Capítulo 34 · Hasta que tu cuerpo se adormezca

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AVISO: este capítulo contiene escenas +18 D:

CANCION PARA EL CAPITULO:

Bad things - Machine Gun Kelly ft. Camila Cabello

°

XXXIV

DARCIE

—¿Ir a la casa de tu madre? No hay ni una posibilidad, Drew. Ni siquiera la más mínima.

Tenía tu mano entrelazada con la mía mientras te arrastraba hacia el interior de la casa de mi abuela, en parte contra tu voluntad. Ya había limpiado el invernadero dentro de las posibilidades que cabían, dejándolo tan limpio como destrozado. Al menos, no dejé cristales y plantitas marchitas desparramadas sobre el suelo.

—¡Pero ya te dije que lamento haberte metido en esto!—reclamaste, intentando detenerme—. Te juro y perjuro por lo que más quieras que no pensé que mi madre iba a querer conocerte. ¿Qué se suponía que debía hacer?

—Podías empezar por dejarle creer que de verdad estabas saliendo con Ron—respondí, recordando la parte de la historia que ya me habías alcanzado a contar antes de que yo empezara a insistir para que me acompañaras a recorrer el interior de la casa—. Algo me dice que ni se le iba a cruzar la idea de pedirte que lo llevaras a conocerla.

Chasqueaste la lengua, dándome la razón.

—Bueno, fui lento—volviste a excusarte, pero te interrumpí antes de que pudieras seguir.

—Lo eres siempre—dije, y tiré de tu mano para que entraras a la cocina—. Ahora sígueme, te prometo que será rápido.

Seguiste quejándote todo el tiempo que nos llevó recorrer la desordenada cocina, pasar por la sala de estar y adentrarnos en el pasillo principal. Al final del mismo estaban las escaleras al segundo piso, lugar donde se encontraba mi vieja habitación, la de mi hermano y también la de mi abuela. Esa última, mientras Candy vivía, permanecía cerrada con llave todos los días ante la posibilidad de que una pequeña y curiosa Darcie quisiera entrar a fisgonear entre las cosas de su abuela. Apenas recordaba cómo era ese cuarto, pero tras su muerte mamá me reveló un secreto que se aseguraron de mantener oculto hasta que ya no pudiera sacarle provecho.

Por alguna razón, Candy tuvo la necesidad de replicar la cerradura de la entrada y colocarla en la puerta de su habitación para que, de esa manera, la llave de la casa fuera también la de su cuarto. Y yo, como la dueña de la última llave que quedaba, tenía en mis bolsillos el acceso a ese extraño, probablemente sucio y cerrado lugar.

—Mira, Darcie, entiendo que quieras mucho a tu abuela muerta pero este lugar huele a mierda—te quejaste, tapándote la nariz con la mano que tenías disponible.

Me detuve en seco, girándome para poder enfrentarte.

—¿Qué acabas de decir?

Enseñaste una perfecta hilera de dientes, pretendiendo ser inocente.

—Que la bella morada de tu difunta abuela no huele precisamente a rosas, corazón—endulzaste tu anterior comentario, mostrándome una sonrisa odiosa.

Crucé ambos brazos por delante de mi pecho, liberándote de mí agarre.

—Tú tampoco hueles mejor y no me ves quejándome—repliqué.

La muerte del amor ©Where stories live. Discover now