Capítulo veintidós: "Empezar el año de la mejor manera"

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Frigdiano colapsa sobre su espalda, riendo sin aliento. Damiano remueve el segundo condón bien usado de la noche y lo tira a la papelera junto a la cama. Yacen uno al lado del otro, en un cómodo silencio. No es que usaran preservativo a menudo, pero los que guardaba en el interior del cajón de su mesita tenían sabor a mango y el pelinegro le hizo ojitos para poder chuparle la polla con este puesto, el italiano no pudo resistirse.

—Estaba rico —admitió, relamiendo sus labios—. Todavía siento el sabor en mi boca.

—¿Ah, si? —inquirió, alzando una ceja con diversión—. Baciami e controlliamo.

El español se inclinó para cumplir con esa orden que conocía a la perfección, sus oídos ya se estaban familiarizando con el idioma y cada vez le gustaba más escucharlo. Su piel caliente presionándose, labios abriéndose camino hasta su cuello, a la sensible piel detrás de su oreja.

Su aliento se vuelve jadeos rápidos, el placer aumentando, tensándole el estómago. La respiración jadeante de Frigdiano hace cosquillas en el hombro de Damiano cuando agarra su rodilla y levanta su pierna.

—¿Quieres esto, muñeco?

—Si, por favor, si.

—Junta tus muñecas por encima de la cabeza, voy a atártelas.

Él hizo caso a su petición y esperó a que Damiano tomase del suelo la corbata que había usado esa noche, intentó mirar el ágil movimiento de manos que hizo para atar estas y no de la típica manera que se hace un nudo. Era una atadura elegante, si el momento no fuera erótico incluso se habría parado a halagarlo.

Primera parte, complicada.

Atartarte.

—Date la vuelta, muñeco, ponte en cuatro para mi —su acento italiano era incluso más marcado cuando daba órdenes y eso a Frigdiano lo ponía mucho. Con solo oír eso supo que iba a cumplir con todas las letras de los colores mencionados a medianoche.

Sus rodillas presionan el colchón, doblegando su espalda y levantando su trasero, dejándolo a su completa disposición. Su palma chocó repetidas veces contra sus nalgas, enrojeciéndole la piel, de los labios del español salían pequeños jadeos involuntarios.

Azotarte.

—Muñeco, mis padres han de querer dormir, voy a tener que amordazarte si sigues así —azotó nuevamente su trasero, en respuesta obtuvo un nuevo jadeo por parte de Frigdiano. Chasqueó su lengua y buscó por el suelo la corbata de su acompañante, por eso le había insistido en poner esta y no en ponerse pajarita. La situó en su boca, asegurándose de que cubría esta, y la ató detrás de su cabeza.

Amordazarte.

Después fue dejando húmedos besos por su espalda hasta situarse detrás de él, torturándolo con la punta de su polla presionando su entrada, con eso solo cumplía otra de las cosas que le había prometido...

Rozarte.

—Voy a follarte, muñeco —advirtió, inclinándose hacia delante para que sus dientes rasparan la piel de uno de sus hombros—. Voy a romperte.

Empujó la cabeza de su polla dentro de él. Quiso burlarse, hacerlo esperar un poco más, pero su propio cuerpo le exigía embestir una y otra vez. Estaban tan condenadamente necesitados que quiso gruñir con frustración. Su mirada se fijó en su polla deslizándose dentro y fuera de él, desde la punta a la base, una y otra vez.

Todo lo que dijo sobre la "g" lo hizo real.

Gemir.

Gruñir.

Gozar.

Sus dedos apretaron la piel de su cadera, dejando la marca de estos allí por unos segundos. Sus testículos golpeaban contra su culo mientras tocaba todos los ángulos correctos, haciendo que fuese difícil no correrse. No quería que terminara. El sudor empezaba a cubrir los cuerpos de ambos. Estaban conectados en mente y cuerpo en ese momento. El italiano sintió las piernas de Frigdiano debilitarse, su polla palpitó dentro de él, escuchaba los sonidos queriendo salir de su boca, la manera en la que se movía tratando de buscar una postura ideal. Le hizo perder el control.

—Maldición, muñeco —cerró sus ojos con fuerza mientras alcanzaba el orgasmo y se corría en su interior, llenándolo con su semen.

Su mayor deseo era empezar el año de la mejor manera y vaya que lo estaban cumpliendo, ese año iba a ser el mejor de todos, no habían empezado con buen pie sino con un buen polvo.

Desató las manos del pelinegro y le quitó la mordaza, dejándolo jadeante en el colchón de la cama mientras él dejaba caer las prendas de nuevo al suelo.

—Cumpliste...

—Ya sabes que soy un hombre que cumple con sus promesas —se dejó caer a su lado para después envolverlo en sus brazos, disfrutando de como sus cuerpos se pegaban gracias a la sudor—. Mañana nos damos un baño, muñeco, ahora sólo me apetece dormirme contigo en mis brazos.

—Esa idea me agrada demasiado —admitió en un susurro, descansando su cabeza en su pecho, escuchando el desenfrenado latir de su corazón.

Los comienzos siempre eran bonitos, al parecer con ellos también sucedía con los finales.

BaciamiWhere stories live. Discover now