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El quinto mes había llegado a pasos tortuosamente lentos pero seguros. Reli, en varias ocasiones había intentado ingresar a mi habitación por todos los medios que se le habían podido ocurrir. No habíamos estado separados por mucho pero él lo sentía como un mes cuando en realidad había sido un día y medio. En la ceremonia no se seguirían ningunas de las costumbres de mi época, principalmente porque jamás había tenido el objetivo de casarme allá y me parecía hipócrita abrazar unas tradiciones que no había querido antes.

-¿Señorita?- Preguntó una mujer al otro lado de la puerta.- Es hora.

-Ya voy.- Respondí.

Observé mi vestido por última vez y salí de la habitación, sintiendo cómo mis piernas temblaban. En aquellos momentos era lo más parecido a un flan o una gelatina, me costaba dar dos pasos sin que quisiese salir corriendo de allí. Podía ver a Reli desde mi posición, estaba recostado en la pared cerca de la entrada.

-Conde.- Murmuré a su lado.

El extremo de la manga de su camisa parecía muy interesante pues no había despegado sus ojos de allí hasta que escuchó mi voz. Sus bonitos ojos castaños se posaron en mis ojos por unos milisegundos y luego viajaron por mi cuerpo.

-No hagas eso.- Murmuré avergonzada.

-No puedo evitar, luces... luces hermosa.- Dijo mientras mordía su labio inferior.

-Gracias.-Susurré sonrojada.- Estás muy guapo.- Murmuré, acariciando su cabello.

Reli me ofreció su brazo para guiarme hacia el lugar en donde se llevaría la ceremonia tradicional de la época. Sería en el centro de la ciudad y todos estarían allí, incluso el peor enemigo de Reli hasta ese momento, Heit.

Tan pronto estuvimos en el centro, se comenzó a escuchar las palabras del sacerdote que oficializaba la ceremonia. Habían términos de la época que me parecían tan exagerados y machistas que me producían ganas de reír mientras golpeaba a aquel hombre. "Lealtad al hombre", ¿él no me debía lealtad también? Por suerte se trataba de Fracci, quien no sería capaz de alzarme la mano y también, sabía perfectamente que me gustaba la exclusividad. Cero concubinas, nada de recibir visitas a solas con mujeres que no fuesen conocidas por mí y sobre todo, ni siquiera pensar en tocar a otra mujer. Aquellos eran mis términos y él los había aceptado sin rechistar.

Luego de las palabras de hombre, dio comienzo el festival de celebración. Aquel festival era como la recepción en una boda de mi época pero mucho más alocado y con alcohol hasta en las hojas de los árboles. Jamás había bailado y reído tanto como hasta aquel momento, me sentía especial y feliz, más aún cuando mi para ese entonces ya esposo, no dejaba de mirarme y reír junto a mí.

-Vámonos.- Susurró cerca de mi oreja.

Nos escabullimos entre la multitud de personas con apariencia alcoholizada hasta la médula e ingresamos a su castillo. Comencé a caminar en dirección a la habitación que ya también conocía.

-¿A dónde vas?- Preguntó extrañado.

-A tu dormitorio.- Negó repetidas veces.

-Me cambié de aposento.- Informó sonriente.- No le haré el amor a mi esposa en aquel lugar.

Sentí mi rostro arder y mi pecho inflarse de la emoción. Reli había pensado en mi comodidad y forma de ser al decidir moverse de lugar.

-Gracias.- Susurré ruborizada.

-Es un placer, esposa mía.- Abrió la puerta de lo que era su nueva habitación e ingresé.

-Uh, huele a limpio.- Bromeé.

-No por mucho.- Murmuró, tomándome de la cintura y apegándome a su cuerpo.- Tengo algo para ti.

-¿El qué?- Pregunté con curiosidad.

-Creo... creo que te gustará.- Murmuró, mostrándome un par de aretes muy bonitos que iban a juego con el delicado anillo que allí también se encontrada.

-Es hermoso.- Susurré, besando castamente sus labios.

Ambos sabíamos lo que allí pasaría. Aquello que habíamos detenido en tantas ocasiones estaba por suceder.

-Me gusta cómo te ves pero...- Soltó el lazo que había en mi espalda.- Es momento de despedirnos del vestido.

Reli besó mis labios con ferocidad cuando la ropa comenzó a desaparecer. Mi cuerpo cayó suavemente sobre la cama y el suyo se colocó sobre mí. Me observaba con su mirada oscurecida y el calor de su cuerpo me pedía que me apegara a él.

-¿Sabes qué es lo mejor de que no seas virgen?- Preguntó entre mis piernas.

-¿Qué?- Susurré.

-Que puedo hacerte mía sin miedo a lastimarte.- Susurró en mi cuello.- Que puedo escuchar mi nombre salir de tu boca sin alarmarme.

Tan pronto aquellas palabras terminaron de ser dichas, la boda se oficializó en su totalidad. Reli suspiraba en mi cuello y yo intentaba no gritar muy fuerte. Él era muy bueno en lo que hacía, no había dudas. En ocasiones su cuerpo chocaba con el mío con delirante lentitud y luego aceleraba el ritmo, jugando con mi cuerpo y mente.

-Reli.- Gemí su nombre mientras intentaba tomar aire.

-Te amo, Dalila.- Dijo cuando aumentó aún más sus movimientos.

Tenía dudas si los latidos de mi corazón iban tan rápido por lo que estábamos haciendo, por sus palabras o si era porque estaba sufriendo de una taquicardia. No lo sabía pero se sentía tan bien escucharlo decir aquellas palabras mientras nos reclamábamos mutuamente.

-También te amo, Reli.- Susurré, alejando su rostro de mi cuello y haciendo que me viese a los ojos.- Te amo.

Su mirada oscurecida acompañada con una sonrisa era para morir, él me había asesinado y yo no había puesto resistencia.

Nuevamente llevó sus labios sobre los míos mientras envolvía mis piernas en sus caderas. Buscaba disfrutar aquel momento que estaba llegando a su fin, podía sentir su cuerpo tensarse bajo mi tacto y cómo mi cuerpo pedía ser liberado de aquel placer pecaminoso. Gemí cerca de su oreja cuando por fin mi cuerpo obtuvo su deseada liberación y posteriormente él hizo lo mismo. Había sido la mejor experiencia sexual de toda mi vida y lo mejor de todo es que había sido con mi esposo, el sexy conde que me observaba preso del deseo.

La Flor del Conde© EE #3 [BORRADOR]Where stories live. Discover now