EXTRA: Josephine

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CANCION PARA JOSEPHINE:

MAMMAMIA - Maneskin

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EXTRA

JOSEPHINE

Tensé ambas menos detrás de mi espalda, buscando encontrar una calma que se escapaba como si le fuese imposible alojarse en mi cuerpo. Cualquier pequeño movimiento, por débil que fuera, esparcía a cada una de mis extremidades un dolor insoportable. Si buscaba una buena posición, dolía. Si me quedaba quieta, también. No importaba lo que hiciera, terminaba volviéndose en mi contra tarde o temprano.

La vida misma, Jo. La vida misma.

Repetirlo no iba a hacerme entenderlo. Quería ser capaz de librarme para así dejar de sentir esa entrañable pero familiar vocecita que pedía a los gritos que hallara una forma de irme antes de que sea demasiado tarde. El problema es que eso, a mí, no iba a condenarme. Mi prisión era otra.

Todavía recuerdo la primera vez que vi a Andrew, la recuerdo tan bien que hasta soy capaz de repetirla en mi mente como si fuese la escena de mi película favorita. Ahí estaba yo, a las afueras del jodido hospital de Ghael, esperando a mi madre. Para aquel entonces ella todavía estaba viva, y yo todavía esperaba que el cáncer no se la llevara. No sé, mantenía una esperanza que jamás me dejaría hasta dentro de unos meses después. Cualquiera fuera el caso, tenía un cigarrillo en mi mano pero la cabeza llena de maldiciones porque no tenía fuego para encenderlo. Lo había olvidado en casa, y recordaba bastante bien que papá iba a enfadarse si me atrevía a decirle que quería irme solo por eso.

Después de todo, mamá estaba muriendo.

Era mil veces más importante que una adicción de mierda.

Pero entonces el rayo de luz llamado esperanza apareció en su forma humana, tal y como en una escena en la que el protagonista, a punto de morir, encuentra el oasis. Así se sintió cuando lo vi aparecer, atravesando las puertas del hospital con un enfado que guiaba sus pasos en mí dirección. Tenía el ceño fruncido y caminaba apresurado mientras intentaba encenderse el cigarro a medida que avanzaba. Andrew ya fumaba incluso antes de conocerme, pero le gustaba alardear que gracias a mí le encontró el gusto.

Tenía mi edad. Eso parecía. Luego descubriría que yo le superaba por un par de meses. No sé si le molestaba o no salir con alguien mayor, pero yo sí que lo disfrutaba. Ya sabes, el tener la posibilidad de usar eso a mí favor. Noté que pasaría cerca de mí en el exacto instante en el que reconocí la razón de su enfado un par de metros más atrás de él, desde las puertas del hospital, tratándose de una mujer con bata de médica llamándolo. Así escuché su nombre por primera vez.

—¡Andrew Anderson, vuelve aquí ahora mismo!

Pero él no la escuchó. O fingió no hacerlo. Tomó con más fuerza el cigarrillo entre sus dedos y empezó a toser, acelerando el paso. Calculé entonces las probabilidades de interrumpir una bonita escena entre madre e hijo, o entre lo que fuera que esos dos tuvieran en común, y poco me importó cuando descubrí que tenía la posibilidad de salirme con la mía. Matar dos pájaros de un tiro, como dicen por ahí.

Extendí mi mano cuando lo tuve a una distancia prudente, tomándolo por sorpresa. Él ni siquiera había caído en la cuenta de mi presencia hasta que se vio retenido por mí, volteando del susto para verme. Sus ojos brillaron contra los míos, haciéndome sentir diez veces más perdida de lo que ya me sentía.

La muerte del amor ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ