🌸37🌸

1.3K 121 5
                                    

Pov Reli

Me había dormido y no sabía en qué momento. Dalila lo había vuelto a hacer, con tan solo acariciar mi cabello me había vencido. Ella simplemente tenía poder sobre mí y pese a ser algo nuevo para mí, me gustaba.

Ella seguía acariciando mi cabello sin importar cuánto tiempo hubiese estado durmiendo. Debía dolerle el brazo, de eso no había duda. Me moví un poco mientras simulaba seguir durmiendo y coloqué mi brazo sobre lo que me pareció que era su cintura. Ella había dejado de acariciarme por algunos momentos pero luego había retomado la acción, una vez que me había acomodado. Amaba a esa mujer que se había convertido en mi esposa. Oh, ¿cómo olvidar aquel momento en que me había aceptado? Estaba tan confundido, nervioso y feliz que no supe cómo reaccionar hasta momentos después y el día de la boda... Dalila lucía realmente hermosa el día de nuestra ceremonia y no era por el vestido, aunque éste resaltaba su figura y facciones. Ella era hermosa hasta con un pedazo de tela desgastado y eso era porque mi esposa brillaba con cualquier cosa que se pusiera.

Aún podía sentir su cuerpo desnudo sobre el mío y cómo reaccionaba bajo mi tacto. Sus gemidos, suspiros e intentos por no gritar, me habían vuelto un demente. Su cuerpo me pedía que lo reclamase y yo estaba más que gustoso, siempre lo estaba si se trataba de ella. Jamás había tenido una relación íntima tan placentera y duradera como con ella. Dalila, hasta ese momento me había dado los mejores dos momentos íntimos de toda mi vida.

Mis oídos captaron una suave melodía proveniente de su voz, ella estaba cantando o algo muy parecido. No podía escuchar qué decía pero se escuchaba muy bien.

-Nanananaa, nananaana. Naa na naa nananaa...- Pareció estar terminando.

-Me gusta.- Murmuré con voz ronca.

-Me asustaste.- Se quejó. Lo sabía, había notado su movimiento bajo mi brazo.

-Cántame.- Pedí aún con los ojos cerrados.

Sentí movimiento a mi lado y cómo ella se acomodaba más cerca. Sentí sus manos en mi rostro y su respiración acarició mi mejilla. Ella besó el área y colocó sus labios cerca de mi oreja, en donde comenzó a cantar aquella canción que había escuchado poco antes.

-Tienes una muy bonita voz, Dalila.- Dije cuando terminó de cantar.

-Se lo agradezco, conde.- Murmuró bromista.

-Deberías hacerlo más seguido.- Abrí los ojos y observé su oscura mirada.

-Lo tendré en cuenta aunque puedo cantarte cada cierto momento.- Asentí, estaría más que gustoso de escucharla.

Mi malestar había desaparecido en su totalidad gracias a ella. La presencia del pretendiente me había descontrolado y sus palabras solo habían hecho que mis manos reclamaran su sangre. La sola idea de que Dalila me temiese había quebrado mi seguridad, me había asustado como nunca antes había temido. La amaba y lo menos que deseaba era que ella no se sintiera segura a mi lado y sin embargo, ella misma había dejado en claro que no era así.

Dalila me amaba y yo a ella, por lo que no había nada que temer.

-¿En qué piensas?- Preguntó.

-En mi esposa.- Respondí, observando sus gestos.

-Oh, ¿sí?- Preguntó mientras sus mejillas tomaban color.- ¿En qué específicamente?

-En lo bonita que se ve cuando sus mejillas toman color.- Murmuré.

-Déjame.- Murmuró, alejando la mirada.

-También cuando se avergüenza...- Continué.

-Reli.- Que bien se escuchaba mi nombre salir de sus labios.

-Pequeña flor.- Murmuré para morder mi labio.

-Vamos, la cena debe estar lista.- Su comentario causó una carcajada de mi parte, huía de mí o más bien, de la situación.

-No te veía como una cobarde.- Susurré.

-¿Le parezco una?- Asentí. La estaba provocando y no sabía cómo terminaría esa situación.

-Mucho.- Ella sonrió pero no fue una sonrisa completa, había algo extraño.

Dalila se acercó nuevamente a mí, con pasos lentos y sin alejar la mirada de mi rostro. Una vez estando cerca, ella se sentó en mis piernas mientras colocaba sus brazos sobre mis hombros, jugando con los cabellos de mi nuca. Su mirada me daba a entender que quería intimar pero la situación me mantenía alerta porque sabía que en algo estaba pensando.

-¿Parezco una cobarde?- Volvió a preguntar. Había picardía en su voz y mirada, me estaba mostrando que no era ninguna cobarde y que si ella quería, yo podía perder mi cabeza.

-Sí.- Sabía que estaba tentando mi suerte pero sus juegos me atraían y quería saber hasta dónde era capaz de llegar.

-Entonces...- Movió sus caderas sobre mí y me sentí morir.- Soy una cobarde.- Volvió a moverse.

-Dalila.- Un suave gruñido se escapó de mí sin poder retenerlo.

-¿Soy una cobarde?- Gimió cerca de mi oreja.

-Sí.- Sostuve su cintura para que el contacto fuese mayor. Si ella seguía moviéndose así y gimiendo cerca de mi oreja, terminaría por reclamarla.

-Tendrás que esperar.- Murmuró.

-¿Qué?- No podía creer lo que escuchaba.

-Después de la cena, lo que quieras.- Me guiñó el ojo y salió de mi agarre.

-Dalila, no te atrevas.- Le advertí.

-Soy una cobarde.- Ella salió de mi aposento, dejándome allí solo y con ganas de su cuerpo.

-Maldición.- Me quejé, poniéndome en pie.

Sí, cenaríamos pero la cena debía terminar en algún momento y luego sería yo quien tuviese el control de la situación. Ella estaba esperando por mí y yo no pude evitar pararme detrás de ella.

-Espero que disfrutes la cena.- Susurré cerca de su oreja.- Porque luego seré yo quien te mostrará lo cobarde que eres.

-No me intimidas.- Susurró con la voz entrecortada.

-Puedo asegurarte que lo que busco no es intimidarte.- Me acerqué tanto a ella que mis labios rozaron su oreja.- Lo que busco es que tu cuerpo pida a gritos mi tacto y por lo visto, ya está sucediendo.

Su cuerpo tembló por el leve contacto que había tenido mi mano en su cintura y su respiración se volvió irregular al escuchar mis palabras. Era una promesa, le iba a mostrar lo que un conde le podía hacer a su esposa cobarde.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora