a que el desayuno estuviese preparado pero algo hizo que mis pies cesaran sus pasos. No, él no había dicho aquello.
 
-Repítalo.- Ordené, sin haberme girado hacia él.

-He dicho, conde, que he besado a la señorita Dalila en más de una ocasión y que pretendo hacerla mi esposa.- Escupió.
 
Jamás en mi vida había golpeado a alguien porque no había tenido la necesidad y el coraje para hacerlo. Había sido un cobarde que se escondía en su castillo y esperaba que todo se calmara antes de salir pero estaba decidido a cambiar aquello. Solo pude girarme hacia él y sonreír antes de perder la cabeza y lanzar mi puño en su dirección, golpeando su cara con mis nudillo y perdiendo todo el control. Había dejado que toda la frustración y coraje que había soportado durante todos aquellos días se manifestasen e hicieran lo suyo, eliminar la amenaza.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora