Capítulo 62 · No puedo sobrevivir

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CANCION PARA EL CAPITULO:

Teeth - 5SOS

°

LXII

MARLENE

El celular vibraba en mis manos temblorosas. Me encontré sola en las afueras de mi residencia, el mundo se sentía gris, y mi corazón se escondía en lo más profundo de un pozo sin final. Los ojos se me llenaban de lágrimas al sentir que mi garganta presionaba, hundiéndome en un pésimo estado que me llevó a hacer lo que jamás creí que haría.

Fui a casa directamente después de que cortamos. Mi alrededor parecía girar, cambiar, pero  solo podía permanecer estática. Ante el movimiento, se sentía como si yo fuera lo único que se quedaba quieto. Lo seguro en la inseguridad.

Estaba llamando a mamá.

Lo hacía porque ya no tenía otro lugar a donde ir, o donde caer, o donde salvarme.

No me sentía capaz de enfrentar a Becka con su típica mirada de te lo dije. Tampoco quería llamar a Cameron y escuchar que estaba con Peyton. ¿Y mi hermano? Ni siquiera sabía que estaba en una relación. No era plan que se entere justo el día que se terminaba.

Para mí, Gunnhild perdió sus colores mucho antes de la tormenta.

El celular en mi mano iba a condenarme si seguía escuchando los beeps. Si mamá no contestaba.

Pero lo hizo. Sorprendentemente lo hizo.

—¿Marlene?

—Mamá—se me escapó, y el tan simple acto de escucharla hizo que mis defensas cayeran por completo, se desplomaran sin que yo pudiese sostenerlas como estaba intentando hacer. Empecé a sollozar—. Él y yo terminamos. Andrew y... él y yo...

Tan solo llamarte por tu primer nombre ya significaba algo. Los temblores en mi cuerpo se multiplicaron, alzándose hasta mi cuello para asfixiarme. Así empezaba. Con la falta de aire, los nervios a flor de piel y la constante sensación de que estás a punto de morir.

—Oh, cariño—su voz se ablandó, quizás por primera vez en su vida. Creí que me alejaría, esperaba que me enviara directo a la mierda. Después de todo, llevábamos meses sin hablarnos la una a la otra sin Bo de por medio. Sin embargo, todo lo que hizo fue preguntar:—. ¿Cómo fue?

Cuando intenté darle una respuesta, por simple que fuera, no me salió la voz. Terminé agazapándome al sentir que caería, mareada y perdida, sobre el suelo. Supongo que todo lo que ella escuchó era cómo sorbía por mi nariz para calmarme.

—¿Pero no hay ninguna posibilidad de que vuelvan algún día?

—No—susurré sin siquiera pensármelo.

Hizo silencio un instante, marcando la advertencia de que no tenía ni idea de qué hacer o qué decir.

—¿Quieres venir a casa?

Eso hice. Caminé sola, abrazándome y conteniendo las lágrimas todos esos kilómetros que me separaban de un lugar al que nunca llamé casa, pero al que terminaba volviendo sin remedio. Quién diría que incluso en esas circunstancias seguía haciéndote caso, recordando lo que me aconsejaste la última vez que hablamos.

Cuando llegué, la encontré justo en la puerta.

Estaba ahí como si me hubiese estado esperando.

Me recibió con un abrazo. Uno que no me había dado nunca antes, que me recordó a los tuyos por la fuerza con la que me estrechaba contra sí. Me quitó todo el aliento, así como también las lágrimas, pero nada calmaba mis miedos.

La muerte del amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora