Capítulo 17. Me tienes a mí

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—¡Lu-lucifer! —Miguel nombró tan fuerte al serafín que este volteó a verlo aun cuando ya se había alejado algunos metros de la puerta; todavía nervioso, el rubio caminó un par de pasos hacia él y tratando de no volver a tartamudear, señaló dentro de la cabaña. —Todavía queda comida que Ariel y yo preparamos antes de ir a trabajar, me preguntaba si no te gustaría comer algo antes de que te vayas...

Aunque intentó ocultar la emoción que aquella invitación le provocó, su rostro no ayudó en eso; con claro entusiasmo volvió hasta donde el arcángel para fingir que tomaba la invitación tras pensarlo mucho. —La verdad es que tengo mucho por hacer, pero creo que podría tomarme un momento para convivir contigo —Se tomó el derecho de entrar una vez que le fue abierta la puerta y tomó asiento al lado de la mesa.

Esa propuesta había tomado mucho coraje de su parte, pero se sintió aliviado y claramente emocionado cuando esta fue aceptada. Miguel se apresuró a entrar y comenzar con los preparativos para la improvisada cena, al verlo tan apurado, el serafín no se puso cómodo, sino que buscó en qué ayudar, hecho al cual el anfitrión no se opuso.

—¿Qué te parece que mientras esto termina de prepararse vas a ducharte? —propuso Lucifer al otro una vez que había entendido qué tenía que hacer para tener lista la cena.

Miguel sólo asintió y se apresuró a obedecer, corriendo al baño una vez que tomó un cambio nuevo de ropa. Lucifer se quedó esperando, pero mientras regresaba aprovechó el tiempo y terminó de preparar la mesa, hizo té para ambos y cuando la comida estuvo lista, sirvió un par de platos los cuales acomodó en la mesa. Pasaron unos minutos antes de que Miguel regresara, este se sorprendió al ver la mesa lista y le dio un poco de risa descubrir que el serafín esperaba sentado, notablemente impaciente por comenzar a comer. Lucifer movió su diestra, señalando la silla a su lado para indicarle al arcángel dónde debía sentarse. Cuando ambos estuvieron a la mesa, Miguel le indicó al otro que ya podía empezar a comer y fue así como inicio aquella cena.

El ambiente se mantenía tranquilo, porque la conversación entre ellos surgía sin ningún esfuerzo, además, los dos eran igual de curiosos, así que cuando uno se callaba, el otro no tardaba en volver a preguntar algo más. Por su parte, Lucifer también tenía mucho de qué hablarle, pero vio esa ilusión con la que Miguel contaba las cosas, que prefirió tan sólo escuchar lo que tenía por decir.

—Oye, ¿y ya aprendiste a controlar algún elemento? —cuestionó, impaciente y emocionado por su respuesta.

Esa sonrisa que había mantenido todo este rato, pronto desapareció, bajó la mirada y contestó sin mucho ánimo. —No... Ariel ha intentado enseñarme con los que él controla, pero no he podido con ninguno.

Al notar su cambio de humor, pensó rápidamente en cómo volver a hacerlo sentir mejor y tras unos segundos, propuso algo. —No es por poner en duda las habilidades de enseñanza de Ariel, pero ¿y si yo te enseño?

—¿¡De verdad?!

—Sí, cuando los serafines recién empezaban a aparecer, fui yo quien les enseño todo lo que saben, si es posible, no estaría en contra de enseñarte a ti también.

Miguel volteó hacia el lado donde él no pudiera verlo, cubrió su rostro con ambas manos y ahogó en ellas algunos gritos de emoción. Tardó un poco en recobrar la compostura y tras un suspiró, volvió a verlo y extendió su diestra hasta Lucifer. —Tenemos un trato.

Las reacciones que obtuvo del arcángel fueron tan adorables, Lucifer trató de no reír y estrechó su mano para cerrar el acuerdo. —Soy un maestro exigente, así que deberás ser muy fuerte.

Para cuando terminaron de cenar la oscuridad ya había cubierto el exterior y Lucifer sabía que la hora de irse finalmente había llegado. Observó por un rato cómo Miguel preparaba los materiales para mañana, intentó ayudar, pero al no tener idea de qué hacer, sólo se sentó a su lado. —Miguel... —Lo nombró en un susurro, como si en realidad no quisiera ser escuchado y justo así fue, el arcángel parecía ir contando lo que iba metiendo a la caja, por lo que no alcanzó a oír su nombre. —Miguel —repitió más alto esta vez, pero el arcángel decidió primero terminar de poner el último par de cosas dentro de la caja antes de atenderlo.

La luz que se extingue al albaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora