Capítulo once: "Una cita peculiar"

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Ni siquiera sabía por qué había aceptado ir con Zabdiel a la dichosa cita, él ya no era capaz de recordar cuál había sido la última a la que fue, probablemente fuera en Italia hace un par de años. Desde que rompió con su anterior pareja no había vuelto a tener ninguna cita.

—Alegra un poco esa cara, hombre —habló Zabdiel, dándole un ligero golpe en el hombro—. Te va a encantar la cita.

—No soy un hombre de citas —bufó de mala gana, metiendo sus manos en los bolsillos y siguiendo los pasos de su acompañante—. Además... Esta será una cita rara.

—Una cita peculiar —corrigió.

Damiano no quiso llevarle la contraria, sólo conseguiría una mini discusión porque ambos eran más que tercos. Se quedó en silencio, el único ruido era el de sus pisadas, al menos hasta que se fueron adentrando en el terreno, el sonido del río empezó a oírse al igual que las risas de los hermanos.

—Creo que hemos llegado a nuestro destino.

Ambos sonrieron cuando sus ojos los encontraron, ambos semidesnudos y bañándose en el río.

Damiano tragó saliva y miró con reproche a su compañero, quizá se le había pasado por alto mencionar con quien sería la cita, aunque el italiano ya tuviera una leve sospecha. Al ver que este no le devolvía la mirada tuvo que mirar resignado a los dos que ya estaban allí.

No les sorprendió encontrárselos así, era normal en ellos hacer cosas de ese estilo. Lo que les sorprendería sería llegar allí y encontrárselos sin hacer nada.

—Muñeca, te tenía como una adulta responsable —se burló su novio, alzando sus cejas.

—Cállate y ven aquí, anda —indicó la pelinegra.

Él rió, casi embobado, y sin pensárselo dos veces empezó a quitarse la ropa. El italiano lo miró con incredulidad, bufando, y se limitó a dejarse caer al pasto. Una vez allí, sacó el paquete de cigarrillos de su bolsillo y tomó uno entre sus dedos, mientras buscaba el mechero vio al hombre que lo acompañaba tirarse al agua.

—Eres un puto mandado —se mofó, sabiendo que ya no lo escucharía. Le puso fuego al cigarro y dio una larga primera calada.

Poco después vio al pelinegro salir del agua, sacudió su cabello un par de veces y se acercó al italiano.

Sei bagnato.

—¿Qué? —inquirió, le daba miedo no entender el idioma, tranquilamente se podría cagar en todos sus muertos y él sin entender nada.

—Que estás mojado —bufó—, así que mantente lejos hasta que te seques.

Frigdiano sonrió con diversión, no tenía pensado hacer nada pero si le decía esas palabras era obvio que algo iba a hacer. Esperó a que dejara el cigarrillo a un lado y aprovechó ese momento para tirarse encima de su cuerpo, mojando su ropa al momento. Lo escuchó quejarse, incluso supo que maldecía en su idioma natal, pero no hizo ningún ademán de apartarlo.

—Muñeco tonto...

—Oye, pero sin insultar —se quejó, mirándolo con mala cara.

—Eso haberlo pensado antes de tirarte encima de mi cuerpo, mojado y semidesnudo —su mano libre se posó en su espalda, sin importarle la humedad de esta, y la deslizó con lentitud hasta que se coló dentro de su bóxer. El español se tensó, principalmente porque su hermana estaba a tan solo metros bañándose en el río—. Tranquilo, ellos ya se están metiendo mano desde hace unos minutos.

—Eso no me consuela.

—No, eso no, pero esto si —sonrió malévolo, apretando una de sus nalgas, estrujándola con sus dedos.

El pelinegro se contuvo de jadear o soltar un suspiro placentero, sus mejillas ya estaban de un tono rojizo por la vergüenza del momento. El italiano parecía estarse divirtiendo.

—No. basta —se levantó, caminando hasta su ropa y tomándola para después ponérsela, sin importar que esta se quedara pegada a su piel.

Damiano tiró su cigarro al suelo y lo pisoteó, acto seguido se acercó a Frigdiano. Lo miró durante unos segundos y después tomó su mentón con dos de sus dedos para dominar el beso que plantó en sus labios al momento. Este no pudo resistirse, era una droga letal.

—¿Listo para nuestra cita, muñeco?

—Pero... Mi hermana y mi cuñado...

—Déjalos, estoy seguro de que si los dejamos terminarán teniendo sexo en el río —habló, o más bien, dijo lo obvio—. Así que... ¡Vamos a por una cita peculiar!

Se sonrieron el uno al otro y se tomaron de la mano para seguir el camino del río, como si de dos enamorados del tratase, huyendo del mundo para ir a amarse a algún rincón en donde no pudieran ser vistos ni encontrados. De vez en cuando se robaban besos casi tímidos.

—Dios... No sé qué estamos haciendo...

—Se llama tontear, muñeco, y es algo normal en dos personas que se atraen —murmuró el italiano, pasando su lengua por sus labios y mirándolo con diversión.

—Si, si... Ya —sacudió su cabeza—. Es que... ¡Eres un hombre!

Damiano se hizo el sorprendido.

—No me digas —parpadeó—. ¿Cómo lo has adivinado?

—No seas tonto —golpeó ligeramente su hombro—. Estoy teniendo problemas de bisexualidad, no es coña. ¿Tú como descubriste que eras...? Bueno, ya sabes.

—Yo siempre decía que era un hetero con curiosidad —relató—. Al final terminó gustándome más la curiosidad que la heterosexualidad.

—Pero sigues teniendo sexo con mujeres.

—¿Y? —se encogió de hombros—. El placer es un tema muy extenso, muñeco. Un cuerpo es un cuerpo, un agujero es un agujero.

—Joder —se lamentó de haber sacado el tema de conversación.

—Tú preguntaste, yo solo estoy respondiendo.

Y vaya que lo hizo. Porque le dio al menos tres o cuatro lecciones de lo relativo a la sexualidad. Definitivamente, ninguno de los dos se esperaba que así empezaría su cita.

BaciamiWhere stories live. Discover now