Capítulo 20. Todos tienen un plan

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Desde lo lejos, Miguel observó todo el espectáculo y asumió que Lucifer había conseguido lo que quería cuando lo vio volver con aquella peculiar sonrisa en su expresión. Aquel pergamino fue agitado frente suyo, le era echado en cara como si fuera algo que él no tuviese. El arcángel sólo siguió el juego. —Qué sorpresa, lo conseguiste.

—Por supuesto, soy Lucifer —El presumido elevó los hombros y aprovechó el que tantas miradas estuvieran puestas en él para lucirse un poco más de lo que acostumbraba. —Si alguna vez necesitas algo, sólo pídemelo, yo lo consigo por ti.

Miguel no pudo soportar más y comenzó a reír por la tan repentina vanidosa personalidad de su compañero. —Sólo necesitas una cosa más... —Sacó de uno de sus bolsillos un listón amarillo como el que tenía puesto y no tardó en hacer que el serafín le ofreciera su mano.

—¿Me darán ropa como la tuya?, quiero uno de estos—señaló el delantal de Miguel, dejando quieto su brazo para no interrumpirlo. —Si no me dan uno, no podré sentirme parte del equipo.

Una vez que el arcángel terminó de anudar el listón en la muñeca derecha de Lucifer, llevó sus manos hasta detrás de su espalda y comenzó a desatar el nudo que mantenía sujeto su delantal. Lo descolgó de su cuello y pronto se lo puso al serafín; bajó de donde estaba sentado y se colocó a sus espaldas para poder atarlo. —Ya estás listo, te queda bien —mencionó antes de volver al frente y verlo; al descubrir que en realidad le quedaba chico, sólo apretó los labios para no soltar una carcajada, puesto Lucifer se puso a modelar aquel atuendo muy seguro de que se veía excelente.

—Apuesto lo que sea a que todos van a envidiarme —Hizo que sus tres pares de alas se extendieran de su espalda y posó jactancioso de su existencia. Aparecieron tan de repente que Miguel casi es golpeado por ellas, aunque por fortuna sus reflejos eran rápidos.

—¡No, no, no, no, no! —reprochó en voz alta mientras se sacudía unas cuantas plumas que le cayeron encima, no tardando en intentar encoger las alas del serafín. —Allá dentro hay muy poco espacio para tantas alas, ¿por qué crees que vamos y venimos con tantas cajas a diario?

El regaño del arcángel hizo que no le quedara de otra más que esconder sus alas, aunque por poco ocasiona que Miguel volviera a caer, porque este seguía empujándolas. Alcanzó a sostenerlo y con facilidad lo levantó para sentarlo de nuevo en donde estaba antes. Miguel, resignado y sintiéndose muy por debajo de él, masculló. —¿Por qué son tan pesadas?

—¿Son pesadas? —cuestionó, totalmente indignado.

—Ay, Lucifer —ocultó su rostro con ambas manos al momento que comenzaba a reír despreocupadamente y sí, se reía del serafín, porque era claro que Lucifer parecía no estar consiente de lo grande que era en comparación con cualquier arcángel promedio.

—¿Qué? —De repente se sintió confundido por aquella risa, incluso intentó ver su espalda, como si sus alas aún estuvieran ahí.

—Nada, es sólo que eres muy lindo —Le tomó un par de segundos darse cuenta que pensó en voz alta y que la respuesta que dio no tenía por qué haber sido esa. Dejó de reír de golpe y muriendo internamente de vergüenza, se atrevió a mirar a la cara a Lucifer para poder descubrir cómo tomó sus palabras.

El serafín se quedó en silencio, intentando procesar lo que había escuchado, no era como si fuera la primera vez que recibía un halago, pero este le tomó tan de sorpresa que no supo cómo reaccionar. Sólo pudo sostener su mirada unos segundos, pues sintió que sus mejillas empezaban a sonrojarse, volteó hacia otro lado con su mano sobre la nuca pensando porque su respuesta lo había puesto así. Su habilidad para no hacer incomodo el silencio parecía haber desaparecido.

La luz que se extingue al albaWhere stories live. Discover now