Capítulo diez: "La idea"

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—En el hipotético de que terminásemos de la misma manera... —arrugó su nariz al escucharse—. No, ni de coña terminaremos así.

—Si yo fuera tú no lo tendría tan claro. —Fiammenta se burló—. Hermanito, si en poco tiempo estás así no quiero imaginarme cuando pasen un par de meses... O cuando pasen años.

—Que te haya funcionado a ti no significa que también me vaya a funcionar a mi —bufó, cruzándose de brazos.

—No seas un amargado, eres joven y tienes que disfrutar mientras puedes... Ese bombón italiano es una bomba sexual, deja que te explote en la cara, pimpollo.

—Espero que no literalmente... —rió, un tanto nervioso por su escurridiza imaginación—. Por cierto, no me llames "pimpollo" ya tengo suficiente con que me llamen "muñeco".

Fiammenta rió, entendía a la perfección como era la sensación, también había cierto dominante que le tenía un apodo idéntico pero con la terminación en femenino. Se levantó de la cama y le retiró las sábanas de su cuerpo, tenía planes en mente y sus e entretenía conversando no los llevarían a cabo nunca. Frigdiano refunfuñó y trató de recuperar las sábanas para volver a taparse.

—Venga, venga... Ve a darte una ducha, te cambias de ropa y desayunas algo, no tenemos todo el día.

—Que pereza las mañanas —se quejó, levantándose y estirando sus músculos—. ¿Me preparas el desayuno, por favor?

—Yo no soy tu criada.

—No, pero eres mi única hermana y me quieres mucho —besó su mejilla de forma ruidosa y entró al baño antes de que ella respondiera a esa oración, sabía que terminaría cediendo así que no le dio demasiada importancia.

Frigdiano no era ese tipo de personas que demoraba en ducharse. No era de los que ponían música y se armaba tremendo concierto. No. Nunca había entendido la necesidad de hacerlo, quizá si había puntos en los que era diferente al resto.

Cuando se miró al espejo, ya duchado y vestido, descubrió que lo que veía en el reflejo no le disgustaba para nada. Había pasado años evitando mirarse demasiado porque siempre encontraba defectos y terminaba criticándose a sí mismo. Ese día no. Se limitó a sonreírse y no pensar en nada negativo que pudiera afectarle.

—Se dice "gracias" —bufó la pelinegra cuando su hermano se sentó a la mesa y empezó a comer lo que ella le había preparado.

—Pues eso —asintió, mirándola con diversión—. Gracias, muñeca.

—Eso, tú sigue jugando que yo también tengo cartas, eh —le hizo saber, alzando sus cejas en señal de advertencia.

Él no le tomó demasiada importancia, nada de lo que pudiera decir su hermana le preocupaba mucho.

—Ahora dime... ¿Qué es eso que quieres hacer? —inquirió, la curiosidad le había picado cuando se enjugaba el cabello y ahora era un buen momento para hacer la pregunta.

—¡Una cita! —alzó sus manos en el aire.

—¿Tienes una cita con tu novio? —arrugó su nariz—. ¿Y necesitas mi ayuda en...?

—No, no soy yo la de la cita... Bueno, si, pero no es importante eso —se dio un golpe en la frente con la palma de su mano—. Tú tienes una cita con un elegante italiano que viste de traje, tiene tatuajes y se pinta las uñas de negro.

—¿Qué? No, yo no tengo ninguna cita... No sé de qué estás hablando.

—Yo me entiendo —murmuró, divertida.

Porque claro, ella y su novio habían estado planeando hacer una cita doble desde hace algunos días, él se encargaba del italiano y ella de su hermano, con un poco de suerte todo saldría bien. Por otro lado también estaba su estado de salud, los últimos días no se había sentido del todo bien y trataba de buscar cualquier tipo de actividad para entretenerse y pasar el tiempo en algo que no le dejara pensar en el tema.

—¿A dónde se supone que iremos?

—Daremos un paseo por el río y al llegar la hora de comer haremos un picnic en el prado, ¿te gusta la idea?

—A mi si, no puedo asegurarte que a Damiano también le guste, tiene toda la pinta de ser un pijo de ciudad.

—Igual las pintas engañan, es más campestre de lo que te imaginas —rió, viéndolo levantarse y lavar los utensilios que había utilizado—. ¿Listo para la cita?

—Supongo que si —chasqueó su lengua y se dejó llevar por ella.

Ya en el coche escuchó la conversación que esta mantuvo con su chico y se vio tentado a hacer algún comentario que decidió guardar por respeto, por supuesto que cuando colgó la llamada tuvo que comentarle a su hermana un par de cosas solo para molestarla.

—Coge las gafas de sol que están en la guantera, por favor —pidió—. Detesto el sol para conducir, es malísimo para la vista.

Él hizo lo que le pidió y se sorprendió al ver que en la guantera también guardaba una bolsa de la farmacia con distintos tipos de pastillas dentro.

—Últimamente no me encuentro demasiado bien —explicó ella al ver el desconcierto en su mirada.

—Quizá sea algo grave, deberías de ir al médico...

Ella le restó importancia para no hablar más del tema y no volvió a decir palabra hasta que detuvo el coche cerca del lugar en el que habían quedado. Al parecer eran los primeros en llegar y tendrían que esperar por los dos hombres que se retrasaban.

—No sé... Pero presiento que la idea de esta cita no va a terminar bien.

—Tus presentimientos dan asco —protestó la pelinegra.

BaciamiWhere stories live. Discover now