Capítulo dieciocho: "Vigilia di Natale"

193 30 11
                                    


—¡No me puedo creer que esta sea tu habitación de aquí! —exclamó carcajeándose—. Es totalmente diferente a la de España.

—Es la casa de mis padres, muñeco, por supuesto que es diferente —no pudo contener la risa mientras colocaba su ropa en el armario—. No seas desubicado, muñeco.

—Es gracioso saber que este era el estilo de Damiano adolescente —admitió mirando a su alrededor para quedarse con cada uno de los detalles grabados en la memoria—. ¿El color azul es tu favorito?

—¿Lo dices por las paredes? —señaló—. Tenía treces años cuando le obligué a mis padres que me pintaran la habitación de ese color, supongo que en aquel entonces me chiflaba. Ahora me da igual, no tengo un color favorito en sí, creo... Excepto el negro de tu cabello y el rojo de tus mejillas cuando recibes algún halagado o escuchas un comentario subido de tono, y ya puestos el que se le pone a tu culo cada vez que choco mi mano en la firme piel de tus nalgas.

El español abrió la boca, sintiendo como sus mejillas se estaban poniendo coloradas de solo escucharlo.

—Yo... Yo te iba a decir que el de mi hermana también lo era, pero con todo lo que has dicho tal vez tendría que callarme la boca.

—No, me gusta escucharte hablar, tenías una falsa timidez pintada, una madurez que prefieres saltarte y una sensatez que desde que me conoces se ha ido corriendo. Me gusta cuando eres tú de verdad —agarró su cara con una de sus manos y apretó sus mejillas, haciendo que sus labios se separasen—. Me gustas.

Dejó un suave beso antes de separarse para retomar su tarea, tenía que terminar antes de que se hiciera de noche y tocara bajar a cenar. Era un día importante para todos, la vigilia di Natale, pues la familia estaba junta y se comían cosas deliciosas, era la excusa perfecta, no todos los días se podía comer lo mismo que en nochebuena.

Frigdiano se sintió un poco ridículo después de la cena, ya que sus suegros y su cuñado se habían puesto a cantar villancicos que él no entendía en lo más mínimo. Damiano, al darse cuenta, lo abrazó por atrás para dejar su mentón apoyado en su hombro e inclinó su cabeza ligeramente para rozar sus labios en su oreja y susurrarle la traducción al español. Un pequeño gesto que le llenó el pecho de amor.

Durante el postre, mientras Jacopo hablaba del partido que había visto ese fin de semana, Damiano aprovechó para colar su mano debajo del mantel navideño, decorado con renos y copos de nieve que su madre siempre usaba en época navideña, y bajó la cremallera del pantalón de su acompañante de manera lenta, para que no se escuchara el ruido. El pelinegro se tensó y lo miró de reojo, tratando de disimular.

—Soy un hombre que cumple sus promesas —le recordó en un susurro—. Solo relájate e intenta no gemir, muñeco.

Tarea difícil.

Los movimientos eran extremadamente lentos para que nadie se diese cuenta del movimiento de su brazo, pero el italiano no necesitaba pajearlo con rapidez para que se corriera de una manera deliciosa y que no lo olvidara en toda su vida. Sabía usar sus dedos, jugar alrededor de su glande, deslizarlos hasta sus testículos, tocar cada centímetro de su piel de manera inigualable. Los dedos del español se aferraron al borde del mantel, arrugando este con su puño cuando sintió que su cuerpo entraba en calor.

—¿Y hasta qué día vais a estar en Italia? —preguntó entonces su padre, fijando su mirada en ellos.

—Hasta que el muñeco quiera —respondió Damiano con burla—. ¿Tú que dices, muñequito mío?

—Yo... —tragó saliva, sabiendo que estaba a punto de correrse y era el centro de atención—. No lo sé, se supone que tú deberías de saberlo...

—Hasta el diez de enero —respondió como si nada, sonriéndole a sus padres—. Si vamos a pasar las festividades que sean al completo.

La conversación se disipó de ese tema y tornó a a otro completamente diferente, dejando a Damiano con su mano manchada de semen y a Frigdiano maldiciéndolo de cien maneras diferentes en su mente. Le había prometido meterle mano en plena cena, pero no se esperaba que fuera tan literal.

—¿Vais a querer más postre?

—No, gracias, estaba todo exquisito pero ha sido suficiente —respondió el pelinegro antes de que alguno de los hermanos hiciera una broma al respecto.

—Además, prometí que le enseñaría el árbol de Navidad que pusisteis en el patio trasero, me gustaría hacerlo ahora —sonrió Damiano—. Seguro que las luces ahora brillan más que nunca.

—No interrumpiremos el momento romántico,

—¿Qué momento romántico, mamá? Es obvio que se van a... —Jacopo se calló al ver la mirada que le lanzaba su hermano—. Que se van a besar mucho mientras se dicen cosas empalagosas, desde luego.

Damiano tomó la mano de Frigdiano y tiró de este para huir de allí por la puerta que daba al patio trasero. No estaba seguro de en qué momento se había vuelto a poner bien los pantalones, de lo que estaba seguro era que no los necesitaría para lo que venía a continuación.

¿Qué más cosas le había prometido?

Follarlo contra el árbol de Navidad.

Y como tantas veces había repetido esa noche: era un hombre que cumplía sus promesas.

Empezó tal cual Jacopo lo describió, pero terminó tal cual Damiano tenía en mente. Esas navidades, sin duda, estaban siendo diferentes, empezando por la masturbación debajo de la mesa y siguiendo por el polvo contra el árbol de Navidad. ¿Que le seguía a eso?

BaciamiWhere stories live. Discover now