Capítulo 10. El comienzo del castigo

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—Creo que es el último —comentó Uriel tras poner un montón de papeles sobre su mesa de trabajo, iba a comenzar a revisarlos justo cuando la voz de su maestro interrumpió sus intenciones.

—¡¿Hacia dónde se fue!? —cuestionó al querubín con impaciencia, parecía que había corrido sin descanso hasta ahí, por lo que incluso respiraba agitadamente.

—Señor, ¿qué pasa? —de inmediato se puso de pie y fue hacia Jesús, el cual no respondió, sino que volvió a cuestionarle, ahora con más insistencia. —¿¡Para dónde se fue!?

—Discúlpeme, no entiendo —trató de controlar a su maestro, poniendo ambas manos sobre sus hombros, pero este no se tomó el tiempo de explicarle antes de salir corriendo fuera del palacio. Lucía inquieto, por lo que Uriel fue rápidamente detrás de él. —Maestro, debe calmarse, si me explica qué está pasando, podré ayudarle.

—Ha salió virtud de mi padre, ¿hacía qué dirección fue?

Uriel entendió perfectamente esas palabras, estaba tan ocupando archivando ese montón de papeles que no se percató de que del palacio había emergido poder divino hacia algún lado. Al no saber qué responder, se limitó a negar levemente con su cabeza, pero antes de siquiera volver a decir algo, apareció Lucifer con Jofiel en brazos, acompañado de los otros dos.

—¡Señor, es Jofiel! —gritó Ariel mientras corría hacia su maestro, el cual no tardó en acercarse a ellos para ver mejor lo que pasaba.

El maestro hizo que pusieran a Jofiel sobre el suelo, tan sólo para comprobar su estado, los otros tres se quedaron de pie, mirándolos atentos; por su parte, Uriel rodeó a Ariel con ambos brazos, tratando de consolarlo y por un momento las miradas de Lucifer y Miguel se encontraron, el arcángel pudo darse cuenta de lo preocupado que estaba el serafín por su amigo.

—Si hubiera sido cualquier otro ser, habría sido destruido —susurró Jesús mientras tomaba la fría mano de Jofiel.

—¿Entonces eso que lo envolvió, fue Él? —captó la idea de ser sigiloso, por lo que cuestionó igual de bajo que su maestro, del cual sólo recibió como respuesta un movimiento de su cabeza.

—Hay que llevarlo dentro, debemos hacer algo antes de que su luz termine de apagarse.

Tras ambos ponerse de pie, fue el serafín quién se adelantó, llevándose consigo el cuerpo inerte de su compañero. El maestro se tomó un tiempo para ir con el pequeño Ariel y abrazarlo con fuerza, el arcángel sintió la confianza para poder desahogarse con él, así que lo dejó llorar mientras parecía comunicarle algo mentalmente. No podía tardarse más, por lo que tuvo que separarse, enjugó las lágrimas de sus mejillas y tras mirar fijamente a Uriel, se despidió de todos y partió hacia el interior del palacio.

—Miguel, ¿verdad? —el querubín puso su diestra sobre el hombro del mencionado y luego de que él confirmara que ese era su nombre, continuó. —¿Puedes encargarte de cuidar de Ariel mientras todo esto pasa?

—Descuida, yo lo ayudaré.

—Entonces regresen —el mismo portal que los había traído hasta ahí volvió a abrirse y Uriel animó a ambos a pasar a través de él. Miguel sujetó a Ariel de su mano, convenciéndolo para volver, aunque este se detuvo justo en medio y volteando a ver al querubín, cuestionó. —¿Cuánto tiempo les tomará hacer que Jofiel se recupere? —No lo saben, será mejor que aguardes tranquilo.

Se fueron resignados, habían sido transportados hasta el interior de la pequeña cabaña que fungía como el hogar de Ariel. Al llegar, este se tumbó sobre la cama y para tratar de no volver a llorar, escondió su rostro entre las almohadas y sábanas. Miguel no sabía qué hacer, pero algo que sí tenía claro es que no debía dejarlo solo, así que se acercó a él y tomando asiento en el suelo, comenzó a platicarle, justo sobre el tema en el que se habían quedado antes de que todo este problema comenzara.

La luz que se extingue al albaWhere stories live. Discover now