Capítulo 48 · No mereces nada que puedas querer

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CANCION PARA EL CAPITULO:

Give you what you like - Avril Lavigne

°

XLVIII

MEGARA

Diciembre trae consigo muchas cosas, entre ellas el frío a Gunnhild. La necesidad de cubrir tu cuerpo para mantener el calor, de taparte hasta por debajo de la nariz y renegar a la hora de salir de tu cama, el vaho que estando al aire libre abandona tus labios cuando suspiras sin querer.

Pero también nos trajo un regalo, o más bien una trampa. La peor que podría haber elegido para nosotros.

No podíamos negar que lo sabíamos, Flynn. Tú y yo entendíamos el peligro, lo veíamos con tanta claridad que solo nos quedaba tener diferentes perspectivas en su presencia. Mientras tú elegías respetarlo hasta que te deje en paz, yo decidí arriesgarme a intentar acabarlo.

Debí haberte escuchado. Debí haberte hecho caso.

Quizás de esa manera hoy no estaría lamentándolo como lo hago.

Dante pidió tanto a ti como a Kit y a Ron que se presentaran en la fiesta que llevaba Catábasis a cabo ese último sábado, el día que empezó a nevar. Hades tenía otros planes para mí, los cuales incluían que intentara involucrarme lo suficiente como para que el pelirrojo quisiera hacerme participar de sus estrategias.

Ese día se reclutaban a nuevos miembros para los amos, del mismo modo que lo hicieron el día que Skylar decidió llevarme. Dijeron que tocaba darle la bienvenida al invierno en Catábasis, que ahí solo sabían hacerlo de una forma: a lo grande. Es una manera menos directa para decir que planeaban buscar mujeres a las que ofrecerles un trato con Hades, ese mismo que yo había rechazado con anterioridad; lacayos que se encarguen de distribuir la droga de Virgilio; y, por supuesto, hombres para Dante, el peor de los tres.

No solo estaba totalmente en contra, sino que además me asqueaba la manera que tenían todos esos hombres inútiles, incluso ustedes, de realizar tal tarea. Es sabido que muchas de las mujeres que iban ya eran conscientes de lo que sucedía esa noche, pero otras tantas solo querían ir y divertirse, pasarla bien un rato, y ahí estábamos nosotros para cagarnos en eso.

No dejaba de ser una fiesta, una en la que nadie quiere a un desconocido encima mirándote todo el rato.

Por suerte para el plan, Dante estuvo de acuerdo en permitirme trabajar bajo sus órdenes. Advertimos que se anduviera con cuidado, puesto que Hades podría intentar cualquier cosa en cualquier momento, aun cuando no me lo dijera. A esto, el pelirrojo imbécil solo dijo que lo tenía bajo control. Se habrá pensado que las intenciones de su querida hermana radicaban únicamente en quitarle dinero, como si eso fuese a afectarle. Lo único que sí pidió de forma explícita fue que mantuviera un perfil bajo, siendo que tener mujeres a su cargo era cosa de Hades. Romper esa regla sería ir contra lo dicho, aquello que sus hombres y los lacayos de Virgilio morían por respetar.

La pietas, o algo así creo haber escuchado que decían.

Los campos elíseos se habían convertido para mí en lo que un baño resulta para los borrachos, el lugar al que terminas volviendo tarde o temprano. Ya sea por Hades o por el mismo Dante, ir a Catábasis implicaba una necesaria visita a mis amos.

Esa noche estaba tan confiada en mí que hasta me tomé el atrevimiento de hablarlo con Dante.

—¿Cuál es la necesidad de una regla tan tonta?—le recriminé en cuanto estuvimos los cinco dentro de paredes seguras, convencidos de que nadie ajeno escucharía esa conversación.

La muerte del amor ©Onde histórias criam vida. Descubra agora