XXII. Saltar sin paracaídas

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Sueños húmedos y la curiosidad por probar unos labios hermosamente rosados y delgados empezaron a acompañar las noches de poco sueño de Yuuri Katsuki.

No podía evitarlo. Si no estaba atormentándose pensando en el miedo a dar su corazón y romperlo, estaba imaginando escenas pasionales con Mischa, en las que dejaba liberar su frustración sexual.

Se preguntaba si Mischa sentía lo mismo porque durante la semana no se habían dicho mucho más que las cosas cotidianas. Y eso en parte lo frustraba porque seguía habiendo entre ellos esos sentimientos que sacaban lo más tierno y tímido de ambos. Unas sonrisas de adolescentes enamorados por primera vez, unos sonrojos ante los mínimos roces y unos suspiros bobos, que decían mucho y, a la vez, no decían nada.

¿Acaso Mischa pensaba en él por las noches?¿Se preguntaba si podían empezar algo? No le había dicho lo de Dema y a Phichit le había pedido discreción mientras ordenaba sus pensamientos.

Yuuri necesitaba respuestas y aún no las tenía. Además, estaba consciente de que, si se atrevía a dar el siguiente paso, tendría que ser él el iniciador de una conversación con Mischa acerca de sus sentimientos. Y eso lo aterraba.

Una sensación de ahogo llenó los pulmones de Mischa cuando sintió que alguien lo tiraba al suelo

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Una sensación de ahogo llenó los pulmones de Mischa cuando sintió que alguien lo tiraba al suelo.

El golpe sacudió hasta el último de sus nervios y, plagado de dolor, su cuerpo temblaba, no sólo por el frío, sino por la desesperación.

No sabía que hacía allí, en medio de la nada, con varios hombres que lo insultaban y amenazaban con matarlo. Uno de ellos con unos horribles dientes dorados, unos dientes dorados terroríficos y un tatuaje en la mano que estaba seguro que había visto antes.

Lo levantaron como un simple objeto y lo pusieron al borde de un acantilado. Todo bajo él era oscuridad, oscuridad hecha árboles. La luna brillaba y su corazón latía tan fuerte que le repicaban las orejas. No quería morir y, sin embargo, creía que eso era lo que iba a pasar.

No podía evitar llorar. No era esa la forma como se había imaginado el último día de su vida. No era justo, él no había hecho nada. ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué lo estaban apuntando con esa pistola? Quiso gritar y la mordaza en su boca no lo dejaba.

Lo sabía, sabía que no le quedaba otra. Tenía que saltar, eso era mejor que dejarse morir. Cerró los ojos cuando supo que pronto dejaría de sentir suelo bajo sus pies. Si los mantenía abiertos, no tendría el valor de saltar.
Todo tan oscuro, tan incierto.
Luego, resignado al no sentir más un suelo bajo sus pies m iró la luna y cayó.

Mischa despertó asustado en medio de la noche, empapado de lágrimas y sudor. Había sido sólo un sueño pero lo había sentido muy real.

Recordaba esos dientes dorados espantosos y aquellos árboles abajo, terroríficos y oscuros.

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now