L : Revelaciones

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Esa noche, como cada noche en aquel lugar, el terciopelo burdeos que colgaba como cortina en todo el salón con enchapado de madera brillaba a la luz de los candelabros encendidos esa noche. Los muebles de antaño, mandados a retapizar varias veces en las últimas décadas, mostraban una opulencia marchita de tiempos mejores.

Los pisos de parquet cubierto a medias por grandes alfombras veían desfilar a varias personas en aquella sala de hotel atiborrado por el humo del cigarro y el perfume francés de diseñador. Sin embargo, a la gente alrededor no le importaba.

La mafia reunía cada día a diversos elementos allí y los billetes pasaban de mano en mano mientras las apuestas corrían. Ese era un mundo atractivo para Celestino Cialdini, quien se hallaba sentado con un habano en la mano derecha y una hermosa joven de traje de satín y cabello rubio apoyada sobre su pierna izquierda. Esta tenía un brazo alrededor del cuello del hombre y le besaba de cuando en cuando la mejilla cuando este volvía a ganar una de las partidas.

El abogado llevaba una racha ganadora desde una hora atrás y el interés en la mesa había crecido con el paso del tiempo. Todos se preguntaban cómo había hecho el hombre para conseguir eso. Celestino, sin embargo, ya se había aburrido y solo estaba pensando en los senos voluptuosos de la mujer sobre él, que se dibujaban perfectos sobre ese vestido pegado y cómo los besaría llegando al cuarto.

―Ya me aburrí de tanta cosa, ¿no quieres ir a jugar conmigo a solas? ―La propuesta del hombre, acompañada por caricias sobre su muslo no causó repulsión en la joven de vestido ajustado, sino que vio en aquel viejo de traje la posibilidad de recibir tanto que no tendría que trabajar más por esa noche.

Sonriente, lo besó acaloradamente, causando las mofas de otros hombres sentados allí, algo envidiosos por no tener tal premio consuelo.

―Termina pronto y jugaremos todo lo que quieras. ―fue la respuesta coqueta de la joven.

―Está bien. Última apuesta, señores, que tengo mucho que hacer. Doble o nada al 47 negro―exclamó colocando fichas sobre la mesa donde la ruleta empezaba a girar.

―Doble dice el señor del 47 , ¿algún otro que quiera apostar?

Un par de señores se atrevieron a colocar otro poco de fichas sobre la mesa y la ruleta siguió girando sin descanso por un momento más. El ruido causado en el ambiente maquilló el grito eufórico de Celestino cuando, segundos después, declaraba que había vuelto a ganar luego de una racha afortunada.

―¡Ja! ¡Lo sabía! ―La adrenalina, fluyendo por sus venas con tanta fuerza como su deseo por llevarse a la mujer a la cama, lo llevó a besarla nuevamente y ella, feliz, lo correspondió de inmediato―. Señores, me retiro ―exclamó luego de un rato con una sonrisa satisfecha―. Por favor, deposítenlo a mi cuenta―. Una vez levantado, cogió de la mano a la mujer y pensó en el revolcón que tendría a continuación en el séptimo piso del local.

La espera frente al ascensor se le hizo eterna. Tenía tanta energía acumulada que tan pronto como las puertas del elevador se cerraron tras ellos, Celestino empezó a bajar un poco el cierre del traje de la dama y la instó a empezar con la acción allí mismo. La mujer, experta en el arte de dar placer, lo llenó de besos y empezó a masajearlo en su zona íntima, causando que éste gimiera excitado y buscara con premura insertar su lengua dentro de aquellos labios femeninos abultados.

Para cuando la puerta del elevador se abrió, el pantalón de Celestino se encontraba desabrochado, su rostro rojo de emoción imitaba el carmesí del lápiz de labios corrido de la joven, cuyo vestido aún colgaba por obra y gracia de alguna deidad.

Caminaron con esfuerzo, abrazándose y tocándose de paso en paso, casi incapaces de detener su juego manual. Cuando llegaron al 716, el cuarto que Celestino ya casi reclamaba como suyo en ese hotel, extendió su mano para sacar la tarjeta; sin embargo, la voz ronca de un hombre interrumpió la escena.

Abogado de CocinaWhere stories live. Discover now