Capítulo dos: "Besos italianos"

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Los que estaban siempre de moda solían ser los besos franceses, era como si los demás besos no tuvieran importancia alguna. Frigdiano siempre juzgó todo lo referente a Francia como aburrido, cuando todos decían que la lengua francesa (e incluso el acento) era lo más secundaria que se podría escuchar, lo negaba rotundamente. Ahora entendía la razón, para él el francés siempre estuvo muy quemado, le atraían mucho más otras lenguas, como por ejemplo... La lengua del italiano que tenía delante de sus ojos.

Volevo baciarti.— admitió haciendo un fingido puchero con sus labios—. Pero eres demasiado lento y yo no voy a esperar toda la noche.

—Es lo que haría alguien sensato.— murmuró por lo bajo, casi con timidez.

—Que suerte que no soy alguien sensato.— rió entre dientes.

Frigdiano sacudió ligeramente su cabeza, el pensamiento de que su risa había sonado sexy tenía que eliminarlo de su cabeza.

—No puedes ir por ahí dando órdenes y esperando que te obedezcan, es importante tener paciencia para que las cosas fluyan a su ritmo.

—No, muñeco, no dejo que las cosas fluyan a su ritmo.— aclaró—. Yo marco el ritmo.

Esta vez fue el turno de reír de Frigdiano.

—¿Sabes, Damiano?— ladeó su cabeza cuando lo volvió a mirar—. Pensé que serías un chico interesante pero eso de controlarlo absolutamente todo es una puta mierda— soltó dando un par de pasos hacia atrás—, aburrido... Muy aburrido.

—¿Qué me estás tratando de decir, muñeco?— preguntó con curiosidad.

—Solo estoy diciendo que... Si los italianos sois tan aburridos, los besos italianos también deben de serlo.

Damiano vuelve a reír, la situación con el español estaba siendo graciosa para él. Ya no solo le interesaba físicamente, pues a pesar de ser atractivo también tenía un encanto muy suyo.

—No es un argumento válido, muñeco.— refutó al tiempo que cruzaba sus brazos sobre su pecho.

—¿Quién lo dice?

—Yo — se encogió de hombros—, yo lo digo y con que lo diga yo es suficiente.

—Repito, aburrido.— bufó por segunda vez en la noche.

—Te voy a enseñar yo a ti lo que es aburrido, ya juzgarás después cuando estés solo en tu casita y a punto de dormirte, pero sin poder hacerlo porque de tu mente no saldrá este pensamiento.

—¿Cual pensami...— los labios del italiano tomaron los suyos en el momento que una de sus manos se situó en su nuca y lo atrajo hacia su boca. No era uno de esos besos italianos que tanto le gustaba dar, no era posesivo ni tampoco rudo. Simplemente eran sus labios bailando sobre la boca del español, disfrutando de la mezcla de sabores que esto le provocaba.

Frigdiano se quedó totalmente sin palabras incluso después de que Damiano abandonara su boca, todavía sentía sus labios cosquillear y unas enormes ganas de volver a repetir la acción.

Tenía que admitir que la combinación entre Italia y España resultaba deliciosa, se había tratado de una explicación de sensaciones, entre ellas el placer que había recorrido todo su cuerpo a gran velocidad.

—¿Sigues pensando que los besos italianos son aburridos?— preguntó él acariciando su labio inferior con su pulgar, los ojos del español lo miraron con atención.

—No lo sé, ese beso fue interesante pero tal vez sólo el primero se siente de esa forma y los demás ya no.— se encogió de hombros.

—Muñeco descarado...— siseó entrecerrando sus ojos—. No voy a volver a besarte así que olvídate de la táctica que estás aplicando.

Las mejillas de él se calentaron de inmediato, dejando que Damiano sonriera de forma socarrona al sentir su piel ardiendo bajo su tacto. Antes de que alguna palabra saliera de sus labios volvió a hablar.

—La próxima vez que nos veamos no me besaras los labios sino la polla.

—Yo no haré tal cosa.— murmuró inseguro de sí mismo—. Soy alguien sensato.

—Tú si pero yo no.— le guiñó un ojo—. Para ese entonces ya estarás con las ganas a tope y cuando te susurre "in ginocchio" obedecerás sin siquiera saber lo que te estoy pidiendo.

Su voz le causó más cosas de las que le gustaría, había sonado extremadamente sexy, había sido suficiente para calentar todo su maldito cuerpo en menos de diez segundos.

—Nos vemos, muñeco, hoy es muy tarde y los niñitos como tú deben de dormirse temprano.— se inclinó para besar su mejilla, o esas eran las intenciones que Frigdiano pensaba que tenía pero sus labios se desviaron hasta su oreja para atrapar su lóbulo y chuparlo con sutileza—. Ha sido un placer conocerte.

—No sé si puedo decir lo mismo.— soltó casi sin aliento, nunca nadie le había chupado una oreja, él lo había hecho como si fuera lo más normal del mundo y se veía divertido con la situación o más bien con la expresión que se le había quedado en el rostro después de aquello.

Damiano se despidió una vez más para después caminar en dirección al club, necesitaba sacarle un par de detalles al dueño de este, a Frigdiano le fue inevitable bajar su mirada hasta su trasero y la forma en la que la tela de su pantalón parecía abrazarlo, viéndosele perfecto. Sus piernas eran largas y delgadas, todo lo contrario que las suyas. También por instinto volvió a relamerse los labios, tal vez buscando el sabor de su boca todavía en estos.

Era innegable el fuego que prendía en ellos cuando estaban cerca pero aún así debía de mantenerse alerta, seguía sin conocerlo demasiado y dejarse llevar por sus palpitaciones no era la mejor idea.

Frigdiano se maldijo a sí mismo cuando en Duolingo agregó el idioma italiano, pues sabía que de alguna forma u otra terminaría necesitando saberse ese idioma.

¿Qué tenía el dichoso Damiano que ya lo había dejado en estado de embobamiento en tan solo un día?

Dudaba que fuera parte de su encanto, tal vez solo lo había pillado en un momento de debilidad en donde las emociones se agolparon todas juntas y ¡Pum! Efecto italiano para el cuerpo.

BaciamiWhere stories live. Discover now