𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋

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𝐒 𝐄 𝐁 𝐀 𝐒 𝐓 𝐈 𝐀 𝐍

La puerta resonó con fuerza y la grave voz de mi suegra se oyó detrás.

—¡Medea apresúrate, te están esperando en la habitación!

La mujer pelinegra que se había robado por completo mi corazón rodó los ojos mientras soltaba un bufido.

—¡Que sí! —me miró irritada— Recuérdame por favor porqué la invitamos.

Sujeté ambos lados de su cabeza con delicadeza y dejé un pequeño beso en su frente, queriendo hacerla sentir mejor.

—Es tu madre y la quieres. Ahora toma tu bolso y vete a ese cuarto, tienes tres horas.

—Tengo que hacerme cargo de muchas cosas y... —la besé intentando callarla.

—Tu hermana y Hanane solucionaron todo, ¿sí? El catering tiene el menú correcto, las flores ya llegaron, cada mesa tiene su nombre y todos saben qué asiento les toca en la ceremonia —asintió aún con desconfianza.

Como ningún lugar en Nueva York nos había llamado mucho la atención para hacer la boda, decidimos buscar a las afueras. Habíamos terminado por reservar una gran casa que funcionaba como hotel en Vermont, entre las colinas, por el fin de semana.

Así los invitados, que no superaban los cien, no debían viajar mucho solo para quedarse un par de horas.

Arribamos el viernes, y aunque asumí que Medea no enloquecería, lo hizo. Su madre la estaba volviendo loca, hubo un gran problema con los padrinos y las damas de honor, y se mezclaron los menús vegetarianos con los carnívoros.

Por suerte, Vidia no entraba en pánico y sabía cómo arreglar todo.

No era un secreto que Medea y yo estábamos juntos; habíamos decidido hacerlo oficial hace unos siete meses, mostrándonos en público e incluso mostrándonos en redes sociales. No queríamos ocultar lo que sentíamos por el otro, sin embargo, el tema de la boda decidimos mantenerlo en privado. No queríamos desanimarnos con todas las críticas relacionadas con que nos casaríamos antes de siquiera cumplir un año juntos.

—Solo quiero que todo salga bien —murmuró, acaricié su mejilla con cariño.

—Todo va a salir bien, me aseguraré de ello. Ahora vete —le di un empujoncito en su espalda baja para que saliera de nuestra habitación.

Refunfuñando, tomó el bolso con su vestido y el velo, junto con otro par de cosas, y se dirigió al cuarto que cruzaba el pasillo. Quiso despedirse con la mano, pero la tiraron dentro abruptamente, cerrando con un portazo.

Parpadeé extrañado, soltando una risa al oír como Medea gritaba que no la tocaran. Ahora entendía porqué insistía en que tuviéramos una boda pequeña simple, sin mucha preparación. Claro, no nos decidimos por esa idea, o mejor dicho, su madre no nos lo permitió.

Sabiendo que aún faltaban poco más de tres horas para que la ceremonia comenzara, bajé al jardín en mi chándal gris y sudadera, saludando a los distintos invitados esparcidos por el inmenso salón del hotel. Crucé la terraza que tenía un montón del personal del hotel corriendo asegurándose de que todo estuviera en su lugar y caminé hasta Chris y Anthony.

Ambos estaban sentados frente a una gran fuente que tenía el vergel hablando animadamente. Fruncí el ceño al ver que Chris tenía al, ya un poco menos silencioso, Reese de la mano.

—¡Ahí viene el futuro esposo! —exclamó Anthony aplaudiendo, el pequeñín lo imitó.

Hice una reverencia de broma y miré a Chris, no se le veía tan feliz como para celebrar mi boda.

more than a woman; sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora