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Había un alboroto fuera de mi habitación que no me dejaba dormir. No sabía quién era el gracioso que estaba golpeando las puertas o que dejaba caer las cosas pero mis niveles de paciencia estaban desapareciendo a gran velocidad.

-¿Condesa?- Preguntó un hombre al otro lado de la puerta.

-¿Sí?- Pregunté expectante.

-¿Podría ayudarme?- En su tono de voz había un deje suplicante.

-Dígame, consejero.- Era extraño, ese hombre prácticamente ni hablaba.

-Verá, el conde...- Lo interrumpí.

-Lo siento consejero pero los asuntos del conde no me incumben.- Iba a cerrar la puerta pero colocó el pie.

-Por favor.- Suplicó.- El conde no se puede mantener en pie por el vino consumido.

-Tras que soy cuernuda, ¿debo jugar a ser su niñera?- Pregunté ofendida.

Seguí al nervioso hombre hasta que se adentró en el despacho del estúpido conde. Menudo imbécil, ahora debía cuidar del borracho que no había podido cumplir con su palabra.

-Conde.- Su consejero intentó ponerlo en pie de la silla pero él lo empujó.

-Conde.- Lo llamé y me miró con los ojos achicados, intentando descifrar quién era.- Levántese.

-Soy un conde, nadie me dice que hacer.- Dijo, aunque con unos cuantos tarros demás y menos entendible.

El consejero me ayudó a levantarlo y entre los dos lo llevamos a su dormitorio. Con todo el coraje que pude solté su cuerpo sobre la cama.

-Listo.- Hice el ademán de irme.

-Por favor, quédese.- Me pidió el consejero.

-Su trabajo es evitar que cometa estupideces como ésta.- Señalé al borracho.

-Mis disculpas mi señora pero el conde ha estado fuera de sí desde que usted se encerró, no volverá a ocurrir.- Asentí cansina repetidas veces.

-Puede retirarse.- Le dije al entender la tensión que debió sentir en esos últimos días.

-Gracias mi señora.- Hizo una reverencia y salió prácticamente volando.

Me giré hacia el borracho que estaba más cerca de volverse vino que un cadáver y comencé a murmurar maldiciones el voz baja.

-Debería irse.- Murmuró él al fijarse en mí y parecía no reconocerme.

-¿Por qué?- Pregunté con malestar.

-Va a meterme en problemas.- Suspiró.

-¿Qué?- Pregunté sin comprender.

-Va a meterme en problemas con mi esposa.- Murmuró y sentí cómo un hueco se formaba en mi estómago.

-¿Por qué?- Volví a preguntar.

-Ella está molesta.- Rio secamente.- No me mira...

-¿Qué le hizo?- Este era el borracho más fácil de sonsacar que había conocido en la vida.

-Nada.- Se sentó en la cama y me observó, volviendo a intentar enfocarme.- Será mejor que se vaya, no quiero hacerla enfadar más.

-¿Qué le hizo?- Volví a preguntar.

-Yo no...- Balbuceó.- No hice nada.- Echó su cabello hacia atrás con frustración y resopló.- No hice nada.

-Por algo debe estar molesta.- Murmuré con fastidio.

-Cree que la engañé.- Murmuró.

-¿No fue así?- Me miró con el más profundo de los fastidios.

-No. Amo a mi esposa.- Respondió cortante.- Váyase, si la ve aquí va a terminar de odiarme y...- Exhaló.

-Si no la engañó, ¿qué pasó?- Estaba a punto de llorar frente al borracho.

-Aquella mujer entró cuando me iba y...- Hizo como si se desnudase de arriba.- Y mi esposa la vio... Ni siquiera me deja acercarme, no me mira, no me habla... Nada.

Hubo unos segundos en silencio donde me dediqué a observar sus acciones. ¿Cuán creíbles eran las palabras de un borracho?

-¿Ha intentado hablar con ella?- Pregunté.

-No puedo.- Murmuró.- Está embarazada y prefiero no molestarla.

Aquello había sido otro golpe para mi pobre y roto corazón. Alejé mi mirada de él y limpié una lagrimilla traidora que había amenazado con salir a explorar mi mejilla.

-¿Cómo es su esposa?- Pregunté.

-Mi pequeña flor...- Murmuró con lágrimas en los ojos.- Es la mujer más dulce, amable, amorosa y hermosa que ha habido en toda Europa.- Susurró, limpiando su rostro. -Me conformo con escucharla hablar y observarla desde lejos, donde no pueda molestarla. He intentado acercarme pero su indiferencia duele, me mata. A veces deseo ir y abrazarla o tocar su vientre pero no puedo...- Susurró con la mirada perdida.- Yo no quería lastimarla, no la engañé, la amo.

-No sé qué decir, conde.- Mi voz había salido más baja de lo calculado.

-Debería irse.- Repitió una vez más.- Mi esposa se va a molestar si la ve aquí.

-De acuerdo.- Murmuré y salí de allí.

¿Qué tan ciertas eran las palabras de un borracho? No lo sabía pero obtendría mis respuestas cuando le doliese la cabeza.

No dormí mucho y al levantarme con un alrededor de dos pocas horas de sueño, mi humor era tan pesado que sentía odio hacia todos. Caminaba por el castillo a paso firme y al ver una figura conocida, me detuve. Él estaba caminando lento y se veía bastante jodido pero al alzar la mirada y verme, de inmediato se enderezó e hizo como si nada hubiese sucedido. Como la gran y elegante mujer de barrio que era, le hice una señal con la cabeza para que me siguiera y me adentré al despacho. Al entrar, él no se atrevía a mirarme a los ojos o a caminar más de lo debido, solo se acercó lo suficiente como para cerrar la puerta sin ningún problema.

-¿Qué tan ciertas son las palabras de un ebrio?- Al decir aquello, sus ojos viajaron a mi rostro tan abiertos como nunca lo habían estado antes.

-Dime que no dije o hice nada fuera de los límites.- Suplicó.

-Responde.- Ordené.

-No lo sé, bastante.- Estaba nervioso.

-¿Bastante?- Pregunté pensativa.

-Pequeña flor...- Murmuró.

-No me llame así, conde.- Por sus ojos pasó la desilusión en todo su esplendor.

-Dalila, por favor.- Susurró.

-¿Te acostaste con ella?- Pregunté, intentando no llorar.

-¡No!- Exclamó desesperado.- Por supuesto que no.

-¿Es cierto que me observas de lejos?- Pregunté sin rodeos.

-Maldita sea.- Murmuró, cubriendo su colorado rostro con sus manos.

Eso, siente vergüenza, maldito borracho.

-Responde.- Insistí.

-Sí.- Murmuró.- ¿Q... qué otras cosas dije?

-Que me fuera o tu mujer se iba a molestar.- Cerró fuertemente los ojos.- Que ella no te dejaba acercarte y que no te habías acostado con la suripanta.

-No mentí.- murmuró.

-Eso no lo sé.-Respondí tajante.- Si no te acostaste con ella, ¿qué hacía ahí? ¿Acaso eres doctor?- Pregunté con el veneno en todo su esplendor.- Ah, ya sé. Eres Reli Fracci, doctor tetas.

-Dalila, no seas así.- Intentó sonar fuerte y con carácter y lo logró, lo único que le había fallado fue que seguía sin mirarme.

Era un cobarde, se atrevía a verles los senos a otras mujeres pero no a verme a la cara.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora