III Y el ganador es...

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Antes de ponerse a trabajar Victor se metió al baño a lavarse las manos. Apreció su cara en el espejo y tuvo que darle la razón a su familia. No se acordaba desde cuándo las ojeras ya no desaparecían de su rostro, su cara estaba pálida y demacrada, había perdido peso y ya no lucía como antes, cuando al menos corría por las mañanas en la universidad. En esas épocas su rostro estaba levemente bronceado, sus músculos bien torneados y las ojeras no existían en su vocabulario.

Por cuestiones genéticas Victor era un hombre bello, pero ya no era ni la sombra de lo que había sido.

¿Es que en verdad le había dedicado tanto tiempo al trabajo? ¿Acaso estaba malgastando los mejores años de su vida por lograr un puesto en su firma?

Y cuando lograra ese ascenso ¿Qué pasaría? Era obvio que tendría más reuniones, más compromisos y sí, más dinero, pero nada de tiempo.

¿Es que en verdad era cierto que vivía para trabajar? Se supone que eso era al revés, uno trabajaba para vivir. El dinero no le iba a devolver el tiempo perdido.

Seguía pensando en ello cuando el timbre del teléfono lo asustó.

―¿Aló?

―¡Nikiforov, debes venir de inmediato a la oficina! ―gritó por el teléfono su interlocutor.

―Señor Vasilevich ― dijo Victor sorprendido―. Son las cuatro de la tarde. De un domingo.

El jefe de Victor pareció no comprender sus palabras y, luego de unos segundos de silencio habló.

―Ya sé qué día es Nikiforov pero no sé a qué quieres llegar con eso.

Victor sabía que no podría explicarle más. Su jefe era un trabajólico como todos en la oficina así que nada le haría entender la necesidad de un descanso.

Le prometió que estaría en la oficina cuanto antes y se fue sin más al trabajo.

No era de sorprender que su jefe le tenía preparados muchos "pequeños trabajos" para cuando llegó

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No era de sorprender que su jefe le tenía preparados muchos "pequeños trabajos" para cuando llegó. En su mesa encontró decenas de archivadores colocados encima de las pilas que ya poseía. Suspiró y se sentó.

No se dio cuenta cuando la noche llegó. Sólo lo hizo cuando de pronto no podía leer más y tuvo que prender la luz para seguir trabajando. Su jefe había pasado toda la tarde en la oficina con las mangas de la camisa dobladas , el cabello despeinado y un rostro muy serio. Algo no andaba bien.

Victor se apresuró en avanzar lo dejado por él y trató de concentrarse en todo lo que aún le faltaba, entonces, horas después, sintió que abrían su puerta.

―Toma, Nikiforov ―le dijo el hombre―. Seguro que debes estar con hambre.

En la bolsa se encontraba comida que lucía muy agradable. Victor la cogió contento.

―Gracias, señor Vasílevich.

El jefe no contestó pero se sentó frente a él con un plato de comida para sí mismo.

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now