XI. Mari

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Mischa tuvo que anotar en una libreta todo lo que tendría que reponer de la familia Plisetsky cuando cobrara su primer sueldo. Durante la semana había teñido la ropa interior de la señora de rosado, cuando, sin quererlo, lavó ropa blanca y una prenda roja se coló en la canasta. Le hizo un enorme hueco a la camisa del señor Nicholai al tratar de plancharla, encogió una camiseta del joven Yuri y una de las vasijas más antiguas había caído torpemente de sus manos cuando andaba desempolvando el comedor.

Mischa no entendía cómo funcionaba la plancha, no sabía cómo limpiar una ventana, no sabía llevar el orden en una casa y en un par de días los empleados se habían dado cuenta. Los baños no se habían limpiado en días, los pisos estaban sin barrer y todo andaba patas arriba. Dado que nadie le había querido hacer caso tuvo que hacer muchas de las cosas él mismo, por lo que llegaba a su cuarto en la noche agotado.
Yuuko había tratado de ayudarlo un poco pero él tampoco quería mostrar su incapacidad para las labores hogareñas.
Aún así, había sobrevivido a su primera semana, sintiéndose el peor mayordomo de la historia y decidido a mejorar en ese aspecto hasta tener el control de su reino.

Llegó el viernes en la noche y la señora Plisetsky lo había mandado a llamar para otra sesión de corsé. Victor había conseguido a través de Phichit unos pequeños tapones con los que los gritos de la rubia no lo asustaban tanto y terminó su faena con relativa calma.

― ¿Qué vas a hacer en tu fin de semana?― la señora Plisetsky encendía un cigarro y movía sólo la mitad de la boca y con la otra sostenía aquel objeto lleno de nicotina.

―Pues, no sé si me necesitan por aquí―contestó tímido. Ella le parecía espeluznantemente impredecible.

―Para nada, Mischa. Tus fines de semana deben ser sagrados. No quiero que te enfermes por el estrés.

Después de escuchar eso se retiró a su habitación y buscó el número de Hiroko, conversando alegremente con ella. Era bueno escuchar su voz después de tantos días. La amable mujer de cachetes redondos le dijo que lo esperarían con muchas ansias al día siguiente.

 La amable mujer de cachetes redondos le dijo que lo esperarían con muchas ansias al día siguiente

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El sábado Mischa se levantó antes de que saliera el sol. Estaba feliz por volver a casa de los Katsuki y en su rostro era evidente.

Se miró al espejo. Seguía más delgado de lo que hubiera querido pero su sonrisa era genuina.

Bajó temprano a tomar un café y recoger el periódico que siempre dejaban en la puerta. Sentarse solo en la cocina era todo un lujo que recién se había podido dar. El sol empezaba a salir con timidez y la cocina tomaba un color tornasolado. Por las ventanas se filtraban haces multicolores que hacían de la cocina un lugar fresco y luminoso.

Miró a su alrededor y se quedó sorprendido de lo rápido que se había acostumbrado a la vida en el castillo. Los demás trabajadores todavía no eran muy conversadores con él, así que sólo conversaba con Yuuko y con Phichit.
El trabajo aún no lo hacía bien y él lo sabía pero estaba seguro que lograría dominarlo con algo de práctica.

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now