Capítulo 63 · Sentencia provisoria

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CANCION PARA EL CAPITULO:

Riptide - Unlike Pluto

°

LXIII

MEGARA

La tormenta de Gunnhild se transformó en la tormenta de Catábasis. Y cuando todas las puertas parecen cerrarse poco a poco, dejándote sin opciones y por sobre todo, sin tiempo, lo único de lo que puedes confiar es de ti mismo. No sabes cuánto detesté haberme olvidado de algo como eso.

Dante me citó la noche anterior al duelo, alegando que había algo que todavía faltaba advertirme sobre el plan, algo que no cambiaba mucho el curso de las cosas, pero que necesitaba saber.

—Mañana no estarás sola—me informó una vez llegué a su despacho, pero recibiéndome justo en la puerta, antes de permitirme pasar siquiera—. Creo que es pertinente que conozcas a quien cumplirá nuestra segunda parte del plan, pequeña.

Dante era el hombre eternamente joven, perfecto e inalterable. Después de todo lo que sucedió, de la muerte de su propio hijo, del constante peligro al que se veía expuesto con el duelo, uno habría dado por sentado que alguna mínima parte de preocupación debía de reflejársele en la cara. Él, sin embargo, y contra todo pronóstico, seguía viéndose igual. Recto, seguro de sí mismo, con una confianza infalible, y su cabello pelirrojo atado en una coleta baja que impedía a los mechones rebeldes molestarle. Lo cierto es que, a más peso agregabas a su espalda, más fuerza parecía devolverte él.

Dante realmente era invencible.

Señaló el interior de su despacho, permitiéndome así ver lo que antes estaba tapándome.

A que no adivinas quién estaba dentro.

Te daré una pista: Rager.

El rostro de un ser maquiavélico del cual escapaba para dejar de sufrir me recibió con una sonrisa al verme llegar. Yo me detuve justo en la entrada, dirigiendo mi mano casi por instinto hacia la daga que tenía escondida por si acaso en mi bota. Kit me lo había enseñado, y todo lo que estaba sucediendo era por y para él, a fin de cuentas. Si lo destruía lo todo, era porque todo lo había destruido a él. El furor de Dante es un ejemplo de esto.

—Dime que esto es una broma—escupí hacia el pelirrojo, viéndolo fruncir el ceño en un gesto cargado de confusión.

De ser incapaces de confiar en el otro, pasamos a ser lo único que teníamos para defendernos.

—¿Cuál es el problema?—preguntó, confuso.

Señalé a Rager con la cabeza, asqueada.

—Esa cosa—indiqué—, es el problema.

Su majestad volteó a verlo, tomó aire y luego pareció comprender alguna lejana parte de la situación, lo que sea que en su mente se haya cruzado para conectar los hilos. Pasaron seis segundos hasta que se dignó a comentar:

—Cariño, él vino a morir.

Esa idea iluminó mi mente de felicidad, recordándome cuál era con exactitud esa segunda parte del plan que durante un momento se me escapó. Lo recordaba. Adiviné cuál era el rol de Rager en todo eso, justo el más peligroso. Lo miré entonces con otros ojos, pero sin ningún tipo de pena, imaginando con cierto placer el destino que le esperaba por involucrarse con un ser tan manipulador como Dante.

La muerte del amor ©Where stories live. Discover now