Capítulo 22. Cuídalo

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Ya había intentado de todo. Lo primero que hizo fue moverlo, hablarle repetidas veces y hasta sacudirlo con fuerza, pero nada sirvió, Miguel seguía sin despertar. Lo destapó, le hizo cosquillas, le gritó, lo puso a la orilla de la cama con la esperanza de que al moverse cayera al suelo y el golpe lo despertara, pero tampoco funcionó, el arcángel era como una piedra al dormir. Y aunque lo roció con algunas gotas de agua, el otro ni se quejó; ya sin ideas, Lucifer se sentó en el suelo, justo a un lado del arcángel y se quedó mirándolo por un rato.

—Ya despierta... —masculló mientras le pellizcaba las mejillas. Pasó un rato y estaba a punto de rendirse, incluso ya se había acomodado y en lugar de seguir tratando de despertarlo, su mano comenzaba a acariciar su cabeza, pero recordó las notas que Ariel le había dado el día anterior. Corrió donde la ropa sucia y rebuscó entre los bolsillos de sus prendas, deseando no haber pedido aquel papel en la carrera de anoche.

Desordenó todo, pero logró encontrarlo y aprovechando la nula reacción del arcángel, se lanzó hacia la cama, aunque cuidó no aplastarlo. Al acostarse junto a él, comenzó a leer la nota, desanimándose tan pronto descubrió que no era más que una lista de quehaceres para ambos, iba a botarla a un lado cuando se percató de las letras en la parte posterior de la hoja, al leerlas su ánimo volvió y no tardó en moverse, para acomodarse sobre Miguel. —Es tu última oportunidad, Miguel, despierta.

No perdió más tiempo y se dispuso a hacer lo que la nota le describía, fue hasta donde Miguel, se inclinó hacia él, lo necesario para tener su rostro muy cerca al punto de alcanzar a sentir las tranquilas respiraciones del arcángel. Intentaba aguantar la risa, pero esta le ganaba por momentos, así que tardó en aquella posición más de lo que espera. Al lograr tranquilizarse, suspiró profundamente y sin más, se acercó hasta su oreja y sopló en ella. Todo lo demás pasaría tan rápido que ni uno sabría cómo terminaron así.

En cuanto Miguel sintió aquel airecito chocar contra su oreja, despertó asustado incluso gritando, al reaccionar tan mal quiso levantarse, pero Lucifer aún no se había alejado, por lo que terminó dándose un muy fuerte cabezazo contra él. Ahora la habitación estaba llena de ruido, el serafín cayó al suelo y comenzó a retorcerse del dolor. Miguel dejó sus manos sobre su frente, sacudiendo sus piernas a la par que intentaba sobarse para calmar un poco el dolor.

La frente del arcángel y la sien del serafín terminaron con un ligero hinchazón a causa del impacto y ambos tardaron en dejar de quejarse, incluso sus ojos se habían llenado de lágrimas, aunque ninguno las dejó derramarse. Lucifer sentado en el suelo, sobando su cabeza, y Miguel aún en la cama, ocultando su frente, cruzaron miradas, la expresión del otro les pareció divertida que comenzaron a reírse en cuanto notaron lo absurdo de la situación.

—Fue culpa tuya, si hubieras despertado desde hace rato no tendría que haberte molestado —recriminó Lucifer, apoyándose en la cama para levantarse cuando logró deshacerse del dolor. Fue hasta donde él y con delicadeza le hizo descubrir su frente para que pudiera ver el golpe. —¿Puedes eliminar el dolor de tu cuerpo?

—¿Debería? —Alejó sus manos de su rostro y dejó que Lucifer lo sostuviera de sus mejillas.

—Algunos podemos —Con cuidado de no tocar el golpe, Lucifer apartó el desordenado cabello de su frente. —Aunque nadie ha podido quitarlo de los demás... —Estaba tan atento en aquella zona, que al bajar la mirada y encontrarse con aquellos cristalinos ojos azules le fue imposible no sonreír. —Si Ariel ve esto me va a regañar.

—Entonces que no lo vea —Nervioso, apartó las manos del serafín de su rostro y se acomodó el cabello como solía llevarlo siempre, aunque poniendo algunos mechones de más del lado donde ya se podía apreciar una ligera hinchazón.

La luz que se extingue al albaWhere stories live. Discover now