Capítulo 13. El castigo

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TW: Contenido violento


El eco de sus pisadas retumbaba entre las blancas paredes del palacio, aquel sitio estaba tan desolado que incluso Ariel podía escuchar su propia respiración; los enormes y coloridos vitrales eran atravesadas por la reluciente luz, logrando, en conjunto con el silencio, una abrumadora atmosfera, aun así, hace tanto que no estaba ahí, por lo que el arcángel disfrutó su, hasta ahora, corta estancia.

Cuando llegó a la Corte, quiso esperar un poco más para que el otro convocado llegara, permaneció de pie frente a las doradas puertas, pero su atención fue desviada del enorme pasillo de dónde vino cuando escuchó el rechinar de éstas detrás suyo. Observó cómo ambas se abrían de par en par, dándole así la orden de pasar a través de ellas; una helada corriente de aire chocó contra él, provocándole un escalofrió que recorrió todo su cuerpo, no supo el porqué, pero empezó a temer; dio un último vistazo hacia atrás, esperanzado en que Jofiel estuviera ya ahí, suspiró con pesar al notar que no, por lo que no tuvo más opción que entrar y caminar sobre la amplia alfombra roja que guiaba sus pasos hasta el trono principal.

Mientras más cerca estaba del altar, más asustado se sentía e incluso le era más difícil respirar. La piedad con la que fue educado le impedía ver directamente hacia el trono, estaba visiblemente desocupado, pero él sentía la presencia de alguien frente suyo; de inmediato se hincó, reverenciando a su creador y sin levantarse, ofreció sus honores. —Lamento en gran manera cuánto lo he hecho esperar. Perdóneme, mi Señor, por presentarme a sus ojos sin mi compañero, no busco ofenderlo, así que ofrezco una disculpa en su nombre y pongo mi existencia como ofrenda para enmendar tal acto de irreverencia.

—Tú y Jofiel fueron revestidos con la mayor gracia que merecían, ambos son portadores de cualidades particulares de mi existencia ¿y es así como me pagan?

No era la respuesta que esperaba recibir, esto le confundió y aunque siguió reverenciándole, se atrevió a cuestionar a quien tenía enfrente. —¿Señor...?

—Ensuciaron su espíritu y degradaron sus dones de tal manera que perdonarlos es imposible, ¿por qué lanzaron al lodo las perlas que les regalé?

—Mi Señor, permítame explicarle... —Rápidamente entendió a qué se refería, el impulso por aclarar la situación le hizo ponerse de pie y avanzar unos pasos al frente.

—¡IRREVERENTE!

Ariel no pudo terminar de dar un paso más cuando sintió que su cuello era presionado con fuerza, la primera reacción que tuvo fue mover sus manos al frente, intentando apartar aquello que lo ahorcaba, no había nada que pudiera sujetar, por lo que pronto comenzó a patalear en desesperación por ir perdiendo el aliento poco a poco. Sus ojos se mantuvieron abiertos, su pupila se dilataba y alcanzó a ver que sobre el trono se manifestaba una silueta que, inmóvil, lo juzgaba.

El bloqueo de su respiración terminó justo en el momento adecuado para no terminar inconsciente; fue arrojado con furor hacia uno de los pilares, la voz de Ariel quejándose por el dolor hacía eco en toda la corte, el arcángel comenzó a toser en un intento por recuperar el aliento, el dolor iba expandiéndose por todos lados, su cuello dolía por la presión que en él ejercieron, su espalda por el golpe del impacto y sus lágrimas caían sobre sus mejillas, tanto por el dolor, como por el miedo que tenía. Intentó ponerse de pie, por un instante pensó en correr fuera de la corte o gritar por ayuda, pero vio que de nada serviría cuando fue arrastrado de vuelta al altar.

La luminosa silueta seguía de pie frente a él, sin hacer nada más que presenciar el castigo. Como pudo, volvió a ponerse de rodillas, se inclinó tanto como pudo y en un intento por hallar misericordia, suplicó hundido en llanto. —¡¡PERDÓN!! YA LO ENTENDÍ, HICIMOS MAL, POR FAVOR PERDÓNENOS, NO VOLVERÁ A PASAR, NO LO HAREMOS DE NUEVO.

La luz que se extingue al albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora