🌸06🌸

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Él no bajaba la mirada y yo tampoco tenía planeado hacerlo, había perdido mi tiempo y eso me molestaba mucho.

-Basta.- Sara colocó su mano entre nosotros, evitando que siguiéramos mirándonos.

-Vamos, tenemos un largo viaje que hacer.- Murmuré.

-No, creo que encontré lo que venía a buscar.- Ella sonrió abiertamente.- Además, la reina la envió a buscarlo, ¿lo olvidó?

-Cuando regrese le diré que se lo comieron los lobos.- Respondí con simpleza.- Le diré que era él o yo y que naturalmente iba a salvar mi trasero pero que si la hace sentir mejor, no sufrió demasiado.

-Retorcida.- Murmuró el conde.

-Tu abuela.- Susurré mordaz.

-Suficiente.- Sara vuelve a hacer de árbitro.- Al menos no se falten el respeto.

-Estúpido, imbécil, idiota…- Susurré para mí.

-Dalila.- Me riñó ella.- No sé qué dice pero no debe ser nada amable.

-Estoy bendiciendo el entorno.- Sonreí falsamente.

-Más bien, parece maldecir.- Si ese conde no cerraba la boca yo se la cerraría de un golpe en la quijada.- Síganme, les mostraré sus aposentos.
 
Él comenzó a caminar y Sara lo seguía de cerca mientras que yo tomé mi espacio, quedándome un poco retirada. Definitivamente no sería una estancia agradable.
 
-Le partiré las piernas y haré salchichas con ellas. Luego se las lanzaré a los perros callejeros y me sentaré a observar cómo ese idiota es tragado.- Murmuré, caminando nuevamente hacia el pequeño edificio.
 
El interior era muy bonito y organizado, se notaba que era la vivienda de una persona importante. Mientras él caminaba, los sirvientes hacían reverencias y luego, las mujeres más jóvenes se le quedaban mirando, babeando por ese tonto que no parecía prestarles atención.
 
-Esto es ridículo.- Murmuré.

-Esta será su aposento durante su estancia.- Abrió una puerta al lado izquierdo y dejó que Sara entrase para observar su interior.

-Se lo agradezco, conde.- Ella hizo una leve reverencia y supe que me tocaría caminar sola con ese.
 
Seguí sus pasos a la distancia aunque no pareció querer darme una habitación sino que mandarme a dormir al bosque. Estaba segura de que el recorrido absurdo lo hacía para molestar, mostrando que él era el dueño y señor del lugar y que me podría llevar al sótano para matarme sin ningún problema.
 
-Su habitación, señorita.- Por fin había abierto una maldita puerta.- Espero que sea de su agrado.

-Pff.- Bufé por inercia.- Lo que diga.

-En mi época se dice gracias.- Recostó su espalda en el marco de la puerta y cruzó sus brazos.

-En la mía se dice vete a la mierda.- Coloqué en mis labios la sonrisa más angelical que pude.

-No debería decir groserías.- ¿Cómo…?- Pasé bastante tiempo con una reina molesta, sé algunas palabras.

-Déjeme aplaudirle.- Mi sarcasmo era palpable pero no parecía querer sacar su trasero de los límites de la habitación y el resto del lugar.

-Creo que entiendo porqué la envió.- Asintió distraídamente.- Para ser educada como una dama.

-No tientes las palabras de una chica que podría hechizarte sin que te des cuenta.- Amenacé.

-Elizabeth jamás enviaría a una demente o bueno, no a una completamente.- Anoté mentalmente algo importante, debía añadir su lengua a los ingredientes de las salchichas.

-Imbécil.- Susurré.

-Pronto vendrán a traerle vestimentas.- Informó.

-No es necesario.- Me negaba rotundamente.

-Si no es necesario, ¿por qué pedirle aquello al vendedor?- Había olvidado ese pequeñísimo detalle.

-No es de su incumbencia.- Me crucé de brazos lista para la lluvia de tonterías que diría.

-Lo que les suceda a ambas de ahora en más es de mi incumbencia. Amabas son mis protegidas.- Asintió secamente y se alejó del marco, cerrando la puerta tras de sí.
 
Ese hombre estaba mal de la cabeza. ¿Cómo eran posible esos cambios tan drásticos? Para colmo, con la misma persona. Tal vez esa era mi misión, monitorear y guiar a un loco y evitar la pérdida de su juicio a temprana edad.
Suaves golpes en la puerta se hicieron eco y por ella ingresó una chica de no más de veintisiete años, con un par de vestidos en sus brazos. Eran bonitos pero parecían pesados por lo que decidí ayudarla para evitar accidentes.
 
-Los envía el conde, señorita.- Me informó sin verme a los ojos.- Espero que no le queden a la perfección y sean de su agrando.- Hizo una leve reverencia y salió a toda prisa.

-No entiendo nada.- Hablé en voz alta en la soledad de la habitación.
 
Alejé todo pensamiento que tuviese que ver con el objetivo recientemente encontrado y me dirigí al espacio en el que se encontraba la bañera. Necesitaba relajarme y quitar todo rastro de mal olor o suciedad.
 
-Paz…- Murmuré cuando todo mi cuerpo estuvo sumergido en el agua.
 
Estuve algún tiempo allí hasta que noté que mis dedos estaban arrugados. Tomé la tela que hacía de toalla y me cubrí con ella mientras me dirigía nuevamente hacia donde estaban los vestidos. No sabía qué modales tenían las personas de Sdon pero definitivamente no eran los correcto. Alguien no había tocado la puerta para avisar de su presencia y yo solo estaba protegida por aquella tela. Los marrones ojos que se hicieron presentes por la abertura de la puerta, me miraban con igual o mayor asombro del que yo sentía. Poco a poco su cara fue obteniendo un fuerte color rojo y reaccionó ante la situación.
 
-Lo lamento.- Dijo cuando cerró la puerta con violencia.- No era mi intención, se lo juro.
 
Ese… ese conde… Me había visto semidesnuda. Sentí cómo mi alma abandonaba mi cuerpo y lloraba por toda la habitación por la vergüenza. Seguía allí, de pie y mirando hacia la puerta, sintiendo el calor subir a mis mejillas y orejas.
 
-Le juro que…- Corté su discurso cuando mi diablito interno me susurró que había quedado expuesta ante un completo desconocido.

-¡Te voy a matar!- Grité.
Tomé el vestido más simple y ligero, lo coloqué como pude y abrí completamente la puerta de un solo tirón. Él estaba allí, igual de colorado y no me miraba a los ojos.
 
-Cálmese…- Murmuró, viendo mis intenciones.

-Eres un maldito pervertido.- Susurré. Mi cuerpo temblaba del coraje y la impotencia, eso mezclado con la vergüenza que sentía era una bomba de relojería.
 
Debía calmarme si no quería terminar en el calabozo pero mi cuerpo fue más rápido que mi mente y buscó una solución, comencé a llorar. Cerré la puerta de un portazo y apoyé mi espalda en ella, sentándome en el suelo mientras escondía mi rostro entre mis brazos y rodillas.
 
En resumen… Los astros no estaban a mi favor.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Where stories live. Discover now