Capítulo 19. Una nueva etapa

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—Maestro, ¿esto es todo lo que tenemos que llevar? —preguntó un pequeño ángel, mientras a su lado se detenían más como él, llevando consigo muchas cajas como ya les era costumbre.

—Según la lista, sí, Tartys, el par que quedan yo las llevo —respondió Miguel mientras parecía rayar la lista que tenía anotada sobre un tozo de pergamino, antes de que los ángeles se fueran, repasó el contenido de las cajas una vez más y cuando estuvo seguro que tenían todo lo que les habían pedido, continuó. —Tenemos todo, después de que las dejen en el taller pueden tomarse un descanso, si surge algo más, yo les aviso.

Aquel grupo de cinco ángeles asintió y no tardó en emprender su camino de regreso a su sector de trabajo, el arcángel, justo como lo dijo se encargó de aquel par restantes, aunque el problema surgió cuando se dio cuenta de que eran más grandes de lo normal. Lo primero que pensó fue apilarlas, pero al momento de levantarlas, su vista era obstaculizadas por ellas, algo peligroso puesto no era el único que estaba por ahí; después intentó cargar una en cada lado, imposible por lo pesadas que eran; así que al final, decidió cargar una y la otra ir empujándola con su pie sobre el piso, aunque esto le tomaría más tiempo y seguro terminaría irritando a todos a su paso, por el terrible ruido que hacía la madera al deslizarse en el suelo.

No avanzó más que algunos metros cuando comenzó a sentirse cansado, se esforzó lo necesario para llegar a una zona donde no hubiera tanta afluencia de celestiales para poder bajar esa que llevaba cargando y tomar un descanso. Se sentó sobre una y ocupó otra para subir sus piecitos y descansarlos también, afortunadamente para el rubio, ese encargo no era en extremo necesario para ese instante, por lo que podía tomarse su tiempo, pero aquel sentido de responsabilidad que había inculcado en él Ariel le impedía quedarse más que unos minutos, en especial porque sabía que el trabajo ahora sería más arduo a causa del regreso de Jofiel, así que sólo se recuperó el aire y se puso en marcha.

Redujo otros cuantos metros la distancia a la que estaba del sector, pero pronto notó que a este paso esta tarea le tomaría toda la mañana. Al quedarse de pie en el medio del camino, elevó la mirada y pudo ver el cielo lleno de seres volando sobre él, pero rápidamente descartó la posibilidad de imitarlos; volteó a sus lados para intentar encontrar algo y tampoco hubo solución, la frustración pronto lo hizo gimotear, por lo que comenzó a hablar consigo mismo. —Ya no quiero... —balbuceó y tras un berrinche entre dientes retomó su andar, aunque se detuvo apenas escuchó a alguien hablar detrás suyo.

—¿Por qué ustedes están tan obsesionados con las cajas?

No le tomó ni un segundo reconocer al dueño de aquella voz, al voltear y ver quién le hablaba, una amplia sonrisa apareció en su expresión, remplazando por completo el mal ánimo de hace un momento. Miguel se apresuró a dejar la caja que cargaba sobre el suelo y corrió hacia el serafín que se encontraba unos pasos lejos, estaba a punto de abrazarlo, pero se detuvo de golpe en cuanto recordó que se había dicho a sí mismo que la próxima vez que viera a Lucifer, trataría de ser más cortante con él ante el doble abandono que sufrió de su parte. Así que cuando llegó frente a él, sólo se cruzó brazos y observó directamente con sus ojos entrecerrados.

Lucifer ya lo esperaba con los brazos abiertos para corresponder aquel abrazo, por lo que aquel inesperado cambio de humor, le confundió. —¿Qué pasa?

—Los abandonadores no merecen abrazos —En seña de todavía más desaprobación, negó un par de veces con la cabeza, no sabía si lo lograría, pero claramente buscaba hacerlo sentir mal. —Buen día, Lucifer, si me disculpas, tengo mucho por hacer —Sintiéndose el más digno, dio media vuelta y regresó con sus cajas, las cuales empezó a empujar.

La luz que se extingue al albaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin