Capítulo veintiocho: "Confesión"

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Damiano intentaba ocultar lo mal que le había sentado la noticia, no le quedaba más remedio que hacerse cargo y responsabilizarse de sus errores. Le pidió al pelinegro que no se hablara del tema ni en casa ni en ningún otro lado, que suficiente tenía con saberlo él mismo.

—Tengo que hacerte una confesión —dijo levantando la cabeza de su hombro. Desde que habían llegado a casa le había estado dando vueltas en la cabeza lo último en ver de aquella mujer, quizá estaba equivocado pero todo apuntaba a que no era así. Había gato encerrado. Tenía que decírselo al italiano antes de que se enterase de otra manera, aunque lo ideal según el plan de Alexandra era que no se enterase.

—Eso al cura, muñeco, a mi si quieres puedes hacerme una mamada.

La propuesta era tentadora y estuvo a punto de aceptarla hasta que recordó el importante tema del que tenían que hablar. El italiano despegó la mirada de la pantalla de televisión, aunque los gritos de Belén Esteban en el debate de Sálvame le hicieron volver a mirar en aquella dirección casi asustado, tomó el mando y le bajó el volumen para, ahora si, regresar su mirada a Frigdiano.

—A ver, ¿qué pasa?

—Solo prométeme que no te vas a enfadar.

—Si me lo dices así ya me voy a ir preparando —alzó sus cejas.

Tomó una profunda respiración mirándolo.

—Giovanni no es tu hijo...

—Frigdiano, no empecemos con el tema, has visto al igual que yo los resultados.

—No, escúchame, por favor —pidió—. Sé que parece una locura pero... Tienes que creerme, Alexandra le pagó mucho dinero al médico una vez que tú te fuiste al baño.

—Tienes razón, es una locura —suspiró levantándose del sofá—. Mira, no quiero hablar del tema.

—¡Te juro por mi vida que es real! No te estoy mintiendo, mírame a los ojos, me conoces demasiado bien...

Sus ojos no le mentían pero algo dentro de sí le impedía creerle. Alexandra podía manipular a los demás de manera emocional, podía mentir de forma descarada, pero no sería capaz de pagarle a un médico para que falsificase los resultados de una prueba de paternidad. ¿Qué ganaría con eso? Solo que el verdadero padre de su hijo viviese sin saber que era padre, mientras que otro que tenía tantas ganas de tener un hijo como las tenía de cortase las venas cargase con él toda la vida.

—No vamos a discutir.

—No está a discusión... ¡Nunca me haces caso!

—Deja de comportarte como un niño, aunque tenga un hijo tú siempre vas a ser mi muñeco, que lo sepas.

—No es un tema de celos —gruñó frustrado—. Te estoy diciendo que yo mismo vi lo que hacía...

Damiano volvió a negar con la cabeza, estaba vez mientras se levantas a del sofá, no iba a discutir otra vez con él y por un tema similar. Salió de casa excusándose con que necesitaba aire, que en parte era verdad, y caminó por la ciudad desganado, dejando a Frigdiano anonadado mirando los anuncios de Telecinco. Ni siquiera puede decir con certeza en qué momento llegó al bar de la esquina y empezó a beber como cualquiera de los hombres mayores que allí se encontraban, fingiendo ser uno más de ellos.

Terminó con copas de más, quizá porque pensaba que le ayudarían a despejar la mente, cuando en realidad hicieron el efecto contrario. La voz del pelinegro se repetía en su cabeza como una canción de pop que escuchas en la radio y no te puedes olvidar de ella. Sus pies caminaron solos después de pagarle a la camarera y dejarle el cambio de propina, y lo llevaron al piso en donde vivía ella, una señora que justo salía en aquel momento para pasear al perro le dejó la puerta abierta pensando que se trataba de algún vecino del edificio. Él le agradeció y se adentró como si se tratara de su casa, el verdadero dilema fue subir las escaleras con la borrachera que llevaba encima.

—Damiano, ¿qué haces aquí? —pregunto ella nada más abrirle la puerta—. Estás que no te aguantas de pie.

—Quiero hablar contigo.

—Estamos hablando.

—¿Has sido tan zorra como para querer arrebatarme la vida perfecta que llevaba?

—No sé de que estás hablando, ven —le ofreció pasar—. Siéntate y bebe un vaso de agua, te vendrá bien. Creo que el alcohol te está afectando a la cabeza.

—No seas tonta... —gruñó en bajo al sentir como tomaba su mano y le obligaba a entrar, lo condujo al sofá para hacerle sentarse allí—. Alexandra...

—¿Qué, Damiano?

—¿Es mi hijo?

—Has visto los resultados al mismo tiempo que yo, aunque yo ya lo sospechaba de antes, claro...

—¿Pero los resultados son ciertos? —insistió.

—¿Y como no iban a serlo?

Se sentía un borracho patético y confuso. Ninguno de los dos tenía por qué mentirle y debería de creerle más a uno que a otro, sin embargo podía entender que Frigdiano se sintiese atacado por ello, quizá pensaba que el niño sería un inconveniente para los dos, para su relación, y por eso prefirió arriesgarse.

—Voy a buscarte un vasito de agua, te vendrá bien.

Asintió ligeramente con la cabeza sin haber escuchado lo que le decía, lo que si escuchó muy bien fueron sus pasos alejándose. Cerró los ojos por unos segundos, buscando mantéese calmado, y al abrirlos se fijó en el teléfono que descansaba sobre la pequeña mesa en donde estaba también el mando de la televisión y un cenicero con dos colillas aplastadas. La pantalla de este se iluminó y, aunque sabía que no era lo correcto, se inclinó para ver de qué se trataba.

—¿Qué? —susurró e hizo doble clic en el mensaje para entrar al chat que tenía con esa persona, no necesitó leer la conversación completa para enterarse del tema. Casi se atraganta con su propia saliva, como si el alcohol abandonara por completo su sistema al darse cuenta de la situación. Todo había sido una estrategia. Frigdiano no mintió en ningún momento y ahora él se sentía el novio del mundo por no haberlo creído.

BaciamiWhere stories live. Discover now