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𝐒 𝐄 𝐁 𝐀 𝐒 𝐓 𝐈 𝐀 𝐍

Me removí contra la almohada inquieto ante lo que fuera que estuviera acariciando mi espalda alta.

Solté un largo suspiro. Aún con mucho sueño me di media vuelta. Entreabrí un ojo en el momento en que sentí un aroma entre hogareño y silvestre, estaba recostada de lado distraída mirando mi rostro.

—¿Mucho rato despierta? —hablé con mi voz ronca mañanera.

—Un par de minutos —sonreí y busqué su cintura bajo las sábanas para acercarla a mí.

La pegué más a mí y apoyé mi mentón sobre su cabeza disfrutando de su cuerpo contra el mío. Hacía una mañana preciosa con ella en la misma cama que yo.

—Nos dormimos muy tarde anoche —mascullé.

No tenía ni idea de qué horas eran, ni que tiempo hacía fuera. Solo sabía que mi cabeza daba vueltas, que tenía una resaca impresionante y que anoche había sido una de mis favoritas.

Asintió rodeando mi cuerpo en sus pequeños brazos.

—Traspasamos propiedad privada —comentó con una risilla.

—¡Es cierto, el yate! Eres una pésima influencia, Medea.

—¡Vamos, ¿qué hice además de divertirme?! Que yo igual tuve mis consecuencias; no sabes el dolor que tengo en las plantas de los pies.

—Para empezar, no sé qué se te cruzó en la mente para decidir correr descalza por la calle —soltó una carcajada—, y segundo, esas pastillas que conseguiste... creo que robaron una parte de mi alma.

—¡Necesitaba correr, no iba a poder en tacones! Lo que pasa en realidad es que eres un anciano, Sebastian.

La miré haciéndome el ofendido.

—Y tú eres una niñata —sonrió como si fuera un cumplido.

—Una niñata experimentada —guiñó el ojo.

Suspiré divertido, la sentía distinta. Más abierta y confiada conmigo, como si realmente se dejara fluir de una vez sin necesidad de tener alcohol o drogas consigo.

Besé su mejilla, muy cerca de la comisura de su boca. Era mi lugar favorito para mostrarle lo que sentía por ella.

Me puse de pie y busqué mis pantalones y camisa para ir a darme una ducha a mi habitación. Medea me miró confundida desde la cama.

—¿Qué haces?

—No lo sé, asumí que debía irme.

—¡Ah, sí! Vete, necesito mi espacio.

Le miré boquiabierto, pero sabía que ella era así, no me esperaba mucho más. Me estaba acomodando el cinturón cuando una carcajada de burla resonó en la habitación. Se puso de pie, solo tenía puesto unas bragas permitiéndome ver el resto de su figura.

—Es broma, tonto, trae tu maleta y compartimos cuarto, ¿quieres? —ideó esbozando una sonrisa dulce.

Reí soltando el aire que había contenido, aliviado de que haya sido una broma. Se acercó a mí y juntó con ternura nuestros labios.

—¿Nos duchamos juntos y vamos a desayunar? —asentí efusivo.

—Me parece una idea grandiosa.



Mordí mi bollo de pan sintiendo la mezcla del sabor de la miel y el queso crema en mi paladar. Medea estaba frente a mí concentrada en su ensalada de frutas.

more than a woman; sebastian stanWhere stories live. Discover now