Capítulo catorce: "Hipotéticamente hablando"

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Cuando el orgasmo se apoderó de él y las sacudidas de placer envolvieron su cuerpo, gimió de forma ahogada y maldijo internamente una y otra vez. Estaba limitado. Su cabeza palpitaba ante la desesperación de querer moverse y no poder hacerlo. Se había corrido en el bóxer, el italiano no tuvo piedad de él y dejó el vibrador encendido, Frigdiano llegó al punto de sudar, sus músculos se tensaban con cada movimiento que intentaba hacer.

—Cada vez que te muevas le subiré la intensidad —advirtió el italiano, su perversa mirada lo observaba con atención—. ¿Cual es tu fecha de cumpleaños?

Llevó una mano a la mordaza y la retiró unos segundos para escuchar su respuesta, el español estuvo tentado a morderle la mano pero sabía que eso solo le traería otro castigo más.

—El cuatro de noviembre—gimoteó como respuesta, Damiano sonrió satisfecho y volvió a acomodarle la mordaza para que eso fuera lo único que dijera.

—Entonces serán cuatro veces las que te vas a correr —indicó antes de inclinarse para besar su mejilla.

En otra ocasión Frigdiano se reiría, ¿que habría pasado si cumpliera el día treinta? ¿Le castigaría de semejante forma? Su cuerpo no resistiría ni en broma. Dudaba incluso poder con cuatro orgasmos seguidos, terminaría la noche agotado.

Damiano disfrutó verlo, incluso lo tentó con sus manos para llegar antes al orgasmo en las cuatro veces restantes. Frigdiano, por su parte, estaba cada vez más ido, sus piernas tenían un ligero temblor y su estómago dolía cada vez que se contraía.

—No seas blando, muñeco —susurró—, todavía te queda un orgasmo.

El español lo miró suplicante, pero el italiano no le tomó importancia. Un castigo era un castigo, ya tendría su recompensa más tarde. Se sintió dolorosamente aliviado cuando el cuarto orgasmo se apoderó de su cuerpo, Damiano sonrió y lo primero que hizo fue bajarle el bóxer, empapado de semen, para tomar el vibrador que allí había puesto. Poco después liberó sus manos y, ya por último, le quitó la mordaza.

—¡Esto ha sido un castigo! —reclamó.

—Literalmente —respondió burlón.

Permaneció allí más tiempo del que le gustaría, sabía que si intentaba levantarse sus piernas fallarían y terminaría cayéndose, lo que menos necesitaba era hacer el ridículo.

—Le gustaste a Thomas —habló el italiano, volviendo la mirada a él—. Incluso me propuso hacer un trío, pero me negué, ¿qué mierda tiene en la cabeza para creer que te voy a compartir?

—A ti esas cosas te gustan, así va tu infierno —apoyó sus codos sobre sus rodillas y entrelazó sus manos para apoyar allí su barbilla.

—A mí esas cosas me gustan —repitió—. ¿Y a ti te gustan?

—No lo sé, no he probado...  Quizá deba de acostumbrarme a las cosas del infierno —se encogió de hombros—. El diablo ama al infierno, ¿no?

—¿Y si te dijera que el diablo te ama más que a su infierno? —ladeó su cabeza, el español estremeció con solo escucharlo y Damiano al darse cuenta de lo que acababa de decir y de las emociones que causó en el muñeco, trató de corregirse—. Hipotéticamente hablando, claro.

Frigdiano sonrió, su forma de hacerle saber que lo amaba no era la mejor, pero era única. Él no sabía querer a medias; o lo entregaba todo o le importaba todo una mierda.

—Hipotéticamente hablando —repitió soltando una carcajada—. Eres importante para mi, italiano, sé que también lo soy para ti. ¿Que me amas? Eso ya son palabras mayores que me gustaría que fueran ciertas, pero es muy pronto... ¿Nos conocemos de hace cuanto? Unas semanas como mucho.

—El tiempo es relativo, muñeco —bufó—. Tú eres encantador, haces que sea fácil amarte.

—¿Me amas? —alzó sus cejas con interés.

—Hipotéticamente hablando...

—Y una mierda, Damiano, hablemos las cosas como son —pidió.

El italiano sonrió con descaro, escucharlo con ese tono era incluso divertido. Él, que siempre era paciente, que seguía órdenes con facilidad, ahora estaba allí haciéndole frente por una cuestión de sentimientos.

—Siento algo, si —asintió—. Pero eso no sé si podría llamarse amor. ¿Aprecio? Si. ¿Admiración? También. ¿Unas ganas inmensas de abrazarte y no dejarte ir nunca? Quizá —admitió, cruzándose de brazos—. Eres ese alguien que estuve esperando toda mi vida, lo supe desde que nos vimos por primera vez; tan inocente, tan a mi disposición. Con cada momento que vivimos juntos es una afirmación más a que te quiero aquí, conmigo.

No sabía que estaba reteniendo aire, lo único que podía sentir era su corazón martilleando con fuerza contra su pecho. Si eso no había sido una declaración de amor entonces no sabía que esperarse. Damiano siempre es un hombre que dice lo que piensa, su sinceridad es uno de sus puntos fuertes y ahora solo acababa de demostrarlo.

—Dicen por ahí que el verbo amar no se conjuga en la cama —habló, sosteniéndole la mirada—. Así que... Llevamos esto más allá del sexo.

—¿No lo estamos haciendo ya?

—Pero no del todo...

—Muñeco, conozco a tu hermana y a tu cuñado, hemos tenido una cita y todo, ¿recuerdas? —alzó sus cejas con diversión—. ¿Que nos falta? ¿Que conozcas a mis padres?

—Oh, no... Eso sería una desastrosa idea, tu familia es italiana y yo todavía no domino el idioma.

Ha una soluzione facile —ronroneó, tomando su rostro con sus manos—. Impari in fretta.

—¿Qué? —susurró, perdido en el roce de sus labios—. ¿Que has dicho?

Baciami —ordenó.

Eso si que lo había entendido, ya se estaba convirtiendo en su palabra favorita en italiano. Llevó una de sus manos a su nuca y presionó sus labios con los del dominante, buscando ese toque mágico que solo encontraba en su boca.

BaciamiWhere stories live. Discover now