XL. Recuerdos

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El vaso a medio llenar sobre su escritorio no era el primero que se había servido en aquel día.

Voronin miraba cansado aquel departamento desarreglado y maloliente que usaba sólo para reposar cuando no estaba lastimando o extorsionando a nadie.

Recordaba atento las palabras emitidas por Gregórovitch y trataba de interpretar lo que había querido decir aquella noche.

"Rusia es demasiado grande y Moscú es demasiado pequeño", esas habían sido sus palabras. Su primera idea era que Victor Nikiforov se encontraba fuera de la ciudad, pero eso no correspondía con lo que le había dicho Celestino un par de semanas atrás. Si el chico estaba afuera de Moscú, ¿como es que Celestino lo había visto allí? Y si estaba allí, ¿por qué ninguno de sus contactos había podido brindarle alguna información sobre él?

Parecía como si el chico hubiera querido mostrarse ante los ojos de Celestino para luego borrarse de la faz de la tierra. Voronin tenía la necesidad de acabar pronto con su vida, no quería tener problemas con Celestino, no sabiendo que hacía negocios con su jefe.

No entendía el capricho de matar a alguien como Nikiforov: era un niño de mamá, con mucho dinero y honrado. No parecía tener riñas con nadie, ni tampoco deber plata a alguien. Era el hombre con menos razones para asesinar y, sin embargo, ahora tenía que hacerlo, esta vez sin lugar a equivocarse. Se le había pagado por el trabajo y estaba decidido a cumplir su cometido.

Se levantó y se dirigió de mal humor a la cama, agotado por la faena nocturna que le había tocado. Al acostarse en ella se acurrucó dentro de la frazada. Cerrando los ojos trató de hacer memoria de aquel día en que lo había atrapado y se lo había llevado muy lejos de Moscú.

Aún recordaba el cuerpo tembloroso y cansado, el traje muy fino, roto y sucio por el polvo, el llanto mezclado con sudor y los gemidos de Nikiforov al ser maltratado.

Se suponía que iba a ser un trabajo fácil. Las orillas del río a altas horas de la noche ya no se encontraban llenas. Victor había caminado por aquel margen del río separado de la avenida por unas escaleras; por un lado los muros altos del Kremlin habían ayudado a mantener el secuestro en bajo perfil y al otro lado del río los edificios, netamente de oficinas, no se encontraban habitados.

El problema no había sido atraparlo, sino confiarse en que sería un trabajo fácil.

Luego de llevárselo lejos de la ciudad no se había molestado en parar en algún punto específico. Se había detenido cerca a algún bosque, en medio de la nada; se suponía que tenía que matarlo y dejar su cuerpo pudriéndose en lo profundo de un acantilado. Ni siquiera había tenido la intención de desaparecer el cuerpo porque sería imposible rastrearlo tan lejos de todo. Sí, eso había pensado. Ahora se sentía un completo idiota.

Nikiforov no sólo había sobrevivido a lo que parecía ser una caída insalvable, sino que había regresado para dejarle claro que no debía bajar la guardia por nadie.

Voronin no podía evitar sentirse personalmente atacado en vista de tal acontecimiento. Un hombre como él, trabajando por años en la mafia, asesino sin compasión, había fracasado en una sencilla misión de rutina por conformista. Debía haber conseguido el cuerpo luego de la caída y asegurarse que no se había salvado, debía haber asesinado a Nikiforov allí mismo, sin querer jugar con él, sin demasiado palabreo, sin iniciar un juego con su presa.

El asesino se volteó para poder apreciar la luz tenue filtrada por el amanecer, renegando de sí mismo, pero decidió darse una tregua. Estaba demasiado cansado para seguir pensando en ello, después sacaría cuentas del camino que había tomado y repasaría la ruta por donde habían estado.

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now