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11 de junio de 2019

Golpeé suavemente el libro con mi bolígrafo, indignada. ¿Por qué había tenido que meterse? Ni siquiera iba a aceptar un "no" por mi parte, prácticamente me había obligado a tirar mi verano a la basura.

Mordí mi labio y lancé el bolígrafo sobre mi escritorio. Me recosté contra la silla, furiosa.

Cuándo había aceptado el trabajo, me encontraba de buen humor y habían conseguido que sonase como una buena idea. Ahora que me encontraba frente al libro de matemáticas, tan solo sentía que acababa de tirar mi libertad por la borda.

Trabajar durante el verano no entraba en mis planes. ¿Por qué tenía Edith que meterse dónde no la llamaban? Encima, el rollo de que solo iban a ser dos semanas no me consolaba en absoluto; sabía que era una completa mentira. En cuanto esas dos semanas hubiesen pasado, Edith encontraría la forma de volver a convencerme para trabajar durante el resto del verano. Y con "convencerme", quiero decir obligarme. Probablemente usaría la táctica de tratar de darme pena explicándome lo preocupada que está por mis malos hábitos, y diciéndome lo trabajoso que sería para la dueña de la cafetería el encontrar a alguien más.

Y todo por una maldita taza de café. En mi vida había odiado tanto una bebida.

Claro, que todo este mal humor tenía nombre y apellido —más o menos—: examen de matemáticas. Habíamos dado las funciones cuadráticas al principio del curso y yo lo había repetido unas cien veces antes del examen nacional, ¿como era posible que todo lo que había aprendido se esfumara de mi mente en tan solo un par de semanas?

Los números entraban y salían de mi cabeza sin ser procesados, no había forma de que consiguiera resolver un solo ejercicio. Llevaba ya como cinco minutos enteros leyendo el mismo ejercicio una y otra vez, sin resultado. Pero no era mi culpa; mi cerebro siempre se desconectaba durante el verano. Los cálculos más simples se volvían el triple de difíciles durante las vacaciones. Aunque el ejercicio se tratase de sumas y restas, yo probablemente no habría conseguido resolverlo.

Quizá habría sido más fácil si tuviese algún tipo de recompensa. Mi única motivación en esos instantes era quitarme las matemáticas de encima lo más rápido posible, y eso no me animaba demasiado en realidad. Además, el hecho de haber suspendido el último examen no ayudaba. Había estudiado bastante y al final todo mi esfuerzo había sido en vano. Mis ganas de esforzarme de nuevo eran completamente nulas.

Desesperada, me levanté de la silla. Salí de mi habitación disparada y fui al salón. Jake y Ethan estaban sentados en el sofá, jugando a un videojuego. Llevaban años haciendo lo mismo cada vez que quedaban y no se aburrían.

—Ey —los llamé. Ninguno de los dos apartó la mirada de la pantalla —. ¿Os pillo en medio de algo importante?

—Pues sí —dijo Ethan, pero pausó el juego y finalmente me miró —. ¿Qué pasa? ¿Necesitas ayuda?

Asentí con la cabeza. Jake dejó el mando en el suelo y se levantó del sofá.

—Matemáticas, supongo —adivinó. Asentí de nuevo —. Debe de ser una mierda tener que estudiar en vacaciones.

Y que lo digas... pensé.

Me acompañó a la habitación y se sentó sobre mi cama. Yo volví a sentarme en la silla frente a mi escritorio. Se inclinó para ver la pagina del libro en la que estaba.

—Hay que ver —bufó con un tono divertido —, no me apreciáis lo suficiente. ¿Cuánta gente dejaría a medias una partida para ir a ayudar a una amiga?

—No mucha —le di la razón —. Por eso te adoro. Pero esta vez te puedo dar algo a cambio. Tengo dos cupones para brownies en la cafetería en la que trabajo. Si los quieres, son tuyos. Puedes invitar a Emily.

Zoe & Axel ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora