Capítulo cinco: "Vals con el diablo"

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Frigdiano observaba detalladamente al italiano, sigue cada uno de sus movimientos con los ojos para no perderse nada. Se le estaba haciendo la boca agua de solo mirar el bulto que presionaba en los pantalones de él, se le marcaba todo y no dejaba casi nada a la imaginación. Estaba a punto de lloriquear para que pusiera su polla en su boca.

—No seas impaciente, muñeco... Vas a chuparme la polla ahora.

Su mano aprieta ligeramente su entrepierna como si quisiera mandarle un claro mensaje de "esto es lo que te vas a comer, muñeco".

Pocos segundos después bajó la cremallera con lentitud y liberó su polla, las pupilas del español se dilataron más de lo que ya estaban y por acto reflejo se relamió los labios. Damiano sonrió de forma socarrona mientras bombeaba su polla para dejarla del todo erecta.

Succhiami — ordenó con la voz ronca, producto del deseo.

La lengua de Frigdiano lamió la salada punta de su glande, apreciando como el italiano luchaba por no cerrar los ojos. Su lengua recorrió cada centímetro desde la punta hasta la base e incluso se paseó por sus testículos. Finalmente, decidió envolver sus labios a su alrededor y deslizarse por su longitud hasta que la sintió tocar su garganta. La saliva no hizo más que estimular la acción, causándole más placer a Damiano.

—Suficiente — gruñó, Frigdiano pensó que ahí se había acabado todo pero lo único que se había acabado era su control.

Los dedos del italiano se enredaron en su corto cabello y empujaron su cabeza al tiempo que movía sus caderas, guiando él los movimientos, poniendo su propio ritmo y aumentando la intensidad. Frigdiano soltó un ahogado gemido, alzó la mirada para conectarla con la del italiano y lanzarle esa mirada de "destrózame la garganta si quieres".

A él no le toma demasiado tiempo encontrar su punto, folla su boca a su gusto hasta que comienza a soltar gemidos de liberación.

—Muñeco... — se escapó de sus labios el sonoro gimoteo cuando su orgasmo estalló y la boca de Frigdiano se llenó del salado semen que acababa de expulsar, bebió con avidez cada gota e incluso se relamió los labios cuando Damiano retiró su polla de allí.

—Oh, joder... — maldijo el pelinegro al darse cuenta de lo que acababa de pasar en tan poco tiempo—. ¿Cómo hemos llegado a este punto?

—Tú querías besarme y yo te dije que me besarías la polla, así de simple.

—Si, bueno...— carraspeó cuando sintió sus mejillas sonrojarse por la vergüenza del momento.

El italiano no tardó en sentir su incomodidad con respecto al tema, estaba acostumbrado a otro tipo de personas, esas que no se avergonzaban de nada después de haber hecho cualquier cosa por muy guarra que fuese. Él solo le había chupado la polla en medio de la madrugada y al aire libre. Tampoco era una cosa del otro mundo, ¿no?

—¿Qué es lo que más te gusta hacer para matar el tiempo, muñeco? — se vio en la obligación de preguntarle.

—Me gusta bailar, desde pequeño juego a ser bailarín, ¿sabes? — soltó una pequeña risa—. En realidad me gustaría llegar a serlo algún día.

Los ojos del dominante brillaron ahora con curiosidad, él no dejaba de sorprenderlo. Jamás por su mente se ocurriría la idea de que le gustaba el baile y que uno de sus sueños era ser bailarín.

Aprovechó ese punto a su favor y no dudó en usarlo de inmediato.

—¿Quieres bailar un vals con el diablo?— interrogó con esa sonrisa malévola que tan bien lo caracterizaba, esa que le empezaba a gustar al español.

—¿Tú serías el diablo?— inquirió ladeando su cabeza y dándole una sonrisa de labios pegados.

—No, muñeco, haré una llamada al infierno y vendrá el mismísimo Lucifer a enseñarte unos pasos.— optó por usar el sarcasmo, haciéndolo reír ante sus ocurrencias.

—Si, Damiano.

—¿Si qué?

—Si quiero bailar un vals contigo.

La sonrisa se ensanchó en sus labios, no pudo esperar para sacar su teléfono móvil  y buscar en YouTube una de esas canciones que se bailaban lentamente cuerpo con cuerpo. La melodía empezó a sonar y Damiano guardó el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón, tomó las manos de Frigdiano y comenzó a mover sus pies al ritmo de la música.

—¿Prometes no pisarme?— interrogó el español casi con burla.

—El diablo no suele hacer promesas, pero por ti existen las excepciones.

Le guiñó un ojo con coquetería, Frigdiano supo que debía de acostumbrarse a los juegos del dominante porque sería siempre así... Y a él en el fondo le gustaba que fuera así.

Ambos bailaron bajo la oscuridad esa canción cuyo nombre desconocían pero que la melodía quedaría grabada en su mente de por vida. Los buenos bailes no se olvidan fácilmente. Los buenos bailarines son imposibles de olvidar.

Los brazos del italiano quedaron envolviendo la cintura del español, sus frentes estaban pegadas y de no ser por todo lo que les rodeaba podría haber sido una escena romántica. Pero no. La canción había terminado, un par jóvenes habían salido del club pero no se habían parado a mirarlos, al dando se escuchaban sus risas mientras caminaban lejos de ellos dos.

Lo stai desiderando.—Notó sus propias palabras un tanto sensuales, no había querido que sonaran de tal forma pero ya que lo habían hecho tenía que aprovechar—. ¿A qué esperas, muñeco?

—¿Eh? — Frigdiano pareció salir del hechizo que le habían causado sus ojos, notó desde el primer momento que eran hipnotizantes pero al tenerlos tan de cerca los describió simplemente como hechizantes. Damiano podía embelesar a cualquiera sin necesidad de dar sus tan míticas órdenes en italiano, solo tenía que lanzar una miradita subyugadora y, ¡puf! Persona cautivada.

Cosa aspetti a baciarmi?— interrogó antes de remojar sus labios con su lengua para darle más ganas—. Accidenti, baciami già.

¿Me estás pidiendo que te bese?

Ti sto ordinando.

Frigdiano sonrió, su pregunta había sonado estúpida pues era más que obvio lo que quería.

Sin embargo, estaba orgulloso de saber algo nuevo en italiano.

Cerró sus ojos y se impulsó para besarlo, confirmando una vez más que los besos italianos no eran para nada aburridos y que se sentían verdaderamente deliciosos. Eran un dulce al que su boca no estaba dispuesta a negarse.

BaciamiWhere stories live. Discover now