005. UN NUEVO COMPAÑERO DE CABAÑA

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Percy.

¿Alguna vez has llegado a casa y te has encontrado tu habitación hecha un lío?

¿Acaso algún alma caritativa (hola, mamá) ha intentado «limpiarla» y, de repente, ya no logras encontrar nada? E incluso si no falta nada, ¿no has tenido la inquietante sensación de que alguien había estado husmeando entre tus pertenencias y sacándole el polvo a todo con cera abrillantadora al limón?

Así es como me sentí al ver el Campamento Mestizo de nuevo.

A primera vista, las cosas no parecían tan diferentes. La Casa Grande seguía en su sitio, con su tejado azul a dos aguas y su galería cubierta alrededor; los campos de fresas seguían tostándose al sol. Los mismos edificios griegos con sus blancas columnas continuaban diseminados por el valle: el anfiteatro, el ruedo de arena y el pabellón del comedor, desde donde se dominaba el estuario de Long Island Sound. Y acurrucadas entre los bosques y el arroyo, las cabañas de siempre: un estrafalario conjunto de doce edificios, cada unos de los cuales representaba a un dios del Olimpo.

Pero ahora el peligro estaba en el aire y podías percibir que algo iba mal; en vez de jugar al voleibol en la arena, los consejeros y los sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de las herramientas. En el lindero del bosque había ninfas armadas con arcos y flechas charlando inquietas, y el bosque mismo tenía un aspecto enfermizo, la hierba del prado se había vuelto de un pálido amarillo y las marcas de fuego en la ladera de la colina resaltaban como feas cicatrices.

Alguien había desbaratado mi lugar preferido de este mundo, y no me sentía... bueno, ni medianamente contento.

Mientras nos encaminábamos a la Casa Grande, reconocí a un montón de chavales del verano pasado, pero nadie se detuvo a charlar. Nadie me dio la bienvenida. Algunos reaccionaron al ver a Tyson, pero la mayoría pasó de largo con aire sombrío y continuó con sus tareas, como llevar mensajes o acarrear espadas para que las afilasen en las piedras de amolar. El campamento parecía una escuela militar, y sé de lo que hablo, créeme, a mí me habían expulsado de un par.

Nada de todo eso le importaba a Tyson, pues estaba absolutamente fascinado por lo que veía.

"¿Qués-eso?" preguntó asombrado.

"Los establos de los pegasos" le dije "Los caballos voladores."

"¿Qués-eso?"

"Ah... los baños."

"¿Qués-eso?"

"Las cabañas de los campistas; si no saben quién es tu progenitor olímpico, te asignan la cabaña de Hermes (esa marrón de allí), hasta que determinan tu procedencia. Una vez que lo saben, te ponen en el grupo de tu padre o tu madre."

Me miró maravillado.

"¿Tú... tienes cabaña?"

"La número tres." Señalé un edificio bajo de color verde, construido con piedras marinas.

"¿Tienes amigos en la cabaña?"

"No. Sólo yo." En realidad no me apetecía explicárselo, contarle la verdad embarazosa: yo era el único que ocupaba aquella cabaña porque se suponía que no debía estar vivo. Los Tres Grandes (Zeus, Poseidón y Hades) habían hecho un pacto después de la Segunda Guerra Mundial para no tener más hijos con los mortales. Nosotros éramos más poderosos que los mestizos corrientes. Éramos demasiado impredecibles. Cuando nos enfurecíamos teníamos tendencia a crear problemas... como la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. El pacto de los Tres Grandes se había roto sólo cuatro veces: una, cuando Zeus engendró a Eliza (la madre de Meredith); otra, cuando engendro a Thalia; otra, cuando Hades engendro a Meredith y otra cuando Poseidón me engendró a mí. Ninguno de los cuatro tendríamos que haber nacido.

Percy Jackson y El Mar de los Monstruos || Percy Jackson Y Tu ||  [Completa]Where stories live. Discover now