Capítulo veintiseis: "Larga espera"

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Estaba frustrado.

No recordaba un día en su vida en donde el estrés fuera más grande que todo lo demás.

Al menos no hasta ese momento, había llegado a casa y lo primero que hizo fue ir a la cocina a por un vaso de agua, sentía la boca seca. Las voces de su mente no se callaban y con esto solo conseguía que su cabeza palpitase de dolor.

—No sé que ha pasado en el club, pero sabes que puedes contármelo...

—No voy a contártelo.

—Las relaciones son a base de confianza, si no confías en mí para contarme tus problemas entonces ya falta mucho...

—Mira, Frigdiano, no empieces —pidió masajeando su sien—. No quiero discutir contigo.

—Pues no lo parece. ¡Todo iba bien! Y ahora evitas mirarme y dirigirme la palabra. Es obvio que ha pasado algo cuando me dejaste allí con Ethan que no quieres que sepa... ¿Qué mierda pasa contigo, Damiano?

—No intentes siquiera echarme a mi la culpa.

—¿Acaso es mía?

—¡No, joder! —gritó—. No es culpa de nadie, vete a la puta cama y duérmete que ya es tarde.

—¡A mi no me trates como a un niño pequeño!

—¡Estás actuando como uno!

—¿Yo? —se señaló irónico—. No me toques los cojones, no me hubieras traído a tu casa si te ibas a poner de este modo.

—¿Puedes relajarte, por favor? —pidió—. Me duele demasiado la cabeza como para seguir con este griterío.

Caminó hasta el cajón donde guardaba las pastillas y sacó de este una caja de ibuprofeno, sacó dos y los metió en su boca para tragar como si nada, con su propia saliva y sin necesidad de ayudarse de un trago de agua. A Frigdiano le sorprendió, él aunque quisiera no quería capaz de hacerlo, se atragantaría.

—Ve a la cama, muñeco —pidió—. Ya hablaremos de esto mañana.

—No quiero hablarlo mañana.

—Deja de ser tan terco y hazme caso.

El pelinegro resopló, le estaba cayendo muy mal pero seguir con la discusión solo sería peor para ambos. Tenía que confiar en él. Quería que las cosas estuvieran bien y quizá la solución a todo sólo era el tiempo. Necesitaría pensar y actuar por sí solo y le dejaría hacerlo, porque lo quería y no esperaba que algo tan imprevisto jodiera todo lo que llevaban cultivando hasta ese entonces. Se suponía que la vuelta a España sería de color rosa y que nada ni nadie lo nublaría... Y sin embargo ya se encontraban en ese punto donde las cosas empezaban a tornar oscuras.

Se dejó caer en el colchón, mirando el despertador que estaba sobre la mesita, ya era tarde pero no tenía sueño. El cansancio se había disipado cuando la actitud del italiano tornó preocupante.

La puerta se abrió poco después y cerró los ojos para evitar una segunda discusión esa noche.

—Detesto pelearme contigo —susurró, el colchón se hundió con su peso. Sus labios besaron la sien del español antes de que sus dedos se pasaran por su oscuro cabello—. Lo siento.

—Estamos bien, Damiano —habló, abriendo sus ojos para darle una sincera mirada que se lo confirmase.

—Prometo contarte todo...

—Solo necesitas tiempo para asimilar lo que sea que haya pasado, lo sé.

Sus ojos se humedecieron al escucharlo. ¿Qué favor tan grande le había hecho él a Dios para que le enviase tal regalo a su vida?

Lo envolvió con sus brazos y lo pegó a su cuerpo mientras se quedaban en silencio, gritándose en sus mentes lo mucho que se querían y lo tanto que sentían haber gritado antes.

—¿Sabes que es lo mejor de las peleas?

—¿La reconciliación?

—El sexo de reconciliación —corrigió. Puso su boca sobre su oreja y lamió eróticamente su lóbulo. Su voz era un gruñido bajo que excitaba de cojones.

Se quitaron la ropa entre besos y caricias, confundiéndose más de lo que ya estaban. Después, sus miradas se clavaron la una en la otra y no se despegaron más, sus adorables ojos ardían ahora de un notable deseo.

Lentamente, milímetro a milímetro, de adentró en él. Su vista se volvió torcida. Tomó una respiración profunda, luchando por mantener el control, sus paredes lo apretaban de una manera muy cálida que le hacía desear más.

Virgen de las folladas. Estaba a punto de correrse y solo había entrado en él. Empujó una y otra vez, incapaz de detenerse, incapaz de reducir la precipitada consecuencia de su necesidad. El español levantó sus caderas al tiempo que sus piernas se envolvían en su cintura, a él le encantaba sentir sus muslos apretándolo.

Hacer el amor con Frigdiano se sentía como todas las emociones juntas en una. Como ver a las mariposas volar. Como bailar un vals. Como sumergirte en el fuego y salir intacto.

Los orgasmos tenían una definición bastante similar. Como fuegos artificiales. Como tu canción favorita a todo volumen. Como correr descalzo por la arena.

Si la perfección existía, estaba muy cerca de ser como el junte de ellos dos y poco más. Como arcoíris después de la tormenta.

—Alexandra se presentó en el club acusándome de ser el padre de su hijo —le hizo saber cuando este estaba por quedarse dormido en su pecho—. No sé en qué momento ocurrió tal cosa, sólo sé que mañana nos volveremos a ver en la clínica para hacer las pruebas de paternidad... No soy muy religioso, pero juro que rezaré toda la maldita noche para que no salga positivo. Me gustan mucho los niños pero cuando no son míos, no estoy hecho para ser padre y no quiero que, si lo soy, pueda afectar a todo lo que ya tenemos construido.

Frigdiano lo escuchó con atención, era comprensible que estuviera de mal humor, él también lo estaría en su situación. Pero eso no sería ningún impedimento en su relación, lo mínimo que podría hacer era apoyarlo y estar a su lado sea cual sea el resultado de la prueba de paternidad. Aunque para eso tendrían que esperar pacientemente los veinte días que tardaban en dar los resultados.

Le saldrían canas del estrés de la larga espera.

BaciamiWhere stories live. Discover now