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9 de junio de 2019

La verdadera libertad consiste en poderte despertar a la hora que quieras, estoy segura.

Los domingos de por sí son días maravillosos —aunque no tanto como los sábados—, pero un domingo de vacaciones, en el que sabes que no vas a tener que madrugar al día siguiente, sienta mil veces mejor.

Por lo tanto, ese día me desperté de buen humor. Tardé bastante en levantarme, era ya la una cuándo salí de la cama. Mi estómago rugió en cuanto me puse las zapatillas de estar por casa y salí de la habitación.

Me extrañó no ver a mis padres en el salón. Normalmente se encontraban allí los fines de semana cuando yo me levantaba, a no ser que hubiesen salido. Sin embargo, cuándo entré a la cocina vi a John y a Edith sentados en la mesa, y a Louise apoyada en la encimera.

—Cómo se nota que han empezado las vacaciones —bromeó Louise, dirigiéndose a mí —. ¿Volvemos a la rutina de levantarnos al medio día?

—¿No habrás venido a desayunar? —elevó una ceja Edith. Asentí con la cabeza mientras me dirigía al armario y cogía un paquete de galletas —. Son casi las dos, Zoe, vamos a comer en un rato.

—Tengo hambre —dije —. No voy a comer muchas.

Esperé que Edith replicara cuando salí de la cocina, pero sorprendentemente no dijo nada.

De mis padres, Edith era sin duda con la que más discutía. Mis manías como picar cerca de las horas a las que comíamos o desayunar sola en mi habitación le molestaban. Lo mismo con las siestas largas. Y precisamente todo eso era lo que más disfrutaba en la vida, así que chocábamos un poco. El inicio del verano hacía que se volviera más quisquillosa, ya que como ella tenía que trabajar entre semana, no podía asegurarse de que llevaba una rutina sana y equilibrada.

Me senté en mi cama con las piernas cruzadas y puse el paquete de galletas en mi regazo. Cogí dos, ya que sabía que si llegaba a la comida sin hambre, mis padres no volverían a dejarme desayunar tan tarde la próxima vez.

El desayuno era mi parte favorita del día. Podía comer cualquier cosa, no importaba el qué. Desde brownies hasta pizza. Y además, no tenía que comerlo en compañía.

Esa era otra de mis manías que a Edith no le hacía ni pizca de gracia; no soportaba hablar por las mañanas. Por ello, si veía que había mucha gente en la cocina, huía hacia mi habitación. Podía desayunar con John, él no me molestaba tanto, pero Edith y Louise se ponían a hablar como locas. En especial la segunda, que le daba por preguntar cualquier cosa que se le ocurriera.

Volví a la cocina al acabarme las galletas y las guardé. Estaban preparando una crema de verduras y unos sándwiches cuándo el teléfono de Edith sonó. Salió disparada hacia el salón para contestar.

—¿Os ayudo a algo? —pregunté.

—¿Puedes poner la mesa? —pidió Louise. Asentí con la cabeza.

Edith volvió a la cocina, con los zapatos puestos y el bolso en la mano.

—Tengo que irme, comed sin mí —anunció.

—¿Estás de guardia? —pregunté. Ella asintió ligeramente mientras se aseguraba de que lo llevaba todo —. Yo puedo aguantar una hora o dos para comer. Podemos dejar los sándwiches en la nevera y recalentar la crema luego.

Edith era todo lo contrario a mí. Le gustaba pasar todo el tiempo posible en familia, por eso comíamos y cenábamos siempre juntos. Sabía que preferiría comer con nosotros a comer sola más tarde, y era verdad que a mí no me importaba esperar.

Zoe & Axel ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora