XLI. En medio de los sueños

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Eran las tres de la mañana y Phichit no sabía qué hacer. Mischa se movía de un lado a otro de la cama con los ojos apretados y el cuerpo sudoroso. Un temblor lo cubría por momentos y sus puños se apretaban fuertes de rato en rato, como si estuviera disputando una lucha en medio de sus sueños.

Cada cierto tiempo salía de sus labios un quejido, un gemido tembloroso o un grito ahogado que parecía indicar que estaba sufriendo en sueños.

La fiebre había regresado con fuerza y con ella una serie de imágenes que iban y venían sin control y sin orden. Mischa parecía flotar en el medio de un paisaje cambiante que lo confundía. A su alrededor aparecían personas, lugares, escuchaba frases y se sentía en medio de una neblina enceguedora y confusa. Todas esas imágenes se mostraban de improviso como una película hecha por retazos de realidad.

En un segundo miró el cielo y todo se detuvo por fin. Era increíble ver el celeste que lo cubría y le sorprendió la falta total de nubes. La luz del sol se colaba entre las hojas de algunos árboles que lo rodeaban y el canto inocente de las aves le daban una paz muy especial.

Mischa no podía ver su cuerpo, sólo podía sentir sus pasos al moverse lento sobre la grama húmeda de aquel jardín. No le salía la voz, aunque había tratado de usarla para preguntar por alguien.

Era una sensación extraña, un dejavú que le hacia sentir desconcertado. El jardín donde se encontraba parecía conocido, sentía que había estado allí con anterioridad. No supo cuanto había pasado hasta que, al lado izquierdo, los árboles se acabaron y pudo divisar un edificio. Era una casa grande, elegante, con una puerta lateral abierta. Una mujer mayor salió y se acercó a los árboles con rostro duro y vistiendo un correcto uniforme, tratando de mirar por todos lados buscando, probablemente, a Mischa. Este se quedó tieso con miedo a ser ubicado.

―¡Vitya, Chris, el desayuno se está enfriando! ¡Pasen que su madre se va a molestar si los ve con las zapatillas llenas de barro!

Poco tiempo después la mujer desapareció de su vista. Mischa se acercó lento hacia donde había estado la dama. Curioso fue acercándose poco a poco hacia donde, segundos atrás, había visto aquella escena. Las ramas crujían por momentos bajo sus pies y el canto de las aves parecían fundirse con aquella sensación de ansiedad que empezaba a sentir. Temía hacer ruido y salirse de aquella realidad. Paso a paso fue acercándose a la casa y poco tiempo después pudo divisar muy cerca a un niño de cabello rubio y chaqueta roja que, de espaldas a él, miraba hacia todos lados.


―¡Vitya, el desayuno ya está, ya no juego!

Mischa estaba seguro que ese niño lo buscaba, tenía que ser él. Se acercó con algo más de prisa, deseoso de verle el rostro, de poder reconocerlo aunque fuera un poco.

Una vez que lo tuvo a algunos pasos de distancia el niño volteó a mirarlo. Una hermosa sonrisa y unos ojos verdes le dieron la bienvenida. El niño se acercó a él emocionado, con gafas redondas y cabellos ensortijados que adornaban su rostro. Mischa se sintió de pronto en casa, una casa que no sabía que le faltaba.

―¡Vitya! ―exclamó el niño emocionado―¡A que no me atrapas!

Una risa tierna y la imagen se evaporó cuando aquel niño entró a la casa y Mischa quiso ir detrás de él.

-

Antes de poder darse cuenta dónde, Mischa se hallaba sentado con muchos libros sobre la mesa. A su alrededor algunas mesas llenas de chicos con uniforme que conversaban en voz baja le indicaron que estaba en un colegio.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora