Capítulo 44 · El juego de Dante

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CANCION PARA EL CAPITULO:

Angel on fire - Halsey

°

XLIV

MEGARA

—Dante está como loco. ¿No te maravilla lo fácil que es manipular a los hombres?

Catábasis tampoco era mejor. Mi falta de tiempo y la imposibilidad de transportarme de constante hasta Ghael solo enfurecía a Hades, pero aun así encontraba la forma de llegar hasta mí. Ese día, tiempo después de que tuviera que mudarme con Lía, fui yo misma hasta Catábasis para calmarla. Ya había empezado a amenazar con buscarme y llevarme de los pelos si no seguía con el plan.

—Quemé su casa tal y como me pediste—argumenté, permaneciendo de pie mientras ella estaba tirada en su sofá. Las estatuas, al fondo, estaban tan quietas como de costumbre—. Hice que todo su dinero arda entre llamas, ¿qué esperabas, que eso lo haga feliz?

—No, Megara. Esperaba justo lo que estoy teniendo—me espetó la esbelta mujer que tenía delante, jugando con los dedos de su mano bastante más emocionada que las últimas semanas—. Ya esperamos el tiempo suficiente, ahora es momento de dar el siguiente paso o vamos a estancarnos en la misma mierda de siempre.

Asentí, comprendiendo lo que decía. Molestar al egocéntrico pelirrojo que todavía no tenía el placer de conocer se convertía poco a poco en un divertido juego para mí, uno en el que sentía que podía terminar ganando si sabía jugar bien mis cartas.

—Es hora. Vas a visitar a mi lindo hermanito y a ofrecerle la información que busca con taaanta desesperación—Hades amaba repasar sus planes, aunque poco le importaba encontrar errores en ellos. Envidiaba la seguridad con la que se enfrentaba al mundo, siempre convencida de que le era imposible equivocarse—. ¿Estás lista, pequeña?

—Nací lista—acepté con seguridad, pero luego sentí la necesidad de decir en voz alta lo que estaba pensando—. Iré al despacho de Dante, hablaré con él y le diré que sé quién está detrás de lo que le está pasando.

Hades se mostró emocionada, extendiendo ambas manos por delante de ella para mirarse las uñas en un gesto petulante. El poder que emanaba su simple presencia era tal que hasta yo misma podía percibirlo, incluso cuando acostumbraba a preferir ser la que estaba por encima, la que tiene la capacidad de que el resto sean los inferiores.

Ojalá hubiese sabido todo lo que planeaba a mis espaldas. Lo que ella sabía que iba a sucederme ante el simple intento de colarme en el despacho de su hermano con la inútil defensa de tener una llave que, al fin y al cabo, era inservible. No representaba nada. Lo único que iba a salvarme, lo único que podía serme de ayuda, iba a tener que ser mi propio ingenio. La habilidad de convencerlo, de hacerle creer que mis intenciones estaban puestas para jugar de su lado.

—Y recuerda—me advirtió, levantando un dedo en mi dirección—. Si no puedes ser su reina, entonces serás su ruina.

Eso fue lo que Hades me enseñó, lo primero y último que tomé de ella como un aprendizaje. El desastre que dejaba tras de mí mientras más me involucraba con Catábasis me obligaba a jugar ese juego, a seguir las reglas de un mundo que quemaba hasta convertirte en la oscuridad misma.

Busqué a Kit al instante en el que el plan se puso en marcha. Él era mi confidente en esa situación, el único que sabía lo que sucedía y también el primero en emocionarse por lo divertida que era mi vida ahí dentro.

La muerte del amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora