016. LA ISLA DE LAS SIRENAS

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Percy.

Por fin había encontrado algo en lo que era bueno de verdad.

El Vengador de la Reina Ana respondía a todas mis órdenes. Yo sabía qué cabos tensar, qué velas izar y en qué dirección navegar. Avanzábamos entre las olas a unos diez nudos, según calculé. Y lo bueno es que incluso comprendía qué velocidad era ésa. Para un barco de vela, bastante rápido.

Todo parecía perfecto: el viento a favor, las olas rompiendo contra la proa... Pero ahora que nos encontrábamos fuera de peligro, sólo conseguía pensar en lo mucho que echaba de menos a Tyson y en la inquietante situación de Grover.

Tampoco conseguía quitarme de la cabeza mi estúpida manera de complicarlas cosas en la isla de Circe. De no ser por Mer, Annabeth y Zashenka, todavía sería un pequeño roedor agazapado en aquella jaula junto a un puñado de piratas peludos. Pensé en lo que Circe me había dicho: «¿Lo ves, Percy? Has liberado tu verdadero ser».

Aún me sentía cambiado. No sólo porque tenía un repentino deseo de comer lechuga, sino que, además, me notaba asustadizo, como si el instinto de un animalito despavorido formase ahora parte de mí. O quizá siempre había estado allí. Aquello era lo que me preocupaba de verdad.

Navegamos toda la noche.

Meredith intentó echarme una mano en el puesto de mando, pero navegar no era lo suyo. Tras unas cuantas horas de balanceo, su cara se puso de color guacamole y bajó a tumbarse en una hamaca, junto a las otras dos semidiosas.

Zashenka pasaba la mayor parte de su tiempo tratando de controlar su magia, y usaba de practica a Meredith o a Annabeth, casi siempre funcionaba, las detenía cuando estaban por atacarla y las mandaba volando unos 5 metros, pero según ella no es suficiente, yo creo que es algo genial, aunque, sin duda alguna, no quiero que lo pruebe en mi.

Yo observaba el horizonte. Divisé monstruos más de una vez. Vi un penacho de agua tan alto como un rascacielos elevándose a la luz de la luna. Luego una hilera de púas verdes se deslizó entre las olas: un reptil, o algo así, de unos treinta metros de largo. No tenía muchas ganas de averiguarlo.

También llegué a ver nereidas, los brillantes espíritus femeninos del agua. Les hice señas, pero desaparecieron en las profundidades, dejándome con la duda de si me habían visto o no.

Poco después de medianoche, Annabeth subió a cubierta. Precisamente en aquel momento pasábamos junto a una isla con un volcán humeante. El agua entorno a la orilla burbujeaba y despedía vapor.

"Una de las fraguas de Hefesto." dijo Annabeth "Donde construye sus monstruos de metal."

"¿Como los toros de bronce?"

Ella asintió.

"Da un rodeo. Y ponte a una buena distancia."

No necesité que me lo repitiera. Nos alejamos de la isla y muy pronto no fue más que un borrón de neblina roja a popa.

Miré a Annabeth.

"El motivo de que odies tanto a los cíclopes... o sea, la historia de cómo murió Thalia de verdad... Cuéntame, ¿Qué ocurrió?"

Apenas veía su expresión en la oscuridad.

"Está bien. Tal vez tengas derecho a saberlo" dijo por fin "Aquella noche, mientras Grover nos llevaba al campamento, se confundió y tomó varios desvíos equivocados. ¿Recuerdas que te lo contó a ti y a Mer una vez?"

Asentí.

"Bueno, pues el peor de esos desvíos nos llevó a la guarida de un cíclope en Brooklyn."

Percy Jackson y El Mar de los Monstruos || Percy Jackson Y Tu ||  [Completa]Where stories live. Discover now