E x t r a 2 .

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12 de junio de 2019

Dos días más tarde, la chica de pelo negro volvía a estar en la cafetería, esta vez tras la barra y lista para tomar pedidos. Bueno, todo lo preparada que podía llegar a estar.

Como el otro día, llevaba el pelo recogido en una cola alta con mechones sueltos, solo que ahora vestía una camiseta roja de tirantes y unos vaqueros cortos debajo del delantal de trabajo. Tenía una expresión de apatía en el rostro que le otorgaba un aire inaccesible.

Gracias a Lydia, ahora sabía que su nombre era Zoe. Y también que iba a trabajar con nosotros durante las próximas dos semanas.

Maravilloso.

Yo acababa de llevar un pedido a una de las mesas y me disponía a coger otro más cuando, de repente, entró un grupo de adolescentes insoportables. Eran el tipo de clientes que más pereza me daban, porque hacían mucho ruido y se comportaban como si el local fuese suyo. Me habría encantado poder echarlos, pero sabía que no podía hacerlo sin un buen motivo. Lydia no me lo habría tenido en cuenta, pero no sería bueno para la cafetería.

Se acercaron al mostrador, y uno de los chicos pidió una de las bolas de chocolate que Lydia había preparado esa mañana. Después apoyó los brazos en el mostrador y se inclinó hacia delante. Zoe retrocedió un poco y trató de ocultar su desagrado sin éxito. Al chico no pareció importarle en absoluto.

—¿Cuál es tu número, preciosa?

Apreté la mandíbula al escuchar su voz de aquel puberal salido. Si me hubieran molestado a mí, los habría tratado con indiferencia —mi especialidad— y ya, pero habían ido a por la nueva y eso me daba más rabia aún. La pobre ni siquiera se había acostumbrado a tomar pedidos aún y un grupo de idiotas ya la estaba incomodando.

Pensé que se limitaría a tomar sus pedidos en voz baja pero, en lugar de eso, contestó:

—¿Mi número de la suerte? El uno, porque, con suerte, es el número de veces que voy a encontrarme con clientes como tú.

Me pilló tan desprevenido que no pude evitar soltar una carcajada. Joder. Igual sí terminaba cayéndome bien y todo.

Además, lo había dicho con un tono de voz tan neutro, tan impasible, que no solo me sacó una carcajada, sino también una sonrisa. Un par de chicas se quedaron maravilladas cuando les serví sus batidos con una actitud tan positiva. Luego recordé que los chicos seguían en el local y se me fue el buen humor de un plumazo. Por suerte, no tuve que llevarles nada a la mesa, porque solo pidieron la ridícula bolita de chocolate.

«Encima que molestan, ya podrían habernos comprado algo más...», me quejé para mis adentros.

Cinco minutos más tarde seguían sentados junto a una de las mesas. Al pasar por su lado, escuché a uno de ellos decir:

—Esa es de las que van de duras y luego te van persiguiendo como perra en celo. Dadme un par de días y ya veréis como consigo su número y algo más —se rio.

No pude evitar pararme frente a ellos para decirles unas cuantas cosas.

—No te molestes —le gruñí. De normal, mis miradas ya eran gélidas y fulminantes, pero la que le eché a todo el grupo fue más mortífera aún. Vi como la expresión del chico pasaba de la prepotencia al miedo en apenas unos segundos. Se puso pálido—. No vas a volver a pisar esta cafetería, ¿me oyes? —Esta vez, la amenaza en mi tono no fue nada sutil.

El chico asintió con la cabeza y se quedó muy quieto.

Un par de minutos más tarde, desaparecieron del local.

Zoe & Axel ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora