Capítulo tres: "Madrugada"

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2:27 AM
España.

Damiano se cruzó de piernas tras mirar la hora en su teléfono móvil, dio una calada al cigarrillo que había encendido hacía apenas diez segundos y dejó escapar el humo por su boca. El color rosa envolvía el club, su club, ese que visitaba con poca frecuencia pues su imperio estaba todo en Italia, las canciones que allí sonaban rara vez eran en español pues de alguna forma u otra tenía que  dejar su marca en el país.

—Señor, ¿no le apetece jugar?— ronroneó una de las sumisas al tiempo que se arrodillaba frente a él, Damiano la miró casi con desinterés. No le apetecía en lo más mínimo jugar, su mente estaba lo suficientemente entretenida con algo más—. ¿Uhm?

Se restregó contra él, dejando que su mejilla acariciara su rodilla.

El dominante siseó entre dientes, en cualquiera otra ocasión no le habría importado lo más mínimo pero ese día estaba más irritado de lo habitual. Habían pasado dos semanas desde que sus ojos no admiraron al pelinegro que tanto le había gustado.

Con ese muñeco era con el único que le apetecía divertirse, jugando a esos juegos perversos que tanto le excitaban.

—Nena, aprecio tu interés por mi... Pero no estoy buscando que alguien me chupe la polla.— se sinceró llevando una de sus manos al cabello de la joven y obligándola a mirarlo a los ojos—. Puedes buscar a alguien más que si quiera hacerlo.

—¿Está del todo seguro, señor?— preguntó con fingida inocencia haciendo un mohín con sus labios.

—Estoy seguro.— zanjó.

A la sumisa no le quedó más remedio que levantar, todavía con una expresión de desilusión en el rostro, y acercarse a alguien más.

En los próximos minutos solo se dedicó a consumir el cigarrillo que tenía entre los dedos mientras que observaba, sin ningún disimulo, alguna que otra escena de morbo que se estaba produciendo en el club.

La paz terminó  para él cuando Ethan se acercó pasando una de sus manos por su largo cabello negro. Eran cuatro dueños, tres chicos y una chica, todos ellos procedentes de Italia.

—Estás interrumpiendo mi campo de visión, stupido.— bramó él mientras le hacía un gesto de que se echara a un lado.

—Damiano, acaba de llegar un chico preguntando por ti.— le hizo saber sin siquiera moverme un solo centímetro del lugar que ocupaba.

—¿Y a mi qué?— alzó una de sus cejas mirando con incredulidad.

—Pensé que te gustaría saberlo.— se encogió de hombros restándole importancia—. Supongo que te lo enviaré para aquí, siempre y cuando no te moleste.

—¿Por qué habría de molestarme?

—Porque hace tan solo unos minutos rechazaste a una de las mejores sumisas de aquí, a partir de eso todo puede pasar.

—No estaba con ganas, fratello.— bufó dejando caer las cenizas del cigarrillo en el cenicero que tenía en la mesa—. Por mucho que usara sus encantos no conseguiría ponerme duro, sería una humillación para ella así que decidí no dejarla continuar.

Él lo observó con una sonrisa burlona en los labios, entendía bastante bien la situación que le estaba describiendo pero él no la habría rechazado. Tal vez con un par de sus juegos habría bastado para ponerlo erecto y así no dejar mal a la chica.

Damiano se levantó con aires de superioridad y acercó su rostro al de su amigo para plantar un beso en sus labios que este no tardó en corresponder.

No. No estaban saliendo. No tampoco se gustaban. Simplemente lo hacían por hacer, no es como si fuera algo del otro mundo. Habían compartido cama varías veces, nunca ellos dos solos sino con alguien más, pero ese no era el punto.

—Iré a ver al muñeco.— susurró sobre sus labios.

—¿Cuál muñeco?— preguntó Ethan con confusión.

—El que acaba de llegar preguntando por mi.— respondió con esa sonrisa tan característica suya, esa que mojaba las bragas de cualquier chica y que dejaba duro a cualquier chico, esa que alteraba a todos sin importar su género ni su orientación sexual.

Él no lo había visto, ni siquiera se lo habían descrito. Sin embargo, sabía de sobra que se trataba de Frigdiano. Nadie más llegaría a un club sexual preguntando por uno de los dueños, cualquier otra persona habría entrado para pasárselo bien y, ya si eso, acercarse al dueño cundo su organismo llevara unas cuantas copas de alcohol encima.

Frigdiano era más sensato.

Pero la sensatez se disolvía siempre y cuando Damiano estuviera cerca.

—Hola.— saludó casi con timidez cundo vio al italiano acercarse.

Buananotte.— contestó ladeando su cabeza—. ¿No te atreves a entrar o qué? Prometo que nadie hará algo que no te guste, aunque tal vez ese sea el dilema, ¿eh?— alzó sus cejas, atendiendo a cada una de las reacciones del español—. No quieres entrar porque sabes que en el fondo eso te gustará.

Cuando percibió el brillo de la curiosidad en sus ojos supo que la madrugada acababa de ponerse interesante.

—No sé de que me estás hablando.— negó con su cabeza.

La risa que se escapó de sus labios fue casi ronca, no quiso que saliera de esa forma aún sabiendo que por lo general solía gustarle a las demás personas ya que causaba un buen efecto en sus cuerpos.

—¿Cómo has dado conmigo, muñeco?— ladeó su cabeza, a pesar de que sabía de sobra la respuesta a esa pregunta—. En los cuentos siempre va el protagonista en busca de su muñeco y no al revés.

—Esto no es un cuento, tú no eres un protagonista ni yo soy un muñeco.— aclaró—. Mi cuñado me dijo donde podría encontrarte así que... Aquí estoy.

Por supuesto que no era un cuento, Damiano tampoco buscaba que lo fuera. Los cuentos se los leían los padres a sus hijos antes de ir a dormir, su historia sería de esas que no dejaba dormir, de las que se leía por la madrugada, de esas que ningún padre podría leerle a su hijo. Pero al fin y al cabo, sería su historia.

BaciamiWhere stories live. Discover now