Capítulo 24 · Dispara donde quieras

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CANCION PARA EL CAPITULO:

Moves like Jagger - Maroon 5 ft. Cristina Aguilera

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XXIV

DARCIE

Durante el horario del almuerzo me vi incapaz de ir al comedor, sabiendo que lo probable era encontrarte ahí. No sé, simplemente me sentí acorralada por la situación. El solo hecho de tener que pensar en qué decirte me revolvía el estómago, haciéndome entender lo patética que resultaba mi vida desde que empezaba a enamorarme de alguien después de tanto tiempo.

Entré a la biblioteca con la sospecha de que estaría vacía, y en efecto así era. Nadie se encierra a leer cuando puede estar comiendo, o al menos así funcionaba en el colegio en el que me encontraba. Ni siquiera la bibliotecaria estaba ahí, tras su escritorio, como solía hacer. Caminé entre los pasillos de libros, pasando mis dedos entre los lomos viejos y llenos de polvo que iba a tocarme limpiar junto a los castigados cualquier día de esos.

Sobre las mesas se encontraban pilas y pilas de revistas, manuales, mapas y otros libros, todos esparcidos uno encima del otro. Era normal algo así en la biblioteca, en especial luego de que un curso desastroso la utilizara para alguna clase. Decidí sentarme en una de las más desordenadas, esperando poder esconder mi cara detrás de esas montañas.

Creí que era un buen momento para empezar a practicar esos aburridos hábitos de estudio que me convenía tener, por lo que saqué mis apuntes para empezar a resolver una tarea que tenía pendiente. Supongo que luego de unos tantos minutos llegué a concentrarme lo suficiente como para no escuchar que la puerta de la biblioteca se abría, dejando así que cierta persona entrara para acercarse.

—Darcie—escuché que me llamaban.

Una voz peculiar, un tono divertido y familiar que reconocí sin mucho esfuerzo.

—Louie—mascullé, alzando la vista de mis cosas.

En efecto, estabas de pie justo delante de mí con las manos metidas en los bolsillos y con cara de nada me sale mal. Justo la única persona a la que quería evitar, encontrándome en lo que intentaba ser un escondite perfecto.

—¿Puedo?—preguntaste, señalando la silla que tenías delante.

—No.

Poco importaba mi respuesta, de todas maneras, porque en cuanto me escuchaste tomaste asiento frente a mí, apartando en el proceso los libros que teníamos en medio. Llevabas contigo una botella de agua, la cual dejaste a un costado tras clavar tus ojos sobre los míos.

—¿Qué haces aquí?—me cuestionaste con lo que supuse que era una genuina curiosidad—. Nunca vienes a la biblioteca si no te obligan primero.

Echaste una mirada a nuestro alrededor, quizás recordando como yo aquella primera vez que nos cruzamos. Fue una situación similar a esa, ambos estando castigados y siendo obligados a ordenar una cantidad insufrible de revistas que los del último curso—para aquel entonces—habían dejado tiradas sobre esas mismas mesas. Lo primero que hice fue pedirte ayuda para molestar a Miss Adams, la profesora a cargo de nosotros aquel día.

—Estaba evitándote—respondí con sinceridad, alzando ambos hombros en un gesto inocente.

Frunciste el ceño.

La muerte del amor ©Where stories live. Discover now