LII: Reuniones

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Phichit asumió orgulloso el rol de cupido para que Mischa y Yuuri pudieran expresar sus emociones al reencontrarse; sin embargo, ya llevaban inmersos en su pequeña burbuja de amor varios minutos, entre caricias y besos melosos y las cosas empezaron a tomar cierto tono erótico cuando, presas de la emoción por volver a verse, profundizaron un beso que los llevó a suspirar desesperados.

Las manos de ambos, entonces, empezaron a perder control y Yuuri empezó a acariciar la tela de lana fina que escondía  los glúteos de su amado. Poco tiempo después el solo roce no fue suficiente y Yuuri buscó más fricción, por lo que aprisionó a Mischa, trayéndolo tan cercano a sí, que ninguna tela parecía estorbar el contacto.  Mischa, sobreestimulado por los besos con sabor a café recién tostado de Yuuri y por el placer al sentir el cuerpo de su amado tan cerca, emitió un pequeño gemido y empezó a mover de forma muy suave y casi automática sus caderas, en un intento desesperado por buscar  más fricción contra el miembro levemente inflamado de Yuuri.

Fue entonces que Phichit supo que debía detener ese encuentro a como diera lugar.

―¡Hey, hey, deténganse!  Sigo aquí, ¿Saben?

Ninguno de los dos quería dejar de sentir al otro a su lado, pero la llamada desesperada del amigo causó que retornen a la realidad. Se miraron avergonzados y buscaron raudos la mirada de su interlocutor, quien les estaba dedicando una mirada paternal y seria.

―Disculpa, Phichit ―Mischa de pronto, incapaz de mirarlo nuevamente a los ojos.

―Lo siento ―Yuuri se sintió en la obligación de extender sus disculpas también.

Ambos eran un espectáculo único, con los labios calcinados por el juego previo y con las mejillas brillantes y coloradas.
Por ello Phichit no pudo mantener su rostro solemne y rió entretenido al escuchar sus disculpas impregnadas de verdadero remordimiento y vergüenza.

―Ya, ya. No digo que no se manoseen, pero no aquí en medio de la cocina con el alemán ese en casa. ¡Y mucho menos en el cuarto donde reposan mis inocentes hijos, les estoy advirtiendo! Un poco más de autocontrol no les caería mal.

Yuuri asintió y metió ambas de sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Mischa, por su parte, carraspeó y se acercó al grifo para lavarse las manos.

Ya con la cabeza fría, el mayordomo recordó que aún le faltaban algunas cosas por preparar y su novio no debía permanecer visible en el lugar.

―Creo que es mejor que lleves a Yuuri a nuestro dormitorio, Phichit. En menos de una hora vienen los invitados y la señora Plisetsky me matará si no tengo preparados más bocaditos. Necesito ponerme a trabajar.

Phichit recordó también que no había ayudado a Mischa como debía haberlo hecho.

―Sé que es mi culpa el que no hayas tenido tus ingredientes a tiempo, Mischa, quizás sí sea mejor que vaya a comprar algo al café Pushkin.

―No, es inútil, ya no hay tiempo― Mischa quería ser realista y la opción no era segura. Ya empezaba a desesperarse.

―Yo traje Vatrushkas, piroshkis y blinis ―recordó de pronto Yuuri―. ¿Crees que te sirvan?

Una luz de esperanza brilló para Mischa.

―¿En serio?

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now