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𝐌 𝐄 𝐃 𝐄 𝐀

Apenas salí del cuarto de invitados, bajé la escalera y me encerré en el primer baño que encontré.

Tomé una gran bocanada de aire, sentía que no había oxígeno suficiente para calmarme. Mi corazón latía velozmente y mis ojos ardían para que les dejara botar las lágrimas que se acumulaban.

Todavía sentía la calidez de su tacto sobre mi mano. Quería irme, pero no podía, apenas había llegado. Era el cumpleaños de Anthony, si me fuera ahora sería una amiga terrible, incluso una hermana, pues había obligado a Vidia a acompañarme. 

Me mataría si hubiera cancelado sus planes para una fiesta en la que estuvimos diez minutos.

Me senté sobre la tapa del retrete y escondí mi rostro entre mis manos. Estuve oculta en el baño por, yo calcularía, unos siete minutos. Pero era lo más razonable, no quería salir sin antes haber llorado lo que tenía que llorar. No me agradaba la idea de que la gente se preocupara por mí cuando no era el momento para hacerlo.

Hoy había que celebrar un cumpleaños y no robaría la atención que la fiesta debía tener.

Me miré por última vez en el reflejo del espejo, peiné mi cabello con mis dedos y masajeé mi rostro por unos segundos intentando bajar la hinchazón que me había aparecido por llorar. Una vez que estuve convencida de mi aspecto, preparé mi mejor sonrisa y salí del tocador. 

Mis tacones resonaban por el inmenso salón, provocando que algunas miradas se posaran en mí. Asentí con cortesía de manera de saludo y me apresuré en salir al jardín. Había dejado mucho tiempo sola a Vidia en un lugar donde no conocía a nadie.

Aunque bueno, a Vidia le era más sencillo relacionarse con personas desconocidas que a mí. Yo, por más que lo intentara, tenía un caparazón que me hacía parecer intimidante y cerrada, mientras Vidia tenía esa calidez y sonrisa que te invitaba a acercarte.

Curiosamente, yo me parecía más a mamá y ella a papá en estos aspectos sociales. Rodé los ojos ante la idea de parecerme a Gorgona, qué terrible destino me había tocado. 

Me detuve en la terraza y ojeé hacia el jardín, buscándola. Mis ojos rápidamente se cruzaron con Sebastian, que conversaba con, creo, Winston Duke. No sé quién fue primero, pero ambos evadimos la mirada del otro como si fuese una carrera. Suspiré, no creí que esto acabaría así.

De pronto pude ubicar a Vidia, gracias a su cabellera rubia en una coleta alta desordenada. Fruncí el ceño al ver que estaba frente a las largas mesas con la comida en tipo bufet, sirviendo un plato mientras conversaba con Chris Evans, que extrañamente sostenía a Reese en brazos. 

¿Me voy quince minutos y Chris Evans ya está sobre mi hermana y su hijo? No bajo mi jurisdicción, América, búscate otra mujer para seducir. 

Dispuesta a interrumpirles, caminé hasta ellos, pero me contuve a medio camino. Vidia se veía feliz, genuinamente feliz. Mi corazón se estrujó en mi pecho al ver como reía por algo que Chris le decía. Llevaba tanto tiempo apagada que se me había olvidado lo bonita que lucía cuando se dejaba fluir. 

Decidí dar unos pasos atrás y buscar a alguien con quien pudiera distraerme y conversar, lejos de Sebastian. La pasaría horrible, lo tenía claro, pero seguramente Vidia tendría una buena tarde y eso valía la pena para quedarme cuanto ella quisiera.

Agarré una copa de champaña de un camarero que paseaba con una bandeja y tomé asiento en uno de los sillones de mimbre mirando cada tanto a mi hermana. Sabía que nada pasaría, Chris era un buen hombre y Vidia jamás se atrevería a faltarle el respeto a su marido de ninguna manera, además, estaba enamoradísima de Marcus. Aún así, seguía siendo mi hermana menor así que sentía la necesidad de cuidarla a la distancia.

more than a woman; sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora